Análisis
San Martín: un espejo que incomoda
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A 175 años de su muerte, San Martín sigue siendo un modelo incómodo. Su honestidad, austeridad y respeto contrastan con la política de la confrontación y la corrupción actual. No es solo bronce ni nostalgia: su ejemplo desafía a construir una patria con ética, consenso y compromiso ciudadano.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
Mañana se cumplirán 175 años del fallecimiento del general José de San Martín. Su figura será ensalzada en actos en todo el país: se recordarán sus máximas, se evocarán sus hazañas y se invitará a imitar su ejemplo. Se nos invitará nuevamente a imbuirnos del espíritu de una figura consular de la lucha por la independencia americana.
El rescate de las actitudes e ideas de San Martín tiene sentido. No es solo un ejercicio de nostalgia. Sirve para recrear una historia común. Y para revitalizar nuestro sentimiento patriótico. Pero también, a la luz de innumerables situaciones que se plantean en la actualidad, el rescate de su pensamiento y su acción se convierte en un espejo incómodo.
Desencantado con los conflictos internos, nunca desenvainó su sable en las luchas políticas y facciosas. Rechazó derramar sangre de compatriotas y se negó a participar en las guerras civiles, convencido de que la patria no podía construirse sobre derrotas internas. “Si sentimientos menos nobles que los que poseo a favor de nuestro suelo fuesen el Norte que me dirigiesen, yo aprovecharía de esta coyuntura para engañar a ese heroico, pero desgraciado pueblo, como lo han hecho unos cuantos demagogos que, con sus teorías, lo han precipitado en los males que lo afligen”, le escribió a su amigo Tomás Guido.
Bien distinta es la política dos siglos después: para el adversario, “nunca más”. Las redes sociales son trincheras de combate. Twitter reemplazó al sable. Ejércitos de trolls e influencers pagados pretenden instalar climas sociales. El resultado son las burbujas de información que manipulan y deforman la realidad. En este escenario, el general podría ser acusado de tibio. Y hasta cancelado.
De las cuentas claras al lawfare
San Martín rechazó sueldos y presentó balances públicos impecables. Lo dejó claro: “No he tocado jamás un centavo de los caudales públicos que no haya sido para el servicio de la patria.” Tuvo en sus manos amplios poderes en sitios donde la riqueza abundaba en ese tiempo como el Perú. Sin embargo, su honestidad a toda prueba lo convirtió en un eficaz administrador cuando le tocó gobernar. Al dejar la vida pública, vivió con modestia y austeridad hasta sus últimos días.
Dirigentes condenados por la justicia que denuncian persecución y proscripción, empresarios amigos del poder que sobreviven a cualquier cambio de signo político, dirigentes gremiales sujetados a sus sillas, entre otros, aparecen hoy como la antítesis del modelo sanmartiniano.
Además, San Martín nunca agravió con sus palabras. En 1816, en un discurso al Cabildo de Mendoza, dijo que “jamás ha salido de mi boca una palabra ofensiva para mis conciudadanos.” Podía tener irreconciliables diferencias con sus adversarios. Pero el insulto y la humillación no fueron sus armas en la lucha de ideas. No hace falta abundar en ejemplos para tomar nota de que, en esta época, el agravio marca territorio, envenena las relaciones, obstruye el diálogo.
En otra de sus cartas, el prócer confesó a Godoy Cruz: “Mi conciencia es el árbitro que me dicta lo que debo hacer para el bien de la patria.” Para San Martín, la ética no se negociaba. El espejo nos devuelve hoy a médicos que se copian en exámenes, laboratorios que sin control lanzan al mercado fármacos contaminados, dirigentes que proclaman que el mérito no existe y políticos que usan recursos del Estado para fines personales.
En definitiva, más que un bronce, el ejemplo de San Martín es un arquetipo que provoca incomodidad. Porque los principios que consideraba esenciales -honestidad, austeridad, respeto, verdad, libertad, consenso- siguen siendo posibles. Pero, para que se concreten, requieren de voluntad política y compromiso ciudadano. Conductas hoy escasas, pero indispensables para independizarnos de nuestras propias desdichas.