San Martín y la grieta
San Martín y la grieta
“Cada gota de sangre que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo, transemos todo, y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieran atacar nuestra libertad. No tengo más pretensiones que la felicidad de la patria. En el momento que ésta se vea libre renunciaré el empleo que obtenga para retirarme; mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas…”
El final del párrafo anterior es una de las frases más conocidas y difundidas que pronunció el general José de San Martín. Nunca el Libertador pretendió lisonjas para sí o privilegios que pondrían en peligro la unidad de los argentinos. Hoy, en medio de la grieta generada por el peligroso y afortunadamente inconcluso intento de imponer un pensamiento único, la interpelación sanmartiniana cobra vigencia inusual.
Hagamos un esfuerzo, afirma el Padre de la Patria. Negociemos todo menos nuestra libertad. Busquemos la felicidad del país. No empuñemos sables ante la diferencia de ideas o de estrategias políticas. De las palabras del prócer surgen conceptos centrales que debieran marcar la vida nacional, tanto en la política como en innumerable cantidad de ámbitos en los que la riña es denominador común.
Los argentinos hemos aprendido, gracias al esfuerzo notable del sistema educativo, en que San Martín ha sido el más grande de los nacidos en esta tierra. Es el fundador de la nacionalidad, junto con Manuel Belgrano. Y ninguno de los dos inventó una rivalidad o desparramó sospechas sobre el otro. Aun si hubiesen tenido diferencias, se desprendieron de todo interés personal y buscaron consolidar la unidad de la incipiente nación.
El Libertador mantiene su figura incólume 200 años después de su gesta. La valorización que se hace de su vida es indiscutible para cualquier persona que haya nacido y estudiado aquí en la Argentina. Por más que se haya pretendido acomodar su ejemplo y sus palabras para utilizarlas en favor de ideologías o sectores políticos, San Martín es la prenda de unidad de un país demasiado atado a esquemas sectarios.
Lo es desde hace un siglo. Basta leer lo que escribió en 1920 el geógrafo francés Pierre Denis en un libro titulado “La valorización del país”: "Tal vez no exista ningún país donde la prensa, la universidad, la escuela, trabajen tan de acuerdo para preservar el recuerdo de las glorias nacionales. Esta propaganda ha dado sus frutos. No se encontrará un muchacho o una niña que no recuerde el nombre de San Martín". Y a continuación sostiene que el orgullo nacional coexiste con la indiferencia por la vida institucional: "En algunos la fe nacional es tan profunda que están persuadidos de que el país es tan rico que puede permitirse el lujo de soportar malos gobiernos".
Esta opinión se emitió hace casi un siglo. Casi sin modificaciones, refleja también la realidad actual. Valoramos casi sin discusión a la figura señera del Padre de la Patria, aunque nos comportamos muchas veces ignorando sus enseñanzas. Entre ellas, aquella que nos impele a no desenvainar la espada ante las diferencias en la lucha por el poder.
El final del párrafo anterior es una de las frases más conocidas y difundidas que pronunció el general José de San Martín. Nunca el Libertador pretendió lisonjas para sí o privilegios que pondrían en peligro la unidad de los argentinos. Hoy, en medio de la grieta generada por el peligroso y afortunadamente inconcluso intento de imponer un pensamiento único, la interpelación sanmartiniana cobra vigencia inusual.
Hagamos un esfuerzo, afirma el Padre de la Patria. Negociemos todo menos nuestra libertad. Busquemos la felicidad del país. No empuñemos sables ante la diferencia de ideas o de estrategias políticas. De las palabras del prócer surgen conceptos centrales que debieran marcar la vida nacional, tanto en la política como en innumerable cantidad de ámbitos en los que la riña es denominador común.
Los argentinos hemos aprendido, gracias al esfuerzo notable del sistema educativo, en que San Martín ha sido el más grande de los nacidos en esta tierra. Es el fundador de la nacionalidad, junto con Manuel Belgrano. Y ninguno de los dos inventó una rivalidad o desparramó sospechas sobre el otro. Aun si hubiesen tenido diferencias, se desprendieron de todo interés personal y buscaron consolidar la unidad de la incipiente nación.
El Libertador mantiene su figura incólume 200 años después de su gesta. La valorización que se hace de su vida es indiscutible para cualquier persona que haya nacido y estudiado aquí en la Argentina. Por más que se haya pretendido acomodar su ejemplo y sus palabras para utilizarlas en favor de ideologías o sectores políticos, San Martín es la prenda de unidad de un país demasiado atado a esquemas sectarios.
Lo es desde hace un siglo. Basta leer lo que escribió en 1920 el geógrafo francés Pierre Denis en un libro titulado “La valorización del país”: "Tal vez no exista ningún país donde la prensa, la universidad, la escuela, trabajen tan de acuerdo para preservar el recuerdo de las glorias nacionales. Esta propaganda ha dado sus frutos. No se encontrará un muchacho o una niña que no recuerde el nombre de San Martín". Y a continuación sostiene que el orgullo nacional coexiste con la indiferencia por la vida institucional: "En algunos la fe nacional es tan profunda que están persuadidos de que el país es tan rico que puede permitirse el lujo de soportar malos gobiernos".
Esta opinión se emitió hace casi un siglo. Casi sin modificaciones, refleja también la realidad actual. Valoramos casi sin discusión a la figura señera del Padre de la Patria, aunque nos comportamos muchas veces ignorando sus enseñanzas. Entre ellas, aquella que nos impele a no desenvainar la espada ante las diferencias en la lucha por el poder.