Protestas y tensión en Francia
El intento de respuesta a esta conflictiva situación que dio el gobierno de Paris parece no haber satisfecho a los que reclaman. En las próximas jornadas se verá cómo evoluciona una situación que no solo coloca en aprietos al gobierno francés, sino que puede llegar a tener incidencia en otros países del continente europeo.
El presidente francés intentó responder a
las demandas de los denominados chalecos amarillos, un movimiento que expresa
el malestar de las clases medias empobrecidas. Entre otras medidas para
reforzar el poder adquisitivo, Macron anunció una suba del salario mínimo de
cien euros y la eliminación de los impuestos en las horas extras, así como la
derogación de una tasa que afectaba a los jubilados que menos ganan. Sin
embargo, no aceptó una de las reivindicaciones de los protestantes que
consistía en reimplantar el impuesto a la riqueza.
El mandatario galo entonó un mea culpa por su actitud, percibida como hiriente hacia los más desfavorecidos. Dijo que "la cólera que hoy se expresa es justa en muchos aspectos" y que "sé que a veces he herido a algunos de vosotros con mis palabras. Sin embargo, los principales voceros de los grupos que protestan dijeron sentirse decepcionados por los alcances de las medidas adoptadas y anunciaron que continuarán con el movimiento, originado semanas atrás como respuesta a un incremento en el precio de los combustibles que estaba destinado a la reducción de las emisiones de carbono reclamadas por los protocolos que luchan contra el calentamiento global.
Los violentos incidentes que el mundo observó a través de las pantallas, protagonizados por los chalecos amarillos reflejan parte del descontento popular, pero también son utilizados por líderes ideológicamente extremos que tienen mucho arraigo en toda Europa en estos momentos y también, por cierto, en Francia. Las protestas remiten a los disturbios de hace poco más de 50 años, que pasaron a la historia como el "mayo francés".
Es verdad que existen similitudes parciales entre ambos movimientos de protesta. No obstante, las cuestiones planteadas por los chalecos amarillos son mucho más terrenales que las que defendían los estudiantes parisinos en 1968. Un aumento leve en las naftas fue la gota que rebalsó el vaso en vastos sectores de la población que creen que Macron ha preferido evitar conflictos con burócratas sindicales y con la clase empresarial. El presidente francés no vio crecer el descontento y se encontraba en Buenos Aires cuando los episodios lo llamaron de vuelta a la realidad.
Así las cosas, el diario El Mundo de España ha señalado con criterio que "resulta inadmisible, pese al comprensible enojo de amplios sectores de la sociedad gala, el recurso al extremismo, las coacciones y la intimidación. La intensidad de una protesta no está reñida con la exigencia del imperativo ético de llevarla a cabo por métodos pacíficos. Pero agrega que "no sólo es la Francia rural la que levanta la voz, sino la Francia periurbana, nutrida de amplias capas sociales. Son ciudadanos hartos de una fiscalidad abusiva, de un mercado laboral precario y de una política de recortes en los servicios públicos que constriñe su calidad de vida".
El intento de respuesta a esta conflictiva situación que dio el gobierno de Paris parece no haber satisfecho a los que reclaman. En las próximas jornadas se verá cómo evoluciona una situación que no solo coloca en aprietos al gobierno de Francia, sino que puede llegar a tener incidencia en varios otros países del continente europeo.