¿Tienen vigencia los valores sanmartinianos?

Los egos, la ineficacia y la impericia dominan desde hace algunas décadas la escena pública. Y, con ello, sobrevino la larga sucesión de desatinos que desvirtuaron el camino noble trazado por San Martín.
Se cumplen 171 años del paso a la inmortalidad del general José de San Martín. Años atrás, el día feriado permitía repasar la vida del máximo prócer de la Nación. Hoy, su evocación pasó al primer lunes de la semana, priorizando otros intereses antes de la mirada que debería hoy ser prioritaria: la de abrevar en sus enseñanzas y en su ejemplo para afrontar la situación que vive el país.
San Martín organizó ejércitos "bajo las leyes de la disciplina, en nombre de la Patria y para servir a la comunidad", afirma Bartolomé Mitre. No lo hizo para ganarse un lugar en la historia. No lo hizo por ningún interés personal. Solo por vocación de servicio.
No buscó la gloria militar. Procuró hacer triunfar una idea perenne. La de la libre determinación de los pueblos. En la necrológica que escribió un amigo francés en un diario de Boulogne Sur Mer se expresó que "recomendaba sin cesar el respeto de las tradiciones y de las costumbres, y no concebía nada menos culpable que esas impaciencias de reformadores que, so pretexto de corregir los abusos, trastornan en un día el estado político de su país: "Todo progreso, decía, es hijo del tiempo. En el fondo de su política un pensamiento indiscutible: "la libertad es el más preciado de los bienes". Fue un entusiasta de la libertad y condenó los abusos de los gobernantes.
Gobernó cuando debió hacerlo, no por ambición, por deber, "y mientras consideró que el poder era en sus manos un instrumento útil para la tarea que el destino le había impuesto". Cuando entendió que el poder podía ser usado para dividir a sus compatriotas, renegó de él. Jamás su ego estuvo por encima de los objetivos de su misión pública. Su lucha y su mando estuvieron al servicio del bien común.
"El que escribe a usted no tiene más interés que la felicidad de su Patria", le manifestó San Martín, desde Mendoza, al gobernador santafecino Estanislao López en marzo de 1819, y agregó: "Unámonos, paisano mío, para combatir a los maturrangos que nos amenazan: divididos seremos esclavos. Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares, y concluyamos nuestra obra con honor". Unidad en los grandes temas por sobre cualquier diferencia menor, colocando a la Patria por encima de cualquier ambición personal.
Estos son los valores del máximo prócer nacional. Vocación de servicio, amor a la libertad, uso del mando para alcanzar el Bien Común, ambiciones personales dejadas de lado ante la existencia de ideales comunes, honorabilidad y lucha incesante para terminar con la división y la desunión. A la luz de la triste realidad que emana de la decadencia argentina de las últimas décadas, aparece nítida la dilución de los principios legados por el Padre de la Patria. Los egos, la ineficacia y la impericia dominan desde hace algunas décadas la escena pública. Y, con ello, sobrevino la larga sucesión de desatinos que desvirtuaron el camino noble trazado por San Martín.
Solo hace falta un botón de muestra para dejar en evidencia la hipocresía reinante. Hace exactamente un año, en el acto del 17 de agosto de 2020, el presidente de la Nación, mientras exigía el cumplimiento de las normas de aislamiento que él mismo no cumplió por haber participado de reuniones sociales no permitidas -que primero negó enfáticamente y luego debió admitir ante las evidencias incontrastables-, utilizó su conocido tono didascálico para recordarnos la necesidad de actuar teniendo en cuenta siempre una de las máximas sanmartinianas: nos pidió que tengamos amor por la verdad y odio a la mentira.