Sociedad
Un bastón que vuelve a brillar: hallan una pieza clave de la Banda Lisa Femenina del San Martín
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Un hallazgo histórico reavivó la memoria de la Banda Lisa del Colegio Superior San Martín: el tambor mayor utilizado por la primera bastonera de la banda femenina en 1966. La pieza había sido conservada durante décadas por Stella Maris Bertotti y fue recuperada gracias a la colaboración de Ana Ester Bosco. Docentes iniciaron los trámites para declarar a la banda Patrimonio Cultural Inmaterial de la ciudad.
Por María Laura Ferrero | LVSJ
San Francisco respira bandas lisas. No es casual que haya sido declarada la ciudad con mayor número de agrupaciones escolares de este tipo en el país y que cada año, la tradicional Retreta convoque a cientos de familias que se emocionan al compás de tambores y trompas. Pero esta vez, la historia sumó un capítulo especial: se encontró el tambor mayor original de la primera bastonera de la Banda Lisa Femenina del Colegio Superior San Martín, formada en 1966.
La pieza, de bronce y con insignias vinculadas a la escuela naval, había sido conservada por Stella Maris Bertotti —primera bastonera— hasta su fallecimiento. Su hermano, al enterarse de la existencia del museo escolar, decidió donarlo al colegio.
“Es nuestra identidad como colegio. Es la primera banda lisa a nivel país, y nació aquí, en 1945”, explicó la profesora Verónica Luque, integrante de la Comisión de Patrimonio del Colegio San Martín. “Al principio fue masculina, pero en 1966, las mujeres, como no eran aceptadas, crearon su propia banda. Fue un acto de decisión, de participación y también de igualdad”, subrayó.
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Luque, junto a las docentes Rosana Depiante y María Eugenia Mazzurco, decidió profundizar la investigación histórica sobre la banda femenina tras realizar un curso sobre conservación patrimonial. “Aprendimos cómo preservar objetos que no son solo cosas, sino portadores de identidad. Al rastrear la historia del tambor mayor encontramos relatos que se cruzan entre lo escolar, lo social y lo afectivo”, contó.
Aún se investigan los orígenes del tambor. “Hay una hipótesis que dice que el papá de la bastonera lo mandó a hacer. Otra señala que lo entregó el Ejército, cuando acá funcionaba la fábrica militar. Es fascinante porque se abre una puerta a la historia local y nacional”, detalló la docente.
Fue entonces cuando la figura de Ana Ester Bosco se volvió clave. Fue integrante de aquella primera banda femenina, trompa desde 1963, y actualmente forma parte del grupo del Reencuentro, que reúne a exintegrantes activos. Es también autora del libro Memorias... y la Banda salió tocando, y colaboradora constante del museo escolar.
“Yo nací y viví en San Francisco, y entré a mi querido colegio nacional, del cual no permito que se hable mal”, dice entre risas y emoción. “Cuando nos convocaron para los 60 años de la banda, volví a tocar como cuando tenía 17 años. Te pone la piel de gallina. La banda te marca para siempre”.
Bosco fue una de las primeras elegidas para integrar la agrupación de mujeres y recordó aquel momento con claridad: “El tambor mayor era pesado, de bronce, y la bastonera era Stella Maris Bertotti. Era tan simbólico que cuando su familia me escribió y me dijo ‘Ana, encontramos el bastón’, sentí que la historia volvía a latir”.
Y así fue. Esta pieza, cuidadosamente guardada durante décadas, apareció. “Es un objeto, sí, pero es mucho más: está cargado de valores, recuerdos y sensaciones”, dijo.
Para Bosco, la banda fue un espacio de construcción de amistades, identidad y compromiso. “Yo elegí el San Martín porque tenía banda. Y hoy muchos chicos siguen entrando por eso. La banda te enseña responsabilidad, pertenencia, humildad y respeto. Te da algo que queda para siempre”.
Más jóvenes, pero los mismos valores
Los integrantes actuales de la Banda Lisa del Colegio San Martín se sienten muy emocionados por este hallazgo. Para ellos, la banda no es solo música: es compromiso, identidad y comunidad.
“Estar en la banda es orgullo y sentido de pertenencia”, aseguró Ariana Montenegro, de quinto año. “El sonido de las trompas, el redoble de los tambores, la disciplina, todo lo que aprendés ahí queda plasmado en cada acto. Para mí, es lo más importante dentro del colegio”.
Pablo López, de sexto año, vive este tiempo como despedida. “Ser parte de la banda es asumir una responsabilidad mayor. No es lo mismo hacer la secundaria estando dentro de la banda, porque te vuelve ejemplo. Te forma para la vida”.
Para Jazmín Araya, trompa mayor, la banda es comunidad: “Somos una sola banda. No hay individualidades. Lo que más me gusta es el compañerismo y el amor con el que tocamos”.
Danilo Pereira lo resume con una frase: “El sentido de pertenencia es algo único. No te lo da solo el instrumento, te lo da la gente que forma parte”.
Florencia Mondino reconoce que la bandera de los valores se transmite: “Entré desde primero año y siempre dije que quería llegar a ser autoridad. Para mí, hoy ser redoblante es haber cumplido un sueño”.
Quimei González agrega una definición que atraviesa generaciones: “Ser autoridad es estar al frente, pero no para mandar, sino para acompañar. En la banda somos todos iguales, pero algunos tenemos la camiseta puesta para enseñar”.
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Cuando la escuela se vuelve museo
Lo que empezó como un simple pedido de ordenar fotografías terminó abriendo una puerta inesperada: la historia viva del Colegio Superior San Martín. Un grupo de docentes, ex docente, bibliotecaria y estudiantes decidió asumir el desafío de rescatar, cuidar y contar el patrimonio institucional. Así nació el Museo Escolar, hoy convertido en el corazón identitario del colegio y en la base de futuras declaratorias patrimoniales.
“Al principio no había museo. Había fotos, objetos, documentos sueltos, pero nada catalogado, nada identificado”, recordó la profesora Verónica Luque, integrante de la Comisión de Patrimonio. “La directora nos pidió armar una galería fotográfica, pero cuando empezamos a ordenar, entendimos que no se trataba solo de acomodar cosas, sino de reconstruir una historia”.
Esa reconstrucción no se hizo solo desde el archivo, sino desde la emoción, la escucha y el trabajo colaborativo. Con estudiantes como protagonistas.
“Hace dos o tres años que participo”, contó Camila Madera, de sexto año. “Antes era mucho más difícil porque había que investigar, entrevistar, entender cómo se usaban los objetos, ubicar todo, explicarlo. Hoy está más ordenado, pero siempre agregamos cosas nuevas. El museo crece todo el tiempo”.
La formación del museo permitió reconocer que cada objeto no es solo un recuerdo, sino una huella de pertenencia. Un instrumento, una fotografía, un uniforme, un recorte viejo de diario, un tambor mayor: todo vuelve a tener nombre, historia y sentido cuando alguien lo cuenta.
“Me encanta explicar la historia del colegio, contar cómo evolucionó”, dijo Valentina Pérez, de cuarto año Robótica, guía durante la Noche de los Museos. “La gente se sorprende con los objetos y se emociona con los relatos. No es contar objetos, es contar quiénes fuimos y quiénes somos”.
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Del museo al patrimonio
La consolidación del Museo Escolar abrió una nueva etapa: la de patrimonializar aquello que ya habita la memoria colectiva. Poco a poco, los objetos fueron dando paso a los símbolos. Y entre ellos, uno se impuso con fuerza: la Banda Lisa del Colegio Superior San Martín.
Luque lo explicó con claridad: “Hace poco iniciamos el camino para lograr la patrimonialización de la Banda Lisa del colegio. Empezamos a investigar cómo convertirla en un bien patrimonial de la comunidad. Y aunque es un bien inmaterial, su valor es incuestionable”, relató la profesora que junto a sus colegas Rosana Depiante y María Eugenia Mazzurco presentó este tema en el Curso de Conservación del Patrimonio Cultural, llevado a cabo en la Escuela Superior de Bellas Arte Dr. Raúl G. Villafañe.
Para la docente, banda lisa reúne todos los valores que exige la patrimonialización: “Tiene valor histórico, cultural, educativo, artístico. Tiene valor comunitario, porque la ciudad reconoce, ama y se identifica con la banda. Es un símbolo vivo de San Francisco”, afirmó.
El proceso está en marcha. Y ya llamó la atención de la propia Municipalidad. “Ellos están sorprendidos porque nunca habían trabajado con un bien inmaterial. Siempre con objetos o edificios. Pero esta vez entendieron que el patrimonio también puede sonar, marchar, emocionarnos”, relató Luque.
La docente lo ve como una siembra: “Esto es una semilla que germinó. No sabemos quién lo seguirá, pero ya empezó. Si se convierte en patrimonio, se protege, se cuida, no depende de personas aisladas. Queda para la comunidad”.
Guardianes del museo y del futuro
El museo no solo conserva objetos: forma personas. Los estudiantes se volvieron guardianes de la historia, guías culturales y transmisores de identidad.
“Para participar hay que tener buenas notas, buena conducta y ser responsable”, afirmó Luque, quien aseguró la excelente calidad académica de sus alumnos.
“No es para faltar a clase ni para perder tiempo. Es para representar al colegio y para contar su historia”, contó Julieta Díaz, de Tercero B.
Lo que viven en las visitas guiadas es poderoso: “La gente se emociona cuando escucha a los chicos explicar”, dijo Luque. “Muchos exalumnos descubren cosas del colegio que no sabían, y se sorprenden de que los estudiantes manejen esa historia con tanta seriedad y cariño”.
“Explicar es aprender. Cada foto, cada nombre que contamos, es como si lo conociéramos. El museo te mete en la historia”, resumió Juliana Rosales, de Quinto Naturales.
El patrimonio no está guardado: está vivo
A medida que el museo crece, también lo hace el compromiso. Aparecen nuevos objetos, nuevos relatos, y sobre todo, nuevas preguntas.
“¿Quién va a seguir con todo esto?”, se preguntan a veces. La respuesta llega sola, en forma de paso firme de trompa o redoblante: siempre hay alguien más.
Porque aquí, el patrimonio no está quieto. No se guarda: se transmite. Late en los pasillos, desfila en la Retreta, emociona a exalumnos, sueña con ser declarado patrimonio y vuelve —una y otra vez— a donde nació: la escuela.
