Sociedad
Sembrar inclusión: el vivero que transforma vidas en Frontera
El Vivero Inclusivo “El Colibrí” crece como espacio de trabajo, aprendizaje y contención para jóvenes con discapacidad. Funciona con el acompañamiento del municipio y el impulso de distintos programas sociales y comunitarios.
Por María Laura Ferrero | LVSJ
“Me gusta venir porque aprendí muchas cosas y me siento útil. Además, me encanta estar con mis compañeros, somos amigos”, dice Axel, con una mezcla de orgullo y alegría. Fue el primero en llegar al Vivero Inclusivo “El Colibrí” de la ciudad de Frontera y hoy es uno de sus referentes. Su testimonio da cuenta de lo que significa este espacio para quienes participan: más que un lugar de trabajo, es un punto de encuentro, una forma de vincularse con la tierra y con los otros.
Ubicado en calle 94 N° 629, casi esquina avenida Sastre, el vivero inclusivo funciona los lunes, miércoles y viernes por la tarde. Surgió en 2023 con el impulso de la entonces intendenta Victoria Civalero y continúa desarrollándose en la gestión actual del intendente Oscar Martínez. “Fue un proyecto que presentamos durante años hasta que conseguimos los fondos provinciales para concretarlo”, explicó Sonia Merlini, asistente de Políticas Sanitarias de la Municipalidad de Frontera.
Crecimiento colectivo
Con el tiempo, el espacio se fue ampliando y sumando nuevas propuestas. “Hoy el vivero ya nos queda chico”, reconoce Sonia. Gracias al programa Nueva Oportunidad, se incorporaron más jóvenes y personas adultas. Además, cada miércoles funciona un taller de carpintería en el que los participantes fabrican, con materiales reciclados, estanterías, macetas y soportes para plantas.
Francisco, uno de los jóvenes que asiste al vivero, resume su experiencia con palabras simples pero potentes: “Me gusta todo. Aprendí a cuidar plantas, a regarlas, a sembrar verdura. Antes no sabía nada”. La producción incluye acelga, lechuga, achicoria y otras variedades que, junto con las plantas ornamentales, se venden en ferias o se destinan a embellecer espacios públicos de la ciudad, como centros de salud y bibliotecas.
Trabajo con sentido
Lo que se produce en el vivero tiene valor económico y simbólico. “Todo lo que se vende se reparte entre los chicos. Es su platita”, detalló Analía, coordinadora del espacio desde sus inicios. También se reciben donaciones de plantas que los participantes reproducen por gajo. “Así aprenden a trabajar desde el principio, cuidando y multiplicando lo que otros nos dan”, explicó.
Cada jornada incluye una merienda compartida y el acompañamiento de Claudia, terapeuta que guía la dimensión más emocional y social del grupo. “Este es un espacio de contención. Mientras trabajan, los chicos charlan, comparten sus problemas, sus logros. Se genera un vínculo muy lindo”, cuentó.
La fuerza del hacer
Para Domingo José Boscasi, encargado del área de carpintería, la experiencia también es transformadora. Con años de trayectoria en huertas orgánicas y trabajo comunitario, asegura que lo que más lo conmueve es el afecto que recibe: “El amor que me dan es puro. Yo vengo a enseñar, pero ellos me enseñan más a mí”. Actualmente, aporta desde su propio taller hasta que lleguen las herramientas necesarias para que todo se produzca directamente en el vivero.
Rodrigo, otro de los jóvenes, se suma desde la limpieza y el riego: “En verano me encargaba de regar la huerta. También sacamos los yuyos y dejamos todo prolijo”, dice con responsabilidad. Emanuel y Lourdes disfrutan armando macetas, y también participan de las ferias donde venden lo que producen. “Nos gusta cuando la gente compra lo que hicimos”, contaron.
Joel, por su parte, asegura que el vivero le da alegría: “Aprendo mucho y me hace feliz. Siempre hay algo para hacer”. Para él, proteger la naturaleza también es una forma de cuidar a los otros.
Proyectos que brotan
La Municipalidad no solo sostiene el vivero actual, sino que sigue apostando a nuevas iniciativas. Uno de los proyectos más recientes es Eureka, ideado por una de las jóvenes participantes, para crear “jardines mágicos”. También se aprobó Vermicompost, que incorpora el uso de lombrices para acelerar el proceso de compostaje. Ambas propuestas fortalecen el eje ambiental y educativo de este espacio.
“El compostaje ya lo veníamos haciendo. La tierra que obtenemos la usamos para las plantas”, explicó Sonia. Además, trabajan articuladamente con escuelas que promueven la separación de residuos.
Un lugar para florecer
“Queremos conseguir un espacio más grande para la huerta, porque a la gente le interesa mucho lo orgánico”, anticipó Analía. La idea es poder ampliar la producción de verduras y generar mayores ingresos para los participantes. También, se tiene como iniciativa comenzar con la producción de plantines de árboles, que luego serían usados para forestar diferentes sectores de la ciudad.
Mientras tanto, el Vivero Inclusivo de Frontera continúa siendo un semillero de experiencias significativas. “Uno a veces viene con pocas ganas, pero se va con el corazón lleno”, resumió Analía. En cada maceta, cada brote, cada encuentro, germina una idea sencilla y poderosa: todos tenemos derecho a crecer y hacer lo que nos gusta.