Perseverancia no significa obstinación
Está bien no desanimarse frente a la evidencia de haber perdido. Sin embargo, defender una gestión de gobierno debería incluir un necesario ejercicio de conciencia y reflexión.
En el intento por relanzar su gobierno luego de la dura derrota electoral del 14 de noviembre, el presidente de la Nación fue el único orador en el masivo acto del Día de la Militancia peronista. Allí, sin ningún prurito, brindó una definición más propia de un gurú especializado en técnicas de autoayuda que de un dirigente político tradicional. Sostuvo que "el triunfo no es vencer, sino jamás darse por vencido".
En realidad, se adjudica a Napoleón Bonaparte haber expresado un enunciado similar, haciendo referencia a las batallas militares que protagonizó. Se asegura que afirmaba que "el triunfo no está en vencer, sino en nunca desanimarse". Entre las dos frases hay una sutil diferencia. No darse jamás por vencido no es lo mismo que no desanimarse nunca. En la primera afirmación subyace una conducta obstinada, terca, que no admite los datos que la realidad entrega. En el "no desánimo" anida la virtud de la perseverancia y en la recompensa del esfuerzo para continuar caminando.
El obstinado insiste en negar sus propios errores y mantener el rumbo equivocado. Es débil, aunque pretende presentarse como fuerte. Su orgullo le impide reconocer esa fragilidad. No se da jamás por vencido porque en el fondo piensa que los demás son los que erran. El perseverante, por el contrario, insiste en buscar el modo de acertar, se esfuerza por comprender qué hizo mal y rectificarse. Tiene la suficiente humildad como para reconocer sus errores y procurar enmendarlos. Tiene, además, capacidad de escucha. No se desanima, pero toma nota de los hechos y reflexiona sobre lo ocurrido.
En el mundo de la posverdad, recordando una de las frases más famosas de Juan Domingo Perón, se podría concluir que la realidad no es la única verdad. Es cierto que cualquier dispositivo de persuasión, en cualquier época, incluye mentiras o medias verdades. Pero en este tiempo, la realidad ya no es un punto de referencia para quienes, tozudos, insisten en colocar disfraz retórico a los hechos, utilizando para ello su habilidad comunicacional.
Luego de la "derrota - triunfo", la escritora argentina Pola Oloixarac se preguntó si llegó la hora del "posperonismo", en el que solo quedaría "el discurso ampuloso, ajado, y las medidas antiguas, repetidas, que no funcionaron antes y tampoco ahora, pero conservan el fulgor nostálgico de otra era". En otros términos, se impone la terquedad de mantener posturas que llevaron a un resultado electoral negativo, apelando a una retórica alejada de la realidad y anclada en el pasado, recorriendo el mismo sendero y manteniendo posturas rígidas e inflexibles. Así, aquello de que "no hay que darse jamás por vencido" se transforma en un sentimiento y no en un argumento.
Está bien no desanimarse frente a la evidencia de haber perdido. Sin embargo, defender una gestión de gobierno debería incluir un necesario ejercicio de conciencia y reflexión para evaluar los resultados obtenidos y encarar las modificaciones que, aun defendiendo con firmeza las convicciones, permitan sortear los obstáculos. La obstinación se solidifica cuando el análisis de los hechos se hace apelando a dogmas que pretende ser irrefutables.