Segunda ola: un atolladero
A diferencia del año anterior cuando se impuso la cuarentena que terminó dejando exhausta la economía y agotando la capacidad de resistencia de buena parte de los argentinos, ningún gobernante quiere pagar el costo político de tomar las medidas de confinamiento. La diferencia entre un año y otro está, se observa cada vez con más claridad, en el descrédito de los distintos gobiernos.
Mientras funcionarios del gobierno nacional discutían las medidas restrictivas de la circulación que se adoptarían con funcionarios de los gobiernos de la ciudad de Buenos Aires y de la provincia del mismo nombre, en todo el país se siguieron con atención los últimos acontecimientos, con la resignación del interior al comprender una vez más que lo que suceda en la región denominada Amba determina los parámetros de acción en casi todos los ámbitos de la vida nacional.
Sin embargo, a diferencia del año anterior cuando se impuso la cuarentena que terminó dejando exhausta la economía y agotando la capacidad de resistencia de buena parte de los argentinos, ningún gobernante quiere pagar el costo político de tomar las medidas de confinamiento. La diferencia entre un año y otro está, se observa cada vez con más claridad, en el descrédito de los distintos gobiernos, en la desconfianza ante promesas no cumplidas y acciones confusas y en el permanente juego político que gobiernos y oposición llevan adelante tan solo para no quedar adheridos a decisiones que puedan provocar disgusto o malestar en la ciudadanía.
Mientras tanto, se debaten cuestiones ajenas a las reales, acuciantes y muy actuales preocupaciones de la gente como la fecha de las elecciones o ideas de reforma judicial. Lo cierto es que la segunda ola encuentra a la Argentina en un brete. El incremento de contagios ha obligado a la toma de medidas que pretenden instaurar alguna posibilidad de que el desmadre sanitario no se extienda. Mientras tanto, la vacunación sigue muy lenta. Y, al mismo tiempo, las proyecciones que angustian se entremezclan con los intereses políticos que asoma como temáticas descontextualizadas y hasta frívolas en medio de las abrumantes circunstancias sanitarias.
Se podrá admitir que este tipo de situaciones se da en todo el mundo. Es verdad. Basta leer la prensa internacional para tomar nota de ello. En España, por ejemplo, las encuestas señalan que los ciudadanos han perdido la confianza en su gobierno, incapaz de trasladar una mínima sensación de seguridad. El diario El Mundo de Madrid expresó al respecto que "tal extremo no afecta solo al plan de vacunación, trufado de incumplimientos y exento de coordinación en el ámbito nacional, sino que alcanza también las restricciones impuestas para hacer frente a la cuarta ola de la pandemia".
En Europa van por la cuarta, en la Argentina recién comienza la segunda ola de la pandemia y el análisis que puede hacerse es similar. Si al descrédito y a la desconfianza en las decisiones gubernamentales se le adosa la anomia y la inconducta social que a veces es retratada equivocadamente, por caso, como sana rebeldía -ya sea de jóvenes o de referentes de algunos sectores-, el país se halla en un atasco complicado que no avizora mejores tiempos.