Soberanía en tiempos agitados
Son tiempos agitados los que vive la Patria. Ya no se libran batallas militares. Las luchas de este tiempo están teñidas de división ideológica, de incertidumbre y de penurias socioeconómicas.
Eran también tiempos revueltos aquellos en los que se produjo el combate de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845. En ese paraje ubicado a escasos kilómetros de la ciudad de San Pedro, Buenos Aires, en un recodo del río Paraná, se produjo una de las epopeyas más resonantes de los primeros tiempos de la vida nacional. Las tropas de la Confederación Argentina se opusieron tenazmente al avance de la flota la "entente cordiale", una alianza entre Inglaterra y Francia, dos de las potencias mas aventajadas de la época. El enfrentamiento se prolongó por un lapso aproximado de 9 horas, logrando las tropas enemigas perforar las líneas de grandes cadenas que atravesaban el río. Sin embargo, el recuerdo de esta batalla da cuenta de que las tropas al mando de Lucio N. Mansilla profesaron un heroísmo digno de subrayar, y que la estrategia militar adoptada fue brillante. Los daños producidos al enemigo terminaron por hacerlo desistir de su intervención en el Río de la Plata.
"Los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca", afirmó el Libertador José de San Martín cuando comentó el heroísmo patriótico de quienes lucharon en ese combate, a veces olvidado en la historia nacional. La Vuelta de Obligado en particular, pero en especial el rechazo a un bloqueo impuesto por dos potencias coloniales, constituye un evento que habla nítidamente de una de una capacidad colectiva de la que los argentinos de hoy tendríamos que aprender para ponerla en acción y garantizar la soberanía en este siglo XXI.
En efecto, la idea de ser un pueblo soberano está en permanente mutación y reclasificación. Los cambios en todos los órdenes de la vida del hombre han determinado nuevas realidades en el contexto internacional. Y, ante ello, convendría repensar aquella idea de soberanía que implica una autoridad suprema, independiente a la que el pueblo se somete voluntariamente. Esta concepción no puede, en este tiempo, admitir la idea del sometimiento popular. Por el contrario, aun reconociendo la inviolabilidad del Estado como ente conformador y defensor de la Nación, un pueblo soberano es el que se gobierna a sí mismo.
En una República, el pueblo gobierna a través de sus representantes en el Estado. Son ellos los que tienen una responsabilidad trascendente para asegurar la soberanía. Una idea que no solo tiene relación con la defensa común ante posibles ataques externos. También se vincula estrechamente con la preservación de la calidad de vida de los ciudadanos. Esta obligación del Estado "debe ser reconocida como una condición necesaria de la soberanía", afirma Francis Deng un diplomático sudanés que ocupó altos cargos en las Naciones Unidas.
Son tiempos agitados los que vive la Patria. Ya no se libran batallas militares. Las luchas de este tiempo están teñidas de división ideológica, de incertidumbre y de penurias socioeconómicas. Por eso, convendría recordar, en esta tercera década del siglo XXI, que la condición de preservar los estándares de la calidad de vida de los argentinos es un elemento central a la hora de hablar de soberanía.