Básquet
San Isidro: un líder con fundamentos
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Con ocho triunfos en once partidos, San Isidro domina la Conferencia Norte y sostiene su liderazgo con estadísticas que explican el rendimiento. El análisis colectivo, el aporte individual de cada jugador y los números finos permiten entender por qué el equipo se afirma arriba y cuáles son los aspectos a seguir ajustando.
San Isidro completó las primeras once fechas de la fase regular instalado en lo más alto de la Conferencia Norte, con 8 victorias y 3 derrotas, 19 puntos y una efectividad del 72,7%, por encima de Salta Basket y Santa Paula de Gálvez. El liderazgo no es circunstancial ni producto de un calendario favorable: los números muestran a un equipo consistente, con identidad clara y capacidad para sostener su rendimiento en diferentes escenarios, especialmente como local.
En el plano ofensivo, el conjunto dirigido por Sebastián Porta acumuló 978 puntos a favor, con un promedio cercano a los 89 puntos por partido, cifra que lo ubica entre los ataques más productivos del grupo. San Isidro superó los 90 puntos en más de la mitad de sus presentaciones y alcanzó picos de 104 y 113, demostrando que puede acelerar el ritmo cuando el partido lo requiere. La principal fortaleza estuvo en la eficacia en tiros de dos puntos, con porcentajes globales cercanos al 58%, producto de una ofensiva que prioriza la circulación, la ocupación de espacios y el juego interior antes que la dependencia excesiva del lanzamiento externo.
El tiro de tres mostró altibajos, sobre todo en condición de visitante, pero nunca condicionó por completo el funcionamiento. En los partidos ganados, el equipo logró compensar rachas negativas desde el perímetro con rebote ofensivo, puntos en transición y alta efectividad desde la línea de libres. En ese sentido, San Isidro lanzó más de 18 libres por encuentro, con porcentajes cercanos al 75%, un dato clave para cerrar partidos y sostener ventajas.
Otro indicador central aparece en la asistencia. El equipo promedió 16 pases gol por juego, pero el dato cobra mayor relevancia al cruzarlo con los resultados: en los encuentros en los que San Isidro superó las 18 asistencias, ganó con autoridad; cuando ese número cayó por debajo de los diez, llegaron las derrotas. El funcionamiento colectivo fue, claramente, el termómetro del rendimiento.
Defensivamente, el equipo también construyó su liderazgo. Recibió 888 puntos en contra, con un promedio de 80,7 por partido, apoyado en una buena presencia en el rebote defensivo, donde promedió 33 capturas, y en la capacidad de incomodar al rival en primera línea. Las pérdidas forzadas y los robos permitieron correr la cancha y generar puntos rápidos, una de las armas más visibles del equipo en su mejor versión.
A la hora de desmenuzar el recorrido, el contraste entre local y visitante aparece como uno de los datos más nítidos del arranque. En casa, San Isidro se impuso con mayor control del trámite y con diferencias que le permitieron administrar los cierres sin sobresaltos. Fuera de San Francisco, en cambio, alternó respuestas y golpes: logró un triunfo valioso en Santa Fe ante Colón y mostró carácter para ganar en Las Heras, pero también sufrió caídas que dejaron señales claras, como las derrotas frente a Suardi, Santa Paula y el ajustado final en Mendoza. En esos partidos, el equipo perdió fluidez ofensiva, bajó su volumen de asistencias y le costó sostener la intensidad defensiva durante los 40 minutos, aspectos que aparecen como el principal desafío a corregir.
En cuanto a los nombres propios, Chris Hooper fue el principal referente ofensivo y terminó este tramo inicial como máximo anotador del equipo, superando los 15 puntos de promedio, combinando potencia física, eficacia cerca del aro y personalidad en los cierres. Lautaro Mare se consolidó como una de las piezas más completas del plantel, aportando puntos, rebotes y lectura de juego, con presencia constante en ambos costados y protagonismo en partidos cerrados.
En la pintura, Manuel Lambrisca fue el gran sostén interior. Cerró estas once fechas como máximo rebotero del equipo, con registros cercanos a los nueve por partido, sumando además puntos con alta efectividad en situaciones de pick and roll y segundas oportunidades. Su presencia fue clave para el control del ritmo y el dominio territorial.
La conducción tuvo en Jerónimo Suñé a su principal exponente. El base fue el máximo asistidor del equipo, con promedios cercanos a las cuatro asistencias por juego, y una influencia directa en el funcionamiento colectivo. Cuando Suñe logró imponer ritmo y claridad, San Isidro mostró su mejor versión ofensiva.
Nahuel Buchaillot aportó intensidad, puntos y una cuota defensiva fundamental, especialmente sobre los perimetrales rivales, mientras que Julián Eydallín se destacó por su energía y lectura defensiva, ubicándose entre los jugadores con más robos del plantel. Marcos Saglietti ofreció regularidad y soluciones silenciosas, sumando puntos, minutos de calidad y equilibrio en diferentes contextos de partido.
Desde el banco, Jeremías Diotto respondió con energía, rebote y presencia física, mientras que los juveniles Emilio Boyé, Jeremías Testa, Simón Chemez y Maximiliano Lizarraga sumaron minutos específicos dentro de un esquema que priorizó roles claros y funcionamiento colectivo por encima de las individualidades.
Los rankings individuales reflejan ese reparto de responsabilidades: Hooper lideró la anotación, Suñe las asistencias, Lambrisca el rebote y Eydallín junto a Buchaillot las recuperaciones. Ningún rubro quedó concentrado en un solo nombre, una de las claves que explica la solidez del equipo.
Con un arranque firme, liderazgo en la tabla, equilibrio estadístico y una identidad reconocible, San Isidro construyó bases sólidas para el resto de la fase regular. El desafío hacia adelante será sostener esa consistencia fuera de casa, pero los números, hasta aquí, respaldan un inicio que invita a mirar la tabla desde arriba y el futuro con fundamentos claros.
