Análisis
Una provocación absurda

Cambio de nombre del Salón de las Mujeres de Casa Rosada. Una actitud de tintes pendencieros, similares a las que los impulsores de esta decisión cuestionan a sus rivales políticos.
A la gravedad de la situación del país en materia socioeconómica se le añade la vertiginosidad con la que se suceden acontecimientos que alteran la vida de la ciudadanía, conformando un panorama por momentos casi inasequible para cualquier intento de colocar algo de sentido común y reflexión sobre los episodios que se suceden.
Sin embargo, la misión histórica de la prensa no solo ha sido informar sobre los hechos de interés público e interpretarlos, sino también, buscando iluminarlos a la luz de principios e ideas, dejar sentadas posturas que eleven el nivel del debate público, siempre respetando la libertad de quienes son receptores de su mensaje. Esta última función hoy se ve diluida por las burbujas de filtro y las cámaras de eco que han generado las redes sociales y que impiden el contraste de argumentaciones que abran la mirada hacia puntos de vista divergentes, aunque más no sea para encontrar afirmaciones que puedan rebatirlos.
En la Argentina de las últimas décadas, la posibilidad de debatir a conciencia y con altura se ha visto menguada al extremo. Sobran las descalificaciones, los insultos, las ironías y las agresiones verbales. Estas voces encarnan hoy el meollo de la discusión de los asuntos públicos, hecho que termina desencajando el foco y deriva en provocaciones que se festejan o se cuestionan con igual intensidad.
Así, no es otra cosa que una provocación el reemplazo del Salón de las Mujeres por la Galería de los Próceres en la Casa Rosada, anuncio que se hizo –justamente- en el Día Internacional de la Mujer. No porque algunos de los personajes que han vuelto a ser expuestos como figuras cumbres de la historia nacional no merezcan el reconocimiento. Sí porque se trata de una actitud de tintes pendencieros, similares a las que los impulsores de esta decisión cuestionan a sus rivales políticos.
Es verdad que los excesos del kirchnerismo llegaron al extremo de reescribir la historia para acomodarla a su relato. Y que, para ello, denigraron, calumniaron u olvidaron a propósito a personajes centrales del pasado. Pero lo mismo ha ocurrido con la decisión de eliminar un homenaje a mujeres importantes de nuestra historia –que, por cierto, contenía los rasgos propios de aquel relato sesgado- para reemplazarlas con las imágenes de los líderes políticos que la facción gobernante considera ejemplares y reivindicadores de su ideología.
Las desproporciones son siempre perjudiciales. Y generan injusticias. La lógica imperante sobre quiénes deberían aparecer o no en estos homenajes fomenta la polarización y restringe el ámbito en el que pueda darse un debate sereno sobre los personajes históricos que contribuyeron al crecimiento de la Patria. Pese a que intentan diferenciarse a cada paso que dan, las facciones que pugnan por el poder en la Argentina ostentan un mismo ánimo polarizador que destruye el diálogo sereno y terminan generando provocaciones absurdas como la comentada. Disputas de una supuesta batalla cultural por escribir la historia que solo contribuye a agigantar la división y postergar las soluciones urgentes que el país todo aguarda para salir del dramático momento que se vive.