Sociedad
Raúl Araya: del servicio policial al llamado a ser diácono permanente
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Clérigo no célibe. Con 60 años, se prepara para su ordenación como diácono permanente en la Diócesis de San Francisco. Casado, con cuatro hijos y una extensa trayectoria en la policía, comparte cómo su vocación se entrelaza con la familia, la comunidad y la vida de fe.
El próximo 9 de noviembre, a las 20 en la Iglesia Catedral, Raúl Ricardo Araya será ordenado como diácono permanente, convirtiéndose en el tercero en la Diócesis de San Francisco, tras Raúl Quinteros y Luis Rolando. La figura del diácono permanente suele pasar desapercibida frente a la mayoría de sacerdotes, pero una clave en la vestimenta los distingue: mientras los curas llevan la estola alrededor del cuello, los diáconos la cruzan sobre el pecho, símbolo del servicio a la comunidad y del rol de Cristo como pastor.
Araya, de 60 años, está casado con Marcela desde hace 32 y juntos tienen cuatro hijos. Durante más de tres décadas se desempeñó en la policía, alcanzando el rango de comisario mayor como director de la Departamental San Justo. Sin embargo, siempre mantuvo un vínculo cercano con la Iglesia: desde su participación en retiros juveniles y la renovación carismática hasta su rol como ministro de la Eucaristía, llevando la comunión a los enfermos y asistiendo en celebraciones litúrgicas.
En la última década, Raúl ha desempeñado diversos roles dentro de la diócesis local: fue secretario del obispo Sergio Buenanueva, luego vicecanciller y actualmente se desempeña como canciller. Además, forma parte como notario de la Comisión de Justicia, encargada de los casos de anulación de matrimonios.
“Desde hace muchos años que uno ha recibido el llamado, especialmente ya cuando era niño. Oraba con mi madre a la orilla de la cama junto con mi hermano Jorge. Esa fue mi primer acercamiento al Señor”, recordó Raúl. La vocación, asegura, se profundizó a lo largo de los años, incluso mientras trabajaba en distintos destinos policiales: “Siempre estuve vinculado con la Iglesia, porque nuestra función también se liga a mantener el orden y la coordinación en las comunidades”, explicó.
Los diáconos permanentes se dedican a un triple servicio: el altar, la palabra y la caridad. Pueden bautizar, celebrar matrimonios y participar en exequias, pero no ofician misas ni confiesan. Raúl, que inició su camino formal hacia el diaconado en 2017-2018, destacó la importancia de la formación: “Primero se es aspirante, luego candidato y finalmente ordenado. Siempre se camina en discernimiento, hasta el último momento”.
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Su experiencia refleja la dualidad de la vocación: la entrega a la Iglesia y el compromiso con la familia. “En este último tiempo uno descubre las riquezas que tiene la Iglesia, también esta doble sacramentalidad: el amor recíproco con la esposa y la entrega al servicio. La oración y la Eucaristía son fundamentales para fortalecernos”, expresó. Marcela, su esposa, agregó: “Estamos ansiosos por ser abuelos de mellizas y acompañando a Raúl en este servicio, que nos involucra a todos como familia, es una bendición”.
La historia de Araya también evidencia cómo la vocación no es solo un llamado personal, sino un compromiso comunitario: “Una cosa linda que uno descubre es que el Señor lo va revelando: no es para mí, es para la familia y para la comunidad. Yo soy simplemente un instrumento”, afirmó. Desde la pastoral, colabora en la parroquia San José Obrero, continuando la labor iniciada en Perpetuo Socorro, su parroquia de origen.
A lo largo de su vida, Raúl ha experimentado cómo la fe puede sostener incluso en los momentos más difíciles: “Como policía, veía mucha gente que sufre, algunos descreídos, en crisis de esperanza. La presencia del Señor fue mi roca en esos momentos de angustia y soledad”. Su consejo para quienes sienten un llamado similar es claro: “Dejarse llevar por el Señor en la intimidad de la donación. El llamado es un don, un regalo hermoso, pero también una tarea”.
“Nunca pensé en ser sacerdote, pero esa vocación siempre estuvo latente. Aunque no quería ser cura, sentía en lo más profundo de mi corazón un llamado que me acompañó desde la infancia”
La ordenación de Raúl Araya coincide con un crecimiento notable del diaconado permanente en Argentina. Según datos del Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño), mientras en 1970 había solo dos diáconos permanentes, en 2022 la cifra llegó a 1.191. Esta tendencia refleja un cambio en la estructura parroquial, donde hombres casados y célibes asumen funciones de servicio en un contexto de disminución de vocaciones sacerdotales.
Raúl sueña con una Iglesia que trascienda las paredes del templo, que llegue a los jóvenes y a quienes se sienten alejados de la fe: “El Señor está obrando de distintas formas, germinando donde uno menos lo cree. Contemplar a Cristo nos permite experimentar la llamada y llevar su mensaje a quienes más lo necesitan”.
Para él, ser diácono permanente no es solo un título, sino un modo de vida que integra el servicio a la comunidad, la dedicación a la familia y la entrega plena a Dios. “La figura es Cristo, el enviado del Padre. ¿Quién es un diácono? Un enviado, nada más. Esto es solo una voz”, concluyó, con la certeza de que su vocación seguirá guiando su camino y el de quienes lo rodean.
