Arquitectura
Una fábrica de 1937 renace como local comercial: “Encontramos un monstruo dormido, un tesoro arquitectónico”

En Bv. 25 de Mayo y Almafuerte, una intervención arquitectónica respetuosa transformó un emblemático edificio en un nuevo espacio, conservando su esencia. “Esperamos que esto motive a apostar por rescatar espacios patrimoniales de la ciudad”, anhelan las profesionales a cargo de la obra, María Eugenia Saldivia y Laura Marchese.
La tradicional esquina de Bv. 25 de Mayo y Almafuerte, en pleno centro de San Francisco, recuperó su vitalidad urbana con la llegada de la marca argentina Pampero. Pero detrás de esta apertura comercial se esconde un proceso mucho más profundo: la recuperación y puesta en valor de un edificio de casi 90 años de antigüedad que forma parte del patrimonio arquitectónico e industrial de la ciudad. En este proceso, las arquitectas María Eugenia Saldivia y Laura Marchese encabezaron una intervención respetuosa y minuciosa, con el objetivo de adaptarlo a las nuevas necesidades comerciales sin perder la esencia histórica que lo define.
El edificio fue construido en 1937, según los planos del estudio Maisonnave-Daumas-Manzella a los que accedieron Saldivia y Marchese. Originalmente fue parte de un conjunto arquitectónico de uso industrial vinculado a la manufactura del cuero, una actividad clave en la historia productiva de San Francisco. Allí funcionó durante mucho tiempo la reconocida fábrica Taglioretti y Bianchi, muy conocida en la ciudad por su trayectoria en el trabajo con cuero. “Se trata de un inmueble emblemático, no solo por su historia y ubicación, sino también por sus dimensiones y su configuración como conjunto”, explica Saldivia a LA VOZ DE SAN JUSTO.

La obra fue pensada desde su origen como una unidad integrada: al edificio principal se sumaban viviendas por Almafuerte y 25 de Mayo, así como otros espacios anexos utilizados como depósitos y lugares de expedición. Durante décadas, este conjunto permaneció relativamente invisible para los transeúntes, dado su uso interno y el escaso contacto que ofrecía con el espacio público. La recuperación actual implicó revertir esa condición, abriendo el edificio a la ciudad y devolviéndole protagonismo a una esquina que había perdido su vitalidad urbana al permanecer tanto tiempo cerrado.
Un diagnóstico como punto de partida
Antes de cualquier intervención, el proceso comenzó con un relevamiento exhaustivo. “El diagnóstico fue clave. Realizamos inspecciones sector por sector, analizamos los sistemas constructivos, su estado de conservación, y a partir de ahí elaboramos un diagnóstico general de intervención”, relata Marchese. Ese diagnóstico fue el que permitió identificar no solo los problemas, sino también las enormes potencialidades del edificio: amplitud de espacios, estructuras sólidas, buena calidad de materiales y un estado de conservación sorprendentemente bueno para su antigüedad.
“Encontramos un monstruo dormido, un tesoro lleno de potencialidad para muchísimas actividades y usos. Su uso se limitaba a depósito de materiales y máquinas, pero observamos una excelente calidad constructiva y muy buen nivel de conservación en toda su superficie, con un deterioro mínimo en pequeños sectores de simple restauración”, afirman.
El respeto por lo existente como premisa
El enfoque del proyecto fue claro desde el inicio: intervenir lo mínimo indispensable, manteniendo la esencia del edificio. “Nos propusimos reducir al mínimo la intervención, conservando estructura, distribución y la composición original de fachada”, indica Saldivia. Uno de los grandes aciertos del proyecto fue precisamente ese equilibrio entre lo viejo y lo nuevo: respetar la arquitectura original, pero adaptarla funcionalmente al siglo XXI.
Se conservaron íntegramente las fachadas, con un tratamiento superficial que consistió en un hidrolavado y una protección posterior. Solo se intervinieron las aberturas, que fueron ampliadas para permitir el funcionamiento de vidrieras, fundamentales para un local comercial. “La idea no fue contrastar, sino mantener el menor impacto sobre la imagen de la construcción original”, señalan.
Las decisiones materiales también siguieron ese criterio. Por ejemplo, en el caso de los toldos de la esquina, el mecanismo original seguía en funcionamiento, por lo que solo se restauraron las lonas, conservando todo lo demás. Esa lógica de reutilizar lo valioso, mantener lo funcional y resignificar lo olvidado atravesó todo el proyecto.
Una nueva vida para un edificio icónico
La intervención actual representa solo la primera etapa de un plan más amplio. En esta instancia, se recuperó el sector que en su origen cumplía funciones administrativas dentro del complejo industrial. Para adaptarlo al uso comercial actual, se construyeron un baño, una kitchenette y un nuevo núcleo de circulación vertical con escalera y montacargas, que permite acceder a la planta alta correspondiente.
“Las adaptaciones constructivas realizadas fueron esenciales para cubrir las necesidades de cualquier local comercial clásico. Pampero, como franquicia, ya cuenta con un diseño interior propio, por lo que nuestro trabajo fue generar un soporte edilicio adecuado sin alterar la identidad arquitectónica del lugar”, aclara Marchese.
Uno de los puntos más destacados fue la resignificación de los patios internos. Anteriormente utilizados como áreas de servicio o simplemente espacios residuales, ahora pasan a ser fundamentales para la ventilación e iluminación natural del edificio, especialmente pensando en futuros usos gastronómicos o comerciales. En lugar de verlos como obstáculos, las arquitectas los convirtieron en recursos estratégicos para el bienestar y la funcionalidad.

Además, el proyecto contempla la creación de módulos de diferentes dimensiones, que van desde los 100 hasta los 700 metros cuadrados, con la posibilidad de combinar superficies según las necesidades específicas de cada emprendimiento. “El edificio puede albergar múltiples usos —gastronómicos, comerciales, recreativos— manteniendo una imagen unificada y coherente con su origen”, destacan las arquitectas. Actualmente, se encuentra en etapa de finalización un nuevo local sobre el sector de Bv. 25 de Mayo, que suma 296 metros cuadrados distribuidos entre planta baja y alta.
Más allá del caso puntual, la intervención sobre este edificio tiene un valor simbólico y estratégico para la ciudad. En un contexto donde muchos inmuebles históricos quedan en desuso o sufren transformaciones que borran su identidad, este proyecto propone otro camino: uno que reconoce el valor del patrimonio, lo resignifica y lo adapta sin destruirlo.
“Trabajar en la recuperación y refuncionalización de edificios es parte de la transformación urbana de las ciudades. Los usos van cambiando o tienen que erradicarse de los sectores céntricos, entonces estos edificios que por ser icónicos y generalmente de una excelente calidad constructiva necesitan encontrar un nuevo uso que se adapte a la vida contemporánea, reactivando áreas céntricas y permitiendo un desarrollo sostenible de la ciudad”, reflexiona Saldivia.
En ese sentido, la obra también tiene un valor ejemplar. “Esperamos que este tipo de intervenciones motive a apostar por rescatar espacios patrimoniales de la ciudad. Es una forma concreta de reactivar zonas céntricas, poner en valor lo propio y fomentar un desarrollo urbano más sostenible”, agrega Marchese.
Una esquina con historia que vuelve a mirar al futuro
La revalorización del edificio donde hoy funciona Pampero demuestra que es posible renovar sin destruir, adaptar sin borrar, transformar sin perder identidad. El trabajo realizado por Saldivia y Marchese representa una apuesta clara por una arquitectura que mira al pasado con respeto y al futuro con inteligencia.
En una ciudad como San Francisco, donde conviven distintas capas de historia en su trama urbana, este tipo de intervenciones se vuelve cada vez más relevante. No solo porque recuperan inmuebles valiosos, cómo por ejemplo el Paraboloide de Av. Urquiza, sino porque devuelven vida, circulación y sentido a espacios que el tiempo parecía haber condenado al olvido.
Hoy, esa esquina que supo albergar oficinas industriales vuelve a latir, no desde la producción, sino desde el encuentro, la circulación y el comercio. Y lo hace sin renegar de lo que fue, gracias a una mirada profesional y profundamente comprometida con el patrimonio arquitectónico de la ciudad.