Entrevista
Pichirica, la parrilla y una vida entre brasas y afectos

Alcides “Pichirica” Bessone es un personaje entrañable de San Francisco. Dueño de un histórico comedor, su vida transcurre entre amigos. Repasó su historia, su pasión por San Lorenzo, las pérdidas que marcaron su camino y su vínculo inquebrantable con la gente.
Por Luis Giordano | LVSJ
Sobre el Paseo del Ferrocarril Mitre, entre las calles San Juan y Perú, el humo sube, la charla se extiende y el fuego nunca se apaga. Allí está él, siempre. Alcides “Pichirica” Bessone es mucho más que el dueño de una parrilla: es un personaje de San Francisco. Todos lo conocen, lo saludan, lo recuerdan. Su nombre es sinónimo de asado, amistad, calle y barrio. Y su lugar, simplemente llamado “Pichirica”, es un refugio de sabores, historias y afecto.
“Yo estaba en la fábrica Sachs y me fui con el retiro voluntario. Ya lo venía haciendo esto, pero fuera de hora. Con mi señora dijimos ‘emprendamos algo’, lo que sea. Vendíamos pollo, era buena plata la del retiro, así que largamos con la parrilla. Empezamos para 30, 35 personas después agrandamos la galería, ya había lugar para 70. Este era todo el patio de mi casa”, comentó “Pichirica” en entrevista con Posta / LA VOZ DE SAN JUSTO.
Así nació la parrilla. Desde abajo. Con las manos, con la familia, con el esfuerzo diario de quien no se achica. Con el tiempo, el lugar creció y se volvió un clásico.
“Uno no quiere dejar”
Hoy, la parrilla abre cuatro días a la semana, y aunque los tiempos cambien, nunca falta gente. “Estoy agradecido. La gente me acompañó en los malos momentos y sigue estando. Hay días mejores, otros no tanto, pero siempre está la gente. Por eso no quiero dejar”, manifestó el parrillero.

Cuando se le pregunta si alguna vez pensó en retirarse, se pone serio: “No le pongo fecha. Mi viejo tenía comedor y carneaba. Un día vendió la máquina y a los tres o cuatro meses falleció. Me quedó muy marcado eso. Yo creo que si te sacan la rutina de golpe, te desacomoda. A mí me gusta estar acá, hablar con la gente, caminar, eso es mi vida también”.
Aunque el comedor ya no funciona con la misma estructura familiar de antes, todavía queda mucho de ese espíritu. “Quedó la piba, con el vaivén de la vida, a veces los chicos van y vienen, mi señora también ayuda, pero ahora está más en el kiosco. Entre las dos cosas, vamos tironeando. Pero yo sigo asando, normal”, agregó el vecino.
Durante la semana, “Pichirica” está en la parrilla y también atiende. Los viernes y sábados se suman dos mozas y otra cocinera. En verano, el equipo se agranda aún más: seis o siete personas. Todos saben qué hacer, cómo hacerlo, y sobre todo, cómo tratar al cliente.
“Hay más buena gente que mala. De diez, ocho son buenos. Siempre le digo a los chicos: no se calienten. Si atendés bien a 300 personas, no te podés enroscar por una o dos. Hay que estar encima, recibir bien, ver las mesas. Yo cuando salgo a comer, me gusta que me atiendan bien. Y acá tiene que ser igual”, remarcó.

El secreto del asado
Para “Pichirica”, no hay fórmulas mágicas. Hay experiencia, mirada, intuición. “Un asado lo hace cualquiera. Crudo, más seco, más jugoso. El tema es el cálculo. ¿Cuánta gente hay? ¿Cuántos hombres, cuántas mujeres? El hombre come más, entonces si hay mayoría de hombres, ponés más. Si hay más mujeres, regulás. Eso ya lo tengo de memoria”, destacó.
Historias que marcan
Cuando empezó, sus hijos eran chicos. “Iban a la escuela secundaria. A veces se dormían porque me ayudaban. Una vez me llamaron de la escuela. Y una maestra me dijo, sin saludar: ‘Qué suerte tuviste, te tiraste a la pileta y tenía agua’. No le dije nada, pero me dolió. Uno no tiene nada, pero algunos te lo reprochan. Después la crucé en un evento, la iba a saludar y se dio vuelta. Eso me quedó grabado, a veces puede haber envidia, pero lo más importante es que uno se esfuerza mucho para tener el lugar que tiene”, manifestó.
Las ausencias que pesan
Habla con emoción de “Poly” Panero, su amigo de siempre. “Compartimos viajes, momentos. Me hubiera gustado tenerlo en estos tiempos buenos. Se extraña. Como dicen: un hermano te lo da tu madre, un amigo te lo da la vida”, comentó emocionado.
También recuerda con cariño a “Tuchi”, uno de sus clientes más fieles. “Murió hace unos días, a los 89. Vino 15 días antes, caminaba hasta acá con las hijas. Los cumlpeaños siempre los pasaba acá. Me decía ‘voy a llegar a los 90’, lástima que no pudo, lo voy a extrañar mucho. Desde la parrilla, un gran saludo a su familia”, añadió.

“Un asado lo hace cualquiera. Crudo, más seco, más jugoso. El tema es el cálculo"
San Lorenzo, el corazón azulgrana
“Yo salgo en bici con la campera de San Lorenzo, todos me reconocen. Y toda mi familia salió cuerva. El kiosco también lo hicimos en honor a Boedo. San Lorenzo es todo para mí”, indicó.
Hoy, además de la parrilla, el kiosco lo hace aún más visible. “Trabajo mucho con la zona. Todos me conocen. Vienen, me saludan, saben que estoy ahí, en el kiosco que representa a mis colores de San Lorenzo. Se armó algo muy lindo”.
El kiosco se volvió una segunda base, una prolongación de su vida social. “Gente que frecuenta San Francisco durante la semana viene y ya sabe quién soy”, añadió el vecino.
La pasión no se apaga
Han pasado 19 años desde que encendió el primer fuego en el patio de su casa. Desde entonces, no paró. “Si hay que estar un año más, también. Mientras pueda, lo voy a seguir haciendo. La gente vuelve, y eso dice todo. Uno se alegra mucho”, señaló. Y como siempre, vuelve al fuego. Al humo. Al lugar donde se siente vivo.
