Una chica quiere cantar y no la dejan

"Un día en la vida" a través de su autor pone la pluma sobre Sinéad. Ella no es alguien común, no lo fue nunca. No quería que la vieran directamente, querían que entendieran su mensaje. Sus objetivos trascendía a los valores convencionales, a la óptica tradicional en que se miden las cosas. Sinéad solo quería cantar pero nunca pudo hacerlo por completo.
Por Manuel Montali
Pienso en el coraje. Pienso en alguno de esos cuentos de Borges en donde un personaje descubre su destino y su ser en un acto de arrojo tan valiente como fatal. Y valiente y fatal, a veces, suenan a inútil. Pienso en "Sur" o en "El fin".
Hay una mujer de pie en el escenario. Hasta hace un momento se reía con inocencia. Es joven. Es bella. Aunque su belleza no es convencional, es desafiante, y eso no siempre se perdona. La mujer quiere cantar, pero no la dejan. Quiere cantar una cancioncilla romántica de un futuro Premio Nobel de Literatura. Una canción que no ofende a nadie. Pero igual no la dejan.
El abucheo es atronador. Suena como un lobo, como el viento liberado por la noche en la Patagonia, en el Sur del cuento de Borges. Es el Madison Square Garden, en octubre de 1992, y hay miles de personas muy pero muy enojadas. Algunos músicos intentan arrancar la canción. Es imposible. Es el reverso cruel de esos recitales de los Beatles en Estados Unidos, en donde la histeria que no los dejaba cantar era por amor.
Sinéad, la chica de estética punk nacida en Irlanda unos veinticinco años antes, no se achica ni se esconde. Mira al frente. Ese cuerpo menudo, esa voz angelical que suena por todos lados diciendo "Nothing Compares 2 U", engañan fácil. Abajo hay una pantera. Viene de una infancia dura y de ser madre casi adolescente. Unas miles de personas silbándola no pueden derrumbarla. Se cruza el cuello con una mano y los músicos entienden que no van a tocar la canción de amor. "Ok", dice. Da una indicación sobre el micrófono: "Suban esto".
Entonces, con una rabia que retruca la del estadio, la chica canta "War", de Bob Marley, a capella, a los gritos, en una versión especialmente adaptada. Y luego se va. Kris Kristofferson, que la había presentado en el escenario sin saber que la estaba tirando a una manada de lobos, la ataja con un abrazo y le pide lo que ella ya sabe: "No dejes que estos bastardos te tumben".
Esa versión de "War" es la que Sinéad había cantado dos semanas antes, cuanto la invitaron al piso de Saturday Night Live, conocidísimo programa de Estados Unidos. Allí había reemplazado el "racismo" de la letra original por "abuso de menores". Había tomado una foto del Papa "Juan Pablo II" y la había roto en pedacitos frente a la cámara, subrayando "Maldad" y cerrando con: "Combatan al enemigo real".
El buen y querido "Papa viajero", como cabeza de la Iglesia, era un símbolo. Sinéad pedía combatir los abusos de menores. La gente se quedó con la fuertísima imagen de la foto hecha añicos... Nadie entendió que Sinéad, con ese look casi extraterrestre, vivía fuera de su tiempo. Su popularidad se fue al piso. Hay videos de aplanadoras pasando en esos días por encima de montañas de discos suyos desechados por fanáticos ofendidos.
La carrera de Sinéad se volvió errática. Ella misma se volvió errática.
Hay unas líneas de esa canción que no pudo cantar en el Madison, esa canción romántica de un futuro Premio Nobel, que dicen: "Ellos me muestran la puerta. Me dicen que no vuelva más. Porque no soy como les gustaría que fuera. Y yo, yo me alejo caminando en soledad".
Una chica de veinticinco años, cantando su rabia sola frente a miles de personas que la abuchean. Es entonces cuando pienso en el coraje.