Historias de Liga
"Plumero" Beldoménico: “La mejor edad que tuve la viví acá, en Antártida”
:format(webp):quality(40)/https://lvdsjcdn.eleco.com.ar/media/2025/11/plumero_beldomenico.jpeg)
Del Baby en Savio a los títulos de los 90, del chancho móvil a las finales absolutas, de cortar yuyos a dirigir la primera: la historia de Plumero es la historia viva de Antártida Argentina, un club que marcó su juventud, su barrio y su manera de entender el fútbol y la pertenencia.
En su voz todavía suena el eco de los viejos tablones, las tribunas repletas y los domingos con olor a asado. Su historia empieza como empiezan las de todos los pibes futboleros: una pelota, un potrero y un sueño. “Arranqué en el Baby, en Savio, hice todo el Baby ahí”, recuerda. A los 13 o 14 años dio el salto a la Liga Regional con Barrio Obrero, un equipo que tenía su cancha donde hoy están los tribunales. “Jugábamos todos los del barrio, muchos que después hicieron carrera”.
Más tarde llegó Barcelona, un club amateur que funcionaba en Caseros y 9 de Septiembre. “Tenía dos inferiores y primera. No era Baby, era Amateur”, aclara, ubicando con precisión una etapa donde todo se apoyaba en el esfuerzo y el entusiasmo. Pero su destino estaba pintado de azul y blanco, los colores de Antártida, el club del barrio donde vivía, literalmente a la vuelta de la sede.
En 1992, cuando Antártida volvió al fútbol tras años de ausencia, “Pichirica” Bessone —compañero de trabajo— se acercó a buscarlo. “Yo ya había dado mi palabra en Barcelona, así que le prometí que al otro año iba. Y cumplí”, dice. Y en 1993 empezó una etapa dorada: tres campeonatos seguidos, un grupo de amigos y un club que volvió a nacer. “Coincidimos grandes jugadores, dirigentes y vecinos. Los hinchas eran todos amigos nuestros. Teníamos sentido de pertenencia: éramos hinchas del club y jugadores del club”.
:format(webp):quality(40)/https://lvdsjcdn.eleco.com.ar/media/2025/11/plumero_3.jpeg)
Y había algo más en ese equipo: un estilo propio. Muchos con el pelo largo, todos flacos, facheros, con esa pinta desprolija de los equipos de barrio que parecen una banda de rock más que un plantel. Y en los años que siguieron, el “Nika” Zapata se convirtió casi en un personaje icónico: caía a la cancha en su Fuego roja, siempre estacionada contra el alambrado, como un símbolo más de ese grupo. Esa mezcla de facha, juventud y pertenencia marcaba una época.
Aquel ‘93 también quedó marcado por la lesión de su amigo, “el Nika”, en la final del absoluto. “Se escuchó el ruido… tibia y peroné. Quedamos todos desahuciados, más por él que por perder la final”, recuerda con esa mezcla de respeto y melancolía que dejan las heridas que no se olvidan. Al año siguiente llegó la revancha en Sacanta, un 23 de diciembre, frente a Huracán de Las Varillas. “Ese año se nos dio. Era otro tiempo: el fútbol de barrio era una fiesta”.
:format(webp):quality(40)/https://lvdsjcdn.eleco.com.ar/media/2025/11/plumero.jpeg)
Entre viajes, títulos y finales, había otra parte igual de importante: el trabajo del barrio. Y ahí aparece la postal más colorida: el chancho móvil. “Yo manejaba la camioneta. Atrás iban haciendo el asado con el chancho. Éramos 10 o 12 vendiendo números por el barrio.” Una caravana de humo, música, gritos de venta y vecinos saliendo a la vereda. Con el chancho móvil y los canastos navideños que vendía el recordado “Poli” Panero, juntaban la plata para pagar los colectivos para los viajes. Era pertenencia pura, comunidad real empujando en la misma dirección.
El crecimiento de Antártida fue de la mano de quienes lo soñaron. “Se compró este predio, todo esto eran árboles —cuenta mientras señala el horizonte—. El “Chacho” Panero siempre decía: ‘acá vamos a comprar cuando tengamos plata’. Fue un adelantado. Y así fue”. En 1998 se inauguró la cancha y arrancó un ciclo nuevo. El club se volvió referencia social, punto de encuentro, identidad colectiva. “Fue un club de barrio que se propagó. Creció tanto que hoy es más social que deportivo, y eso también lo hace más difícil de manejar”.
“Plumero” habla de esos años como se habla de un amor de juventud. “Tenía 22 en el 93, era mi mejor edad. No me fui porque acá estaba todo lo que quería. No era tanto lo que yo jugaba, sino que me rodeaba de grandes jugadores: el “Bachicha” Diale, el “Nika”, el “Chelo” Tórtolo. El “Chelo” era el alma del equipo: te organizaba los asados, te hacía sentir familia. Adentro de la cancha brillábamos todos”.
:format(webp):quality(40)/https://lvdsjcdn.eleco.com.ar/media/2025/11/plumero_1.jpeg)
El técnico de aquella época era Raúl Pomba, “un señor del fútbol”. A su lado, Jorge “Chala” Antolini, que después sería campeón absoluto. “Era una época donde uno vivía para el club. Hoy cuesta encontrar eso. Falta pertenencia, faltan socios como los de antes. Nosotros teníamos todo: convicción, compañerismo, barrio”.
En su relato, la ciudad late distinta. “La liga paralizaba San Francisco. Ibas a la cancha y media ciudad estaba ahí. Hoy son 50 o 100 personas; antes eran miles. Era otro sentir, otra energía. Era todo el mundo compartiendo lo mismo”.
A los 35 colgó los botines. “Me retiré después de una final en Morteros. Nos ganaban 3 a 0 a los 20 minutos, eran aviones. Entrenaban dos veces por día y nosotros dos veces por semana. El papá del chico Giaccone que juega en Argentinos nos pintó la cara. El “Meme” Carossio empató el partido, pero después nos ganaron 5 a 3. Ahí dije basta. Para verlos correr así, me voy”. Lo dice sin dramatismo: más como una decisión natural que como una renuncia.
Pero nunca se fue del todo. Siguió en el club como técnico, primero en inferiores, luego en primera. “No quería agarrar, pero no había plata para pagar. Era como el Herrón de Antártida —bromea—, cubría los puestos”. Dirigió un año y volvió a las subcomisiones, sin alejarse jamás del club que había sido su casa.
En 2020, junto a “Bachicha” Diale, rearmaron el fútbol tras la pandemia: pintaron la cancha, renovaron vestuarios, consiguieron pelotas. “Llegamos a una final con Sportivo Belgrano y hubo récord de gente. Fue hermoso. Volvió esa sensación de que el club respiraba”.
Hoy, dirige la categoría 2010 de Cabrera. “Ganamos apertura, clausura y dos relámpagos. Son buenos pibes, medios renegados, pero me gusta más dirigir chicos. Les entra más el mensaje”. Cada tanto vuelve al predio y lo recorre como quien entra a un viejo hogar.
Lo atraviesan los recuerdos: los asados, los viajes en colectivo a Córdoba pagados con el chancho móvil que organizaban por el barrio, los canastos navideños, las rifas, las juntadas para cortar el yuyo o pintar los arcos. “Vivíamos para el club —dice—. Era nuestra segunda casa. Lo que se logró fue gracias a esa locura colectiva”.
Antes de despedirse, mira alrededor como quien repasa una vida: “Antártida fue mi lugar. La mejor edad que uno tiene la viví acá. Con grandes personas, grandes amigos. Eso es lo que más valoro. La gente que me rodeó. El club me hizo quien soy”.
Puede interesarte
