Entrevista
Vanesa Rojas, inspectora de tránsito: “La gente olvida que detrás del uniforme hay un ser humano”
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Toma los exámenes de conducir y en la calle, algunos la llaman “chapacana” sin saber quién es realmente. Ella lo toma con fortaleza y orgullo: “Soy inspectora de tránsito, y estoy para cuidar la vida de las personas”. Con vocación, reivindica una labor que muchas veces se confunde con la recaudación, pero que, asegura, tiene un sentido mucho más profundo: preservar la seguridad vial y educar con el ejemplo.
Por Cecilia Castagno | LVSJ
Con 46 años, Vanesa Marina Rojas lleva más de una década y media en la Policía Municipal de Tránsito de San Francisco. Su historia está atravesada por la entrega, el esfuerzo y una profunda vocación de servicio. “El inspector está para cuidar la vida de las personas”, afirma. En diálogo con Posta / LA VOZ DE SAN JUSTO, habla sin filtros sobre su trabajo, los prejuicios, la empatía y los valores que defiende cada día en la calle.
"Dejé mi vida acá adentro”
–¿Cuánto hace que trabajás como inspectora de tránsito y cómo llegaste a desempeñar este rol?
Ingresé en 2008 y, al año y medio, el director de Policía Municipal de ese momento, Jorge Pignata, me ofreció estudiar en Balnearia, donde matriculaban para hacer exámenes teóricos y prácticos de la licencia de conducir. Con sacrificio y esfuerzo, porque trabajar y estudiar no era fácil, le puse muchas ganas. Tenía 28 años. Mis colegas, como Coqui Gaitán y Juan Barrionuevo, fueron quienes me inculcaron amor por el tránsito, aun sabiendo los riesgos que implicaba. Ellos me hicieron agarrar tanta pasión por esto que siento que dejé mi vida acá adentro. En 2011 obtuve mi matrícula como examinadora y recién en 2023 pude ocupar ese puesto.
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“Al inspector lo ven como alguien que recauda plata para un intendente o para el municipio. Y no es así. El inspector está para cuidar tu vida”
–¿Cómo es un día típico de trabajo?
Actualmente tomo los exámenes teóricos y prácticos de licencia inicial y de renovación. Y los fines de semana estoy en la calle como inspectora de tránsito. Es un trabajo intenso, con mucha responsabilidad y contacto humano.
–¿Qué errores son los más comunes que llevan a desaprobar a los aspirantes?
El miedo. La gente llega muy nerviosa. Yo trato de calmarlos, de que me tengan confianza. Siempre los llamo por su nombre. Muchos me dicen “tenés cara de mala”, pero no, puede ser la presencia. Soy más buena que Lassie (risas). Trato de ayudar, de que no se bloqueen. Algunos no duermen la noche anterior por los nervios. Cuando reprueban se enojan conmigo, pero no asumen su propio error. A veces olvidan ponerse el cinturón o chocan la valla en la prueba de estacionamiento. Les explico que este es un proceso y que las reglas existen por algo.
–¿Crees que las personas son realmente conscientes de la responsabilidad que implica tener una licencia?
Falta mucha cultura vial. Falta compromiso, no solo de los jóvenes, también de los padres, de los adultos. Yo hice seguridad vial en los colegios. En el aula se enseña, pero afuera los espera la mamá sin casco. Esa contradicción es grave. Yo crecí con una abuela que me llevaba a la escuela de la mano, con precaución. Esos valores se aprenden en casa. La educación y la cultura vial tienen que venir mucho de la familia.
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“Falta mucha cultura vial. Falta compromiso. Yo hice seguridad vial en los colegios. En el aula se enseña, pero afuera los espera la mamá sin casco. Esa contradicción es grave”
–¿Qué cambio cultural te gustaría ver en materia de tránsito?
Quisiera que se tome conciencia del valor de la vida. Cuando los adolescentes rinden, yo les recuerdo: “piensen en su familia”. No tengo hijos, pero pienso en mis padres, en mis sobrinos. Con 46 años recién pude comprar mi auto, y eso me enseñó el valor del esfuerzo y de la responsabilidad. Mi papá nunca me prestó el suyo. Me decía: “vos sabés lo que cuesta mantenerlo”. Eso me marcó. A veces me duele cuando escucho por la radio que hubo un accidente. Recuerdo uno que me marcó para siempre, el de un joven de 20 años que murió en Urquiza e Independencia. Ahí pensé en su familia. En cómo la falta de prudencia puede cambiar una vida en segundos.
- ¿Te sentís respetada en tu rol de inspectora o has tenido situaciones difíciles?
No siempre. Al inspector lo ven como alguien que recauda plata para un intendente o para el municipio. Y no es así. El inspector está para cuidar tu vida. Si te veo sin casco, te voy a detener para explicarte que ese casco te protege el cerebro, no por una multa. Yo a la chapa de inspectora no me la puedo sacar. Me voy a casa, pero sigo viendo cosas. Veo mamás con chicos en moto, sin protección. Entiendo las dificultades, pero ¡poneles el casco! No cuesta nada y puede salvar una vida.
–¿Qué es lo que más te gusta y lo que más te cuesta de trabajar en la calle?
Me gusta sentir que puedo ayudar, pero es un trabajo duro. En pandemia nunca paramos. Una noche en la ‘costanera’ (Paseo Cervantes) detuve un vehículo con diez menores alcoholizados. Al intentar evitar que se escaparan, el conductor me cerró la puerta encima y me rompió los meniscos de la muñeca. Estuve un año sin poder trabajar, con una placa de metal. Y lo que más me dolió fue que el padre del chico nunca preguntó cómo estaba. Eso me marcó. Ahí entendí la falta de empatía de muchos.
–¿Qué papel juega la empatía en la convivencia vial?
Falta empatía. La gente olvida que detrás del uniforme hay un ser humano. En Navidad o Año Nuevo brindo con mis padres, con el uniforme puesto. A veces con agua, porque a las dos de la mañana salgo a trabajar. Para nosotros no existen feriados ni cumpleaños. Pero lo elijo cada día. Dejé mi vida acá adentro, y lo volvería a hacer. Para mí esto es una vocación. En 2026 quiero estudiar la carrera de Licenciado en Seguridad Vial. Quiero jubilarme como licenciada en lo que amo.
–¿Qué cambios has notado en el comportamiento de los conductores en los últimos años?
No muchos. En los controles de motos se retienen entre 30 y 50 por día. Algunos dicen que es para recaudar. No entienden que si conducís una moto, tenés que tener casco, patente, licencia y documentación al día. Cumplir la norma es cuidar la vida.
–¿Cómo influye la cultura del “apuro” en los accidentes?
Muchísimo. La gente vive apurada. Así hagas media cuadra, tenés que ponerte el cinturón o el casco. No hay excusa. Las normas no están para molestar, están para proteger.
–¿Cómo es la relación diaria con los conductores?
He ganado muchos amigos en la calle. Algunos me veían y pensaban que era “re mala”, y después me agradecen. Me traen chocolates o un vino por el buen trato. Uno siempre trata de instruir y cuidar a la persona. El inspector está para cuidar. Y cuando alguien me pide perdón por haberme insultado, yo sonrío. Eso también enseña.
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–¿Qué mensaje le darías a quienes están por rendir el examen de conducir?
Que no tengan miedo. Que vengan tranquilos y confiados. Que sepan que nosotros queremos que se vayan con su licencia. No somos enemigos, somos personas que queremos cuidarlos.
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Una vocación que no se apaga
Vanesa combina su uniforme con otras pasiones. Antes de ingresar a la Policía Municipal danzaba folclore —“a mí me conoce la gente por las peñas”, dice—, trabajó en radio y hoy, cuando el tiempo lo permite, hace fotos para locales de ropa. “Soy muy desinhibida, no tengo vergüenza”, confiesa.
Pero detrás de esa energía hay una convicción firme: “Este trabajo es muy duro y muchas veces ingrato, pero lo hago con el corazón. Porque la seguridad vial no es un papel ni una multa: es cuidar la vida del otro”.
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