Análisis
Signos de un país destartalado
La actualidad está poblada de desmesuras verbales y acusaciones sin sustento y desprovista de argumentaciones y de acciones efectivas que resuelvan problemas.
Luego de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias del pasado 13 de agosto, en esta columna se escribió que era sencillo pronosticar que la Argentina viviría en ascuas los próximos meses, hasta la primera vuelta de las elecciones presidenciales programadas para el 22 de octubre. En un país que encarna la paradoja de que todo puede cambiar en un instante y nada se modifica en años, este lapso parece una eternidad.
Han transcurrido tan solo dos semanas –no dos meses- de aquellas elecciones primarias. Los acontecimientos que se han producido en este lapso han tenido en vilo a gran parte de la sociedad. El vertiginoso carrusel en el que se mueve la vida de los argentinos se ha poblado de situaciones traumáticas que no son otra cosa que las manifestaciones más o menos visibles de los estropicios a los que, lamentablemente, debemos resignarnos.
El verbo destartalar significa golpear a alguien o a algo hasta dejarlo maltrecho. Los últimos golpazos destartalaron aún más la endeble y precaria realidad. Está descompuesta, carente y despojada de lo necesario, no tiene orden y padece desproporciones surgidas de un tosco entramado político, económico y cultural. Su marcha traqueteante oscila entre extremos. La normalidad parece una utopía.
Es un país golpeado, maltrecho. Por el alza de los precios que no se detiene y genera incertezas que se incrementaron hasta el límite luego de la última devaluación. Una medida que no se anunció, que ni siquiera se explicó y detrás de la cual no existía ningún plan de contingencia que permitiese acompasar las lógicas derivaciones negativas en medio de una economía inflacionaria. Que derivó en una corrida cambiaria casi sin freno. Que despobló de precios la economía.
Es un país sin orden. Que está viviendo la psicosis surgida de la permanente sensación de que los bienes y la vida están amenazados. Que cierra las persianas de los comercios con solo recibir un mensaje por las distintas redes. Que se espanta ante el accionar de hordas de vándalos que roban y saquean en grupos. Que sucumbe a las fuerzas del narcotráfico y al crimen que es su derivación habitual. Que no encuentra paz en las calles de las ciudades más populosas. Que no halla aliados en el accionar de la Justicia, ni tampoco en las fuerzas de seguridad, así como descree de la prédica de su dirigencia política.
La actualidad está poblada de desmesuras verbales y acusaciones sin sustento y desprovista de argumentaciones y de acciones efectivas que resuelvan problemas. Es evidente la desproporción entre las interpretaciones interesadas sobre lo que acontece y el silencio estruendoso de algunos responsables. En particular, las dos máximas autoridades de la Nación. Los últimos acontecimientos que originaron un ambiente social de tensión expresan síntomas de descomposición del tejido social. Y el futuro asoma desajustado entre las aspiraciones de la gente, las pretensiones de los principales postulantes a la presidencia y las reglas del sistema democrático.
En estas dos semanas después de las Paso los signos del deterioro se tornaron notorios. Tangibles. La Argentina está golpeada, maltrecha, descompuesta. Desprovista de políticas que le permitan salir del atolladero. El orden no es prioridad. La hipérbole predomina por sobre la mesura y la prudencia. En este tiempo, la sociedad vive en ascuas en un país que continúa destartalándose.