Sociedad
¿Quién comprende a Einstein?
Una curiosa publicación de este diario, de hace exactamente 100 años, hacía referencia a la visita a nuestro país del creador de la Teoría de la Relatividad. Aquel viaje se convirtió en uno de los acontecimientos más singulares de 1925 en la Argentina, y fue ampliamente comentado en los medios de comunicación de la época.
El 25 de marzo de 1925, a bordo del buque alemán SS Cap Polonio, llegó a la Argentina el científico Albert Einstein. Su estadía se extendió por un mes, repartida entre la ciudad de Buenos Aires, el Conurbano bonaerense y la provincia de Córdoba.
Son muy conocidas las fotografías que lo muestran junto a otras personalidades en los jardines del histórico Hotel Edén, en La Falda. Sin embargo, su paso por el país no fue meramente turístico. Durante su visita, brindó conferencias en distintas instituciones educativas y fue recibido por las más altas autoridades nacionales.
Años antes, Einstein había sacudido al mundo científico con la publicación de su Teoría de la Relatividad, lo que le valió el Premio Nobel de Física en 1921. Desde entonces, su fama no hizo más que crecer, y su llegada a la Argentina despertó un gran interés no solo en los círculos académicos, sino también entre los ciudadanos más informados.
Su visita respondió a una invitación de la Universidad de Buenos Aires y de la Asociación Hebraica -posteriormente Sociedad Hebraica Argentina-, con el objetivo de divulgar, a través de doce conferencias, los fundamentos de su célebre teoría, fruto de años de investigación y reflexión.
Mucho se ha dicho sobre la impresión que el país le causó. Buenos Aires no lo conquistó. Aunque describió a los porteños como personas “delicadas y elegantes”, calificó a la capital como “una ciudad estéril desde el punto de vista del romanticismo y de la intelectualidad”. En contraste, se sintió cautivado por Córdoba y sus sierras, donde percibió “una nueva energía” y dijo haber encontrado “vestigios de una cultura genuina”, así como “un sentido de lo sublime”.
Para resumir el propósito de su viaje —que también incluyó a Uruguay y Brasil—, Einstein publicó tres columnas en el diario La Prensa. En una de ellas escribió: “Quiero que, en la Argentina, cuya capital reconozco como un gran centro de cultura, se conozcan los fundamentos de mi teoría, tal como yo la entiendo, y no bajo la forma en que la presentan admiradores entusiastas que, en medio del fervor de la polémica, muchas veces la distorsionan”.
Entre otras ideas, la Teoría de la Relatividad plantea que la presencia de materia y energía curva el espacio-tiempo, lo que afecta la trayectoria de los objetos. Tal vez haya sido esta revolucionaria noción la que inspiró a un periodista de LA VOZ DE SAN JUSTO a publicar, en la primera plana del 16 de abril de 1925, la singular reflexión que sigue:
“Una teoría nueva. La física, revuelta. Las matemáticas, desmentidas por la lógica. Los sabios aceptan y aplauden las conclusiones de Einstein. El público semisabio, obligado por la ceremonia, aplaude lo incomprensible. Los profanos, que admiran un problema inaccesible a sus mentes, lo aceptan como sabiduría revelada. Así se construye el nombre del ídolo científico.
¿Quién no conoce a Einstein? ¿Y quién lo comprende? Son preguntas atrevidas, que no nos atrevemos a formular en voz alta. Las repetimos para nosotros mismos y las respondemos con otra pregunta.
Pero tú, lector amable, que sin duda deseas comprender la teoría einsteiniana —por curiosidad, por placer, por ansias de saberlo todo— ¡la conocerás!
Traza dos líneas paralelas. Tus ojos verán que no se cruzan. Medidas exactas marcan igual distancia entre sus extremos. Pensarás, entonces, que si se prolongaran hasta el infinito jamás se tocarán. ¡Craso error! ¡Qué ignorante eres en materia de líneas y paralelas! Esas líneas no son realmente paralelas. No lo son porque, al final, se encontrarán. Sus extremos, indefectiblemente, habrán de tocarse.
¿Comprendes? ¿No? ¡Nosotros tampoco!...”.
Rosenkranz señala en su libro que Einstein describió a los argentinos como “displicentes”, “infantiles” y “estúpidos”. Eso llevó al autor a preguntarse: “¿cómo podemos interpretar la valoración, en gran parte despiadada, de Einstein sobre los argentinos?”