Roderico Francia, el guardián del tiempo
Hace 50 años que lleva adelante con pasión un oficio que hoy está "en extinción": es uno de los pocos relojeros que quedan en San Francisco y la región.
Por Gabriel Moyano | LVSJ
Cuando hace más de medio siglo Roderico Francia ojeaba las páginas de la Patoruzú para escaparle a las tardes aburridas de la vida en el campo, nunca se imaginó que un aviso publicitario en la revista marcaría su vida para siempre.
Hoy, ya jubilado, mantiene el profesionalismo y la dedicación de siempre, para de alguna manera mantener vivo un oficio que está en vías de desaparición. Es relojero. "Es un medio de vida, y a la vez una pasión, algo que me gusta mucho hacer".
Todos los días se levanta bien temprano y con la compañía de la radio se sumerge en ese mundo en miniatura que es su taller, al fondo de su casa por calle Ameghino, frente a la plaza de barrio Jardín donde Juan Pablo (su hijo) dio sus primeros pasos en el fútbol.
Allí, entre esas cuatro paredes abundan relojes de pared, de pulsera, manecillas, engranajes y muchos recuerdos. La vista y el pulso no acusaron el paso del tiempo y entonces Roderico sigue allí, muchas veces volviendo a la vida a tesoros de familia, salvándolos del olvido.
En ese proceso de adentrarse en el mecanismo de cada reloj, de afrontar el desafío hay también algo de escape: "Sirve un poco de distracción, porque uno cuando se pone grande empieza a pensar cosas".
Roderico recuerda el momento exacto en el que se interesó por el oficio: "Yo vivía en el campo y compraba la Paturuzú. Y me acuerdo que salía un aviso de la Escuela Universal de la Relojería. Envié el cupón, ellos me mandaron los libros, algunas herramientas y así fue que me enganché".
Fueron años de aprendizaje, y de practicar desarmando y armando relojes de los vecinos del campo. A los 27, decidió mudarse a la ciudad: "Al principio me iba a ir a Freyre, ya tenía alquilado un local, pero de la Joyería Combina de San Francisco me ofrecieron venirme para acá. Estuve trabajando con él, de manera independiente, unos 3 años. Después me puse el taller en la casa de mi abuela, por Saénz Peña, donde estuve un par de años. Finalmente me vinieron a buscar de la Joyería González". Allí, Roderico estaría nada menos que 30 años.
Cuando la joyería cerró y llegó el momento de la jubilación, siguió trabajando en su taller, donde le traen relojes de toda la región, ante la falta de conocedores del oficio.
"Le trabajo prácticamente a todas las joyerías de San Francisco y hace un tiempo me traen relojes de la Joyería Ricserdan de Rafaela porque el relojero que tenían ya era grande y no trabajaba más. Me traen de Suardi, Morteros, Miramar, Las Varillas... todos relojes antiguos, de péndulo, de esos grandes", cuenta.
Roderico Francia acumula cinco décadas de experiencia en su oficio como relojero. (Fotos: Manuel Ruiz | LVSJ)
Luego de 50 años, la dedicación es la misma: "Me sigo levantando a las 6.30 de la mañana, trabajo durante todo el día. Es algo que me gusta, aunque te demande mucha paciencia y sea un trabajo un poco ingrato. Trabajas con algo tan chiquito, tan delicado, donde tenés actuar con habilidad y nunca con fuerza. A veces desarmás un reloj y le dedicas mucho tiempo y creés que va a marchar durante 10 años y al otro día te lo traen otra vez (risas). Por eso es un trabajo un poco ingrato".
Junto a Horacio Alisio son de los pocos relojeros que quedan en actividad en una amplia región. "Es un oficio en extinción", asegura al tiempo que reconoce que "los jóvenes no quieren aprenderlo, no les interesa".
¿Hasta cuándo seguirá? "Hasta que me dé el cuerpo, ya tengo 74 años, y gracias a Dios tengo salud y puedo seguir haciéndolo sin problemas. Además, con la jubilación no alcanza para nada. Hay que trabajar. Aparte me ayuda a despejar la mente. Cuando llegás a mi edad ya empezás a pensar cosas... además me mantiene activo. Si bien muchas veces reniego y me enojo, prefiero eso a quedarme todo el día sentado mirando televisión porque eso te atrofia la mente".
A lo largo de todos estos años tuvo una compañera fiel: la radio. Inicia el día junto a Miguel Clariá en Cadena 3 y luego se adentra en la programación de la AM 1050. Le gusta el folclore y el tango para amenizar esas extensas "partidas de ajedrez" contra el problema de cada reloj.
Desde temprano supo que no iba a tener un heredero del oficio en la familia: "Juan Pablo no pisaba el taller nunca, estaba todo el día con la pelota. Se acostaba arriba de esta mesa (en el comedor) y pateaba para arriba. Hay fotos con 5 años que está rodeado de pelotas. Estaba claro que no iba a ser relojero".
El papá del "10", una apasionado de un oficio en peligro de extinción.
"Para mí, aparte de un medio de vida, la relojería es algo que me gusta, que me encanta hacerlo. Me apasiona. Desde los 20 años que tengo este oficio y espero poder hacerlo muchos años más", culmina el guardián del tiempo.