Historias
Caro y Pauli, el arte de valorar el tiempo para volver a encontrarnos
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Desde una casa de puertas abiertas en San Francisco, Carolina Casuscelli y Pauli construyen un espacio donde el origami es apenas una excusa para algo más profundo: encontrarnos como seres humanos, reconocernos en el latido del corazón y celebrar la vida tal como es.
En una casita de barrio, a pocos metros de la Plaza General Paz, el ruido de la ciudad se diluye apenas uno cruza la puerta. Allí no hay relojes apurando ni agendas cargadas. Hay papel, mates, miradas y silencios que hablan. Ese espacio se llama Celebrarte y nació, sin planificación ni estrategia, de un encuentro que cambió dos vidas para siempre.
La historia comienza en 2009, cuando Carolina Casuscelli, con 26 años, viviendo en Buenos Aires realizó una experiencia de voluntariado en el Cottolengo de Claypole. No fue una elección pensada ni buscada: simplemente surgió la posibilidad y decidió aceptarla. En ese mes de convivencia, Carolina conoció a Paula Aguirre, hoy de 42 años, residente del lugar, quien vive la experiencia de la discapacidad motriz e intelectual profunda. Lo que entonces no podía imaginar era que ese encuentro se convertiría en el eje de su vida.
Pauli vivió en la ex Casa Cuna, hoy Hospital Elizalde, y permaneció allí hasta los seis años. En septiembre de 1989 llegó al Cottolengo, donde creció y vivió gran parte de su vida. No tiene contacto con su familia biológica. Para Carolina, sumarla a su vida también fue un proceso profundo, de descubrimiento y transformación. “En el Cottolengo encontré eso que venía buscando desde hacía mucho tiempo: la motivación y el sentido de mi vida”, reconoce.
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Desde que se conocieron y se eligieron, nunca más se separaron. Hoy viven juntas en San Francisco, donde Carolina es la figura de apoyo de Pauli, tal como lo establece la Ley Nacional de Salud Mental (26.657), que reconoce el sistema de apoyos para acompañar a las personas en el ejercicio de sus derechos y en la toma de decisiones.
Cuando el tiempo se vuelve un regalo
Carolina suele decir que Celebrarte se fundó el día que conoció a Pauli. “La dinámica de la agenda se detuvo al empezar a compartir la vida con ella. Yo no podía seguir haciendo tantas cosas y Pauli me regaló esa pausa, ese hacer todo más lento, más despacito”, explicó en diálogo con Posta / LA VOZ DE SAN JUSTO.
En aquel momento, Carolina se dedicaba a la gastronomía y había estudiado cocina. Sin embargo, ese nuevo ritmo de vida abrió un cambio profundo. Comenzó a transitar un camino ligado a lo terapéutico y hoy se desempeña como terapeuta corporal, acompañando personas desde un enfoque centrado en el cuerpo y en el lenguaje de las sensaciones. “Se abrió una posibilidad mucho más alineada a mi nueva realidad de vida y a descubrir lo que verdaderamente me encajaba”, sostuvo.
El tiempo compartido con Pauli empezó a tener otra densidad. Eran tiempos “detenidos”, como los define Carolina, momentos en los que la prisa dejaba de tener sentido. Observó que a Pauli le gustaba el aire libre y comprendió que necesitaba encontrar una actividad manual que no dependiera de estar puertas adentro.
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El origami apareció casi de manera casual, cuando una amiga le regaló una estrella de papel. “Ahí me pregunté qué era eso y empecé a descubrir que podía llevar papelitos a donde estuviéramos”, recordó. En esos intercambios, en plazas, ferias o encuentros espontáneos, comenzó a plegar papel junto a Pauli y otras personas.
Con el tiempo entendió que el objetivo no era el resultado final. “Yo siempre digo que no soy una origamista. Hacemos poquitas piezas. Vienen chicos y me muestran dinosaurios increíbles y yo digo: hasta ahí no llego”, contó entre risas. Lo que la enamoró fue la práctica. “El origami está alineado a los procesos, a la pausa, a ir despacito. Es una meditación activa”, explicó.
La repetición de patrones, la atención puesta en el gesto y el movimiento, comenzaron a revelar algo más profundo. “Hoy sabemos que repetir patrones y enfocar la atención regula nuestro sistema nervioso”, señaló. Para Carolina, plegar y desplegar el papel, expandir y contraer, es una metáfora de la vida misma. “Todo es un reflejo, un espejo de lo que vamos atravesando”, afirmó.
El latido que nos hace iguales
Celebrarte fue tomando forma como un proyecto con una fuerte impronta social. Carolina aclara que no se define desde la discapacidad. “Yo no me dedico a la discapacidad. Yo estoy en lo humano”, enfatizó. La presencia de Pauli la invitó a vincularse con realidades fragilizadas, pero desde un lugar de encuentro genuino.
En ese camino surgieron propuestas diversas: talleres ocasionales de origami para niños, adolescentes y adultos; participación en ferias; y una iniciativa que se volvió símbolo del espacio: los “mates de la vereda”. “Es una excusa barrial para generar espacios de encuentro”, explicó. Sentarse en la vereda, compartir un mate y conversar se transformó en un gesto simple pero profundamente político y humano.
Este año, Celebrarte impulsó además las “corazonadas navideñas”, una propuesta que se desplegó en cinco espacios comunitarios: la Residencia Femenina, el merendero Casa de Belén de Frontera, el Comedor de La Virgencita, el Refugio Nocturno y La Luciérnaga. Allí armaron arbolitos de Navidad y plegaron corazones de origami junto a personas en contextos de vulnerabilidad.
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“El mensaje es que más allá de todo lo que se vea, más allá de las apariencias, todos tenemos un corazón que está latiendo”, explicó Carolina. Para ella, ese latido es el punto de encuentro esencial. Pauli no tiene lenguaje verbal, algo que muchas veces se percibe como una limitación. Sin embargo, Carolina propone otra mirada. “Pauli tiene un sonido que tenemos todos: el latido del corazón. Ese sonido nos hace iguales”, afirmó.
Conectarse desde ese lugar implica acercarse, estar presentes. “Eso no lo creamos desde las redes sociales”, advirtió. Requiere tiempo, disponibilidad y un gesto concreto hacia el otro. “Cuando regalás una pieza de origami, regalás tiempo”, sostuvo. Tiempo dedicado, tiempo compartido, tiempo puesto al servicio del encuentro.
“Hoy es fundamental encontrarnos como comunidad, crear espacios donde volver a descubrir que somos humanos”, reflexionó Carolina. Ser signo, como ella lo define: mostrar que otra forma de vincularnos es posible. “No vamos a resolver los problemas sociales, pero sí podemos ser signo de una humanidad posible”, aseguró.
Celebrarte es eso: una casa abierta, una referencia barrial, un espacio donde la vida se celebra como es. Donde el papel se pliega despacio, el mate se comparte sin apuro y el latido del corazón recuerda que, en lo esencial, todos somos iguales.
