Análisis
Resucitar la noción de comunidad
El renacer de la esperanza nunca ha sido fruto de una sola acción, ni vendrá de un único sector. Será el resultado de un esfuerzo conjunto que, como en la Pascua, elija la vida por sobre la muerte, la unidad por sobre la división, la verdad por sobre la manipulación.
La Pascua de Resurrección, más allá de su profundo sentido religioso, representa un mensaje universal que trasciende credos y convicciones: la posibilidad de que la vida venza a la muerte, de que la luz supere a las tinieblas, de que el odio y la división puedan dar paso a la solidaridad y a la comunión fraterna. En tiempos convulsionados, esa lectura se vuelve más necesaria.
Mientras los fieles se congregan para celebrar la resurrección de Cristo, el conflicto parece ser una norma permanente. Las tensiones de las últimas semanas en las inmediaciones del Congreso exhiben con crudeza la división. Las discusiones políticas se intensifican a medida que se acerca un nuevo turno electoral. En medio de todo esto, tras varias semanas en las que el gobierno estuvo a la defensiva por sus errores no forzados, el logro de haber eliminado parcialmente el cepo cambiario fue festejado como si el campeonato ya se hubiera ganado. Retornó así también el tono agresivo al que apela el presidente de la Nación cuando la realidad se acomoda -aunque sea temporariamente- a sus designios. Las diatribas e insultos vuelan por los aires y generan réplicas de similar chabacano tenor, agigantando divisiones e incrementando el fanatismo de militantes virtuales imbuidos de la misma lógica teñida de mal gusto y de expresiones soeces.
En este contexto, el mensaje pascual puede y debe interpelarnos. No como un mero ritual religioso, sino como un llamado profundo a recomponer los lazos rotos de una sociedad que parece haber perdido la capacidad de reconocerse en el otro. La cultura del descarte, la violencia institucionalizada, el narcotráfico que avanza saliendo de los márgenes y la indiferencia ante el dolor ajeno son algunos de los signos que conforman un escenario que no se revierte solo con medidas económicas o cambios legislativos.
La Pascua nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, puede haber resurrección. Pero para eso se requiere voluntad colectiva. Se necesita que la dirigencia política abandone la lógica del antagonismo permanente y busque puntos de encuentro genuinos. Que los ciudadanos nos involucremos, no solo para reclamar derechos, sino también para reconstruir el tejido social desde el compromiso cotidiano, apostando a la educación de las nuevas generaciones para dar vida a un nuevo espíritu comunitario.
El renacer de la esperanza nunca ha sido fruto de una sola acción, ni vendrá de un único sector. Será el resultado de un esfuerzo conjunto que, como en la Pascua, elija la vida por sobre la muerte, la unidad por sobre la división, la verdad por sobre la manipulación. Hoy más que nunca, se necesita resucitar la idea de comunidad. Y esa tarea es urgente.