Editorial
Prevención de incendios en los campos
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La prevención es ahora, no después. Y requiere de todos: productores, autoridades, bomberos y ciudadanos. Porque allí donde hubo fuego, no solo quedan cenizas: también puede quedar la responsabilidad de, por acción u omisión, no haber hecho lo necesario para evitarlo.
Las llamas trepando a alturas gigantescas, el viento soplando donde quiere, el campo ennegrecido, los pastizales crujientes. Escenas repetidas, tan nuestras como dolorosas, que reaparecen cada año con la llegada de los vientos secos de agosto. A veces, basta un descuido. O una irresponsabilidad. Y allí están otra vez: los bomberos voluntarios luchando con lo que tienen —y lo que no—, el fuego avanzando sin tregua, la naturaleza herida, los discursos de ocasión.
Pese a las lluvias invernales que en las últimas semanas trajeron alivio momentáneo, el riesgo de incendios rurales y forestales no ha desaparecido. Se agrega, también, el factor más temido: el viento persistente, impredecible. Un viento que en nuestra región no avisa, simplemente sopla. Y con fuerza.
En este contexto, urge reforzar la conciencia colectiva. Porque, aunque el cambio climático y los eventos extremos son cada vez más frecuentes, no todo está librado al azar. La negligencia o el incumplimiento de normativas pueden convertirse en delitos con consecuencias irreparables.
En ese sentido, recientes recomendaciones del Ministerio de Bioagroindustria de Córdoba resultan una guía que merece ser atendida, al menos en sus líneas generales, por los productores rurales. Mantener fajas cortafuego, realizar diagnósticos prediales, ajustar la carga ganadera, implementar el pastoreo rotativo, asociarse con productores vecinos, controlar la maquinaria agrícola y evitar quemas sin autorización son prácticas básicas que pueden marcar la diferencia.
Estas acciones no son opcionales: son una obligación. La Ley 10958/24 establece claramente el rol preventivo que deben asumir los propietarios de los campos para evitar cualquier siniestro. Desde el menos grave hasta el que deviene en hectáreas arrasadas, fauna desplazada, infraestructura destruida y voluntades al límite. Tomar conciencia de estos graves y extremos perjuicios es el primer paso para evitarlos.
Los bomberos, por su parte, siguen siendo el pilar de la respuesta inicial. Su entrega es admirable. La inversión sostenida en equipamiento, capacitación y logística es una exigencia que las autoridades deben contemplar de modo permanente. Cada vez que se pospone esa decisión, se pierde una oportunidad de estar mejor preparados.
También es fundamental que la comunidad en general se involucre. La prevención no es tarea exclusiva del productor agropecuario: todo vecino que quema basura sin control, arroja una colilla al borde del camino o no denuncia una conducta riesgosa, contribuye -quizás sin quererlo- a encender la mecha.
La temporada de incendios es un tiempo de cuidados mayores y decisiones que no pueden soslayarse. La prevención es ahora, no después. Y requiere de todos: productores, autoridades, bomberos y ciudadanos. Porque allí donde hubo fuego, no solo quedan cenizas: también puede quedar la responsabilidad de, por acción u omisión, no haber hecho lo necesario para evitarlo.