Análisis
“Sin diálogo no hay país posible”
El tiempo sigue corriendo y no asoman en el ámbito político nacional ejemplos de responsabilidad frente a la difícil hora, de vocación o espíritu de unidad, de compromiso.
La tensión social y política de la Argentina actual provoca la alteración de los ánimos de una sociedad agobiada por la extensión de la crisis socioeconómica, en la que la incertidumbre está haciendo mella en el humor general, al tiempo que acecha a la esperanza. En este difícil contexto, las principales organizaciones religiosas de nuestro país firmaron un documento conjunto que bien podría servir de basamento para la construcción de una realidad mejor.
La declaración, titulada “Por un diálogo responsable y comprometido: Felices los que trabajan por la paz”, fue presentada por la Conferencia Episcopal -que agrupa a todos los obispos del país-, la Daia, el Centro Islámico de la República Argentina, la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina, el Comipaz de Córdoba y el Instituto de Diálogo Interreligioso (IDI), entre otras instituciones. Se denuncia en el texto “la falta alarmante de diálogo entre las diferentes corrientes políticas y de éstas con la sociedad”. Porque “no hay país posible sin diálogo” y “tampoco hay diálogo con insultos, gritos y descalificaciones del que piensa distinto”.
El documento sostiene que se vive un “momento crucial” en el país. Y alude al voto popular expresando que “no es solo un acto de elección. También puede ser un llamado de atención: “no nos tengan en cuenta solo para la elección, escúchennos en las necesidades concretas que hacen a una vida digna, una vida que pueda llamarse verdaderamente humana”. En ese sentido, señala que “la agenda política debe comenzar por la escucha atenta de la realidad. Un resultado electoral es un mensaje profundo que nos convoca a la reflexión y nos compromete con el bien de nuestro pueblo”.
Finalmente, hace un llamado a “toda la dirigencia política, independientemente de sus afinidades partidarias, para que asuman la responsabilidad de presentar propuestas concretas y sustantivas, abiertas a un debate profundo e inteligente y a una colaboración comprometida para afrontar los desafíos del presente, dejando de lado las estrategias que buscan el conflicto y el enfrentamiento estéril”. Y advierte que “no hay país posible sin diálogo”, recordando una cita del Talmud: “El mundo entero existe por el mérito de aquel que modera sus palabras en el momento de una disidencia”.
El llamado que han formulado las entidades religiosas es una convocatoria plausible. Y debería ser atendida por toda la dirigencia política. Sin embargo, el pesimismo aparece si se evocan llamados similares que terminaron en fracasos significativos en el pasado reciente. Hace poco más de 20 años la Iglesia Católica convocó al Diálogo Argentino que no avanzó y terminó fracasando. En aquella invitación se pintaba una realidad muy similar a la de hoy, con una “sociedad que masivamente reclama cambios y una democracia que brinda o deberá brindar los caminos y mecanismos adecuados para las transformaciones”.
En aquella ocasión, el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Estanislao Karlic escribió: “La gravedad de la situación nos reclama sabiduría, para encontrar la solución más acertada a los problemas, espíritu profético para señalar las grandes líneas irrenunciables de un proyecto digno de nación, y compromiso valiente de los argentinos como amigos y hermanos que queremos reconstruir la Patria”.
El tiempo sigue corriendo y no asoman en el ámbito político nacional ejemplos de responsabilidad frente a la difícil hora, de vocación o espíritu de unidad, de compromiso. La sensación dominante permite inferir descreimiento de la verdad superadora que puede surgir de la búsqueda de consensos en temas cruciales para la vida de los argentinos. No existe el convencimiento de que el país solo será posible si el diálogo –en toda la correcta dimensión del concepto- se hace presente.