Se cumplen 80 años de su fallecimiento
Se llamaba José, pero para todos es el Maestro Aguirre
Llegó a la ciudad en 1912 desde su San Juan natal, cuando abrió sus puertas la Escuela Normal. Durante un cuarto de siglo cumplió su tarea educativa en ese establecimiento. Falleció el 15 de noviembre de 1943. En este texto, parte de la despedida que LA VOZ DE SAN JUSTO dispensó a esta figura consular de la educación sanfrancisqueña.
Una guardería municipal lleva su nombre. Enclavada en un ángulo del Parque Cincuentenario, su denominación es un retén de la memoria sanfrancisqueña. Rinde tributo a un educador que dejó huellas en la ciudad. Tanto es así que, en la evocación, su nombre de pila pasó casi al olvido. Nunca se lo recuerda como José. Es el “maestro”. El Maestro Aguirre.
José Alberto Aguirre falleció el 15 de noviembre de 1943. Hace 80 años se extinguía la vida de un sanjuanino admirador de Sarmiento que, junto a varios de sus colegas de aquel tiempo, marcó un camino en la educación sanfrancisqueña. En la provincia cuyana cursó sus estudios primarios y secundarios. Muy joven fue nombrado inspector de escuelas. Sin embargo, el destino lo convirtió en un sanfrancisqueño más. Al fundarse la Escuela Normal Dr. Nicolás Avellaneda en nuestra ciudad fue nombrado regente del flamante establecimiento.
En esa función se desempeñó hasta su jubilación en el año 1936. Casi un cuarto de siglo bregando por la educación de las nuevas generaciones de sanfrancisqueños, su trabajo dejó un ejemplo que LA VOZ DE SAN JUSTO trazó con líneas definidas en el obituario que publicó en la edición del martes 16 de noviembre de 1943. Un extracto de aquel texto permitirá adquirir, creemos, verdadera noción de la figura de José Aguirre, el “Maestro”:
“Con la austeridad estoica que fue norma en su vida, ha muerto ayer José A. Aguirre. Serenamente, de frente a su propio ocaso, cerró sus ojos bajo un sol luminoso, mientras la primavera cantaba entre los azahares de su florido naranjal y la niñez, niñez eterna que tanto amó, poblaba de risas los patios de su vieja escuela.
Y no fue su adiós, el adiós convulsivo del angustiado. Destino cumplido con heroicidad, a lo hombre, no podía caer de otra manera sino enseñando como vivió. Porque José A. Aguirre fue en San Francisco dos veces maestro: en el ámbito sagrado del aula que dignificó con su presencia y su palabra y en la órbita de la vida, plasmada a golpes de probidad y de conducta.
Con su muerte, nuestra vieja Escuela Normal cierra un ciclo de su existencia. El más azaroso. Reminiscencias de la aldea distante, lo muestran en su labor persuasiva de aproximar el hogar a la escuela, como forma de ir ganando adeptos para nuestra cultura en embrión. Y cuando un día, paciente y paternal, reunió a su alrededor una falange juvenil dispuesta a seguirle, adoptó la función del vigía insobornable, que sabe mantener en el decurso de una marcha sin término, el ritmo del deber, a la sombra de una conciencia patrióticamente inflexible.
Eso fue José Aguirre para la Escuela Normal de San Francisco: el vigía incansable que, identificándose con sus discípulos, buceaba en el espíritu de esa niñez impaciente, para dar a cada cual su consigna veraz: de lucha a unos, de reflexión a otros, de morigeración a éstos, de consuelo a aquéllos, de humana dignidad a todos.
En el recuerdo de sus ex alumnos, la figura del maestro Aguirre pasó a ser un símbolo. De pie en el centro del espacioso patio escolar, dominando con su mirada severa la disonante algarabía, su sola presencia era una exhortación al orden y al respeto. Y a pesar del ceño adusto, jamás cayó en el exceso de un rigorismo intolerante. El sentido de la justicia es inmanente en el alma de los hombres. Y porque fue justo por encima de cualquier circunstancia, se hizo amar de sus alumnos que vieron en él a un maestro de verdad, severo hasta consigo mismo, modesto y postrero en la hora del homenaje, pero primero en la hora del esfuerzo, del trabajo y del deber.
Amaba entrañablemente a Sarmiento. Diríase que, en sus diarios desvelos de educador, obraba bajo la inspiración del sanjuanino, a quien seguía en su tesón, en su fe y en la autestimación de su jerarquía social.
Es posible que las nuevas generaciones ignoren al ex regente de la Escuela Normal. Nunca buscó la ostentación. Se dio en toda su plenitud, hasta el día mismo que la fatiga quebró sus nervios en esa lasitud que sabe de ocasos. Y como fue siempre su palabra, varonil y cortante, cortante y varonil fue su gesto. Dejó la escuela sin un lamento. Se alejó de ella con la misma firmeza en el andar que le conocimos a través de tantos años. Escondió en sus pupilas una nostalgia que quiso hacerse lágrima y no le vimos más.
Por eso es posible que muchos escolares de hoy lo ignoren. Pero aquellos que vivieron los días primeros de nuestra Escuela Normal, aquellos que siguieron con admiración su trayectoria fecunda, rigurosa y paternal a la vez, sentirán hoy que algo muere con él en sus propios corazones, porque fue allí y solo allí donde supo anidar su recuerdo de amigo y de maestro.
José A. Aguirre nació en San Juan. Allí cursó sus estudios secundarios. Joven aún fue nombrado inspector de escuelas de aquella provincia, hasta que, en el año 1912, al fundarse nuestra Escuela Normal es transferido a esta ciudad con el cargo de regente.
Aquí fue, en realidad, donde el señor Aguirre realizó su grande tarea de educador. Se jubiló en tales funciones en el año 1936, pasando a gozar, en la quietud de su hogar ejemplar y cristiano, de un sosiego físico que le era desconocido. Una cruel y larga enfermedad, sin embargo, hizo presa de él. La sobrellevó con entereza. Ayer, a las 16, se extinguió su vida, en medio del desconsuelo de los suyos y de la congoja de sus ex alumnos y amigos que rodeaban su lecho”.