San Francisco
“De todo se sale laburando”: la historia de superación de Maxi, un mecánico de barrio

Tras un devastador incendio que lo dejó sin herramientas, motos, taller ni rumbo, Maximiliano Pampiglione reconstruyó su oficio y su entorno desde cero. El paso del tiempo, el apoyo de su gente y una enorme voluntad lo pusieron nuevamente en marcha. Hoy comparte lo vivido y lo aprendido.
El 5 de abril de 2021, el fuego consumió en minutos lo que a Maximiliano Pampiglione le había costado años construir. Su taller de motos “RR”, ubicado en Ramón y Cajal al 700, en San Francisco, quedó reducido a cenizas. Perdió herramientas, motos, piezas de colección, recuerdos, pero sobre todo, perdió un espacio que era una extensión de sí mismo. Más de cuatro años después, “Pampi” reconstruyó mucho más que un taller: rehizo su vida, reorganizó su trabajo y encontró nuevas formas de proyectarse sin olvidar lo vivido.
“Hoy estamos bien, trabajando mucho. Por momentos desbordados, pero bien organizados”, destacó el mecánico. Junto a otras dos personas, lleva adelante el nuevo taller con turnos online, lo que les permite optimizar tiempos y atención. “Antes no teníamos esta organización, ahora es distinto”, aseguró a Posta / LA VOZ DE SAN JUSTO.
Además del trabajo en el taller, Maxi da clases de mecánica y electricidad en la universidad. La docencia, que surgió por pedido de la gente, se convirtió en una parte esencial de su presente. “Yo ya venía dando clases en Córdoba, en una academia privada. Desde la Secretaría de Extensión Universitaria me propusieron armar un curso de mecánica de motos porque lo pedían mucho. Lo armamos en dos partes: cuatro meses de mecánica y tres de electricidad. Así logramos que más personas puedan hacerlo, sin que se les haga tan largo”, indicó.
Habla con naturalidad de su actualidad, pero al evocar aquel incendio de 2021, la voz cambia. “De ese día particular solo queda eso: el incendio. El resto es lo que vino después”, señaló. El después fue difícil, angustiante, lleno de incertidumbre. “La pasamos mal, muy mal. No había herramientas, no había motos. Más allá de las pérdidas materiales, estaba todo ese vacío, la sensación de no tener por dónde empezar”, agregó.

El impacto fue tal que durante mucho tiempo pensó que no se repondría. “Veíamos todo negro con mi pareja, estaba completamente perdido. No sabía cómo íbamos a salir de esa”, añadió. Sin embargo, con el correr de los meses, y con la ayuda de mucha gente, comenzó a reconstruir. Meses después, volvió a abrir el taller. Pero la sensación no era la misma.
“Yo entraba y sentía que no era mi taller. Decía ‘este no es, yo quiero el anterior’. Me levantaba y lloraba por las cosas que ya no estaban, por las motitos de colección que tenía, que me acordaba cómo las había conseguido. Eso te queda adentro. Te duele”, confesó.
El proceso de duelo por lo perdido fue largo, incluso llevó años. Pero con el tiempo, todo empezó a acomodarse. “Te vas acostumbrando a lo nuevo. Y un día te das cuenta de que las cosas no solo se reacomodaron, sino que empezaron a mejorar. Hoy, el espacio es más amplio que antes, por ejemplo, hay una pared que se derrumbó nunca se volvió a levantar. En este sentido, la dinámica de trabajo cambió para bien”, remarcó.
“Pampi” no duda al decir que todo se logró “laburando”. No hubo otra fórmula. “Si yo me hubiera tirado, si no hubiese trabajado más, hoy estaría lleno de deudas, trabajando de empleado en cualquier lado. Todavía tenemos deudas, claro, porque no se sale de una pérdida así de un día para el otro. Pero se sale. Todo con tiempo, paciencia y trabajo”, comentó el mecánico.
La pregunta inevitable es a quién le agradece todo ese acompañamiento. Y ahí no hay una respuesta única. “No te podría decir quién fue la persona que más me ayudó. San Francisco es una ciudad muy solidaria. Cuando pasa algo, la gente se mueve. Nos conocemos todos, y eso se nota. Te ayuda gente que no esperabas. Te sorprende, a nosotros nos ayudó una banda de gente y eso es muy reconfortante”, manifestó.
En esa red de contención aparecen amigos, conocidos y también personas que se acercan en el momento justo con las palabras necesarias. “Me pasó de tener charlas con amigos que me hacían ver las cosas de otra manera. Porque en ese momento uno no ve nada. Ves todo mal, todo negro. Y alguien te dice algo y hacés un clic. A veces es una charla. A veces es un gesto. Y eso te mueve”, destacó.

Cuando se le pregunta si el Maxi de 2021 creería en el presente que está viviendo, no lo duda: “No. Bajo ningún concepto y si alguien hubiese venido del futuro a decirle que todo esto iba a pasar, probablemente hubiese rechazado esa posibilidad. No lo hubiera querido pasar. Por más que me dijeran que hoy estaría mejor, que estaría más cómodo, no. Porque lo que no se tiene en cuenta en todo esto es el impacto psicológico”, remarcó.
Lo económico es una parte. Pero hay otra dimensión más profunda. En este sentido, indicó: “Ese día del incendio se me murió una parte mía. Una parte que no vuelve. Porque para sobrevivir, algo tenés que dejar atrás. Y ese impacto no es solo en lo material, es en las relaciones, en la pareja, en uno mismo. Estás, pero no estás. Estás con la cabeza en otro lado”.
Durante más de dos años y medio, Maxi sintió que no estaba presente. Iba al taller, vivía el día a día, pero su mente seguía atrapada en lo que había pasado. “Hasta que un día decís ‘pará, esto me está haciendo mal a mí y le está haciendo mal a los que me rodean’. Y ahí empezás a salir. A volver”, detalló.

La familia, en ese proceso, fue su pilar. Pero no en el sentido tradicional. “Mi familia es mi novia y mis perros. Tengo una perrita blanca que tiene 14 años, y a veces le pido perdón por todo lo que le hice pasar. Ella también se comió todo el incendio, estuvo ahí conmigo en todo”, comentó. El concepto de familia, para él, es amplio. “Las amistades son familia. La gente que uno elige es familia y esa familia no me dejó nunca tirado”, agradeció.
Hoy, a más de cuatro años de aquella jornada trágica, Maximiliano Pampiglione volvió a ponerse de pie. Su taller funciona, enseña, trabaja con empresas, tiene una vida ordenada. Pero sobre todo, lleva en la espalda la experiencia de haber perdido todo y haberlo reconstruido, paso a paso, sin atajos. “No se sale de un incendio rápido. No hay magia. Pero se sale. Y si se sale, es trabajando”, concluyó.
