Análisis
Periodismo, periodistas, agravios y odio

La democracia no debe degradarse en un escenario de agravios y descalificaciones, sino afirmarse como un ámbito donde las diferencias se debaten con respeto y se resuelven con ideas, no con ofensas.
La Constitución Nacional, el sistema que agrupa a las naciones y el sentido común coinciden en señalar a la libertad de prensa como uno de los pilares sobre el que debe asentarse una democracia que aspire a ser garantía del ejercicio de los derechos de los ciudadanos.
El derecho a expresarse libremente ha sido conseguido no sin atravesar períodos dolorosos y hasta trágicos. Costó caro conseguirlo. Y, también a lo largo de la historia, ha sido necesaria una acción de defensa activa y sostenida frente a quienes pretenden desvirtuar su significado o reducirlo solo a una proclama simpática que se hace añicos tras la primera crítica.
En los últimos días, una periodística crítica al gobierno de Javier Milei y conocida por su adhesión al kirchnerismo ha sido protagonista del debate mediático, no sólo por las acusaciones que se han vertido en su contra desde distintos medios nacionales e internacionales, incluyendo la cobertura de prestigiosas redacciones como The New York Times, sino también por la virulencia del lenguaje empleado, destacándose incluso intervenciones directas desde la cuenta oficial del presidente en redes sociales.
En este contexto, un vendaval de expresiones de mal gusto, insultantes y violentas arreció en las redes sociales, amplificadas por la costumbre presidencial de entrometerse en estos asuntos. Aun cuando se plasme en la realidad el convencimiento de Milei en el sentido de que, de este modo, solidifica su base electoral, resulta alarmante el tono con el que se desarrolla la discusión sobre este caso y en casi todos los debates. Los epítetos, calificaciones, figuras zoológicas y alusiones a conductas íntimas se repiten sin solución de continuidad degradando hasta niveles extremos el espacio público y acrecentando la intolerancia.
La periodista Julia Mengolini ha sido esta semana la destinataria de los mensajes ofensivos. Su estilo, es necesario señalarlo también, incluye también varias expresiones habituales que no se condicen con la seriedad que requiere el uso del lenguaje en el ámbito periodístico. Es pasible de cuestionamiento sin dudas. No obstante, más grave es la virulencia de los mensajes que replica la cuenta presidencial en las redes sociales, buena parte de los cuales son de una bajeza que degrada la condición humana.
De todos modos, no se trata de defender a tal o cual periodista. Sí a un oficio que la mayoría ejerce con respeto, dedicación y compromiso con el derecho de la sociedad a estar informada. En este punto, se hace preciso remarcar que, a lo largo de la historia reciente, la prensa argentina ha dado muestras de valentía y de dedicación a hallar la verdad que no puede ser opacada, aunque desde algunas tribunas -incluso la presidencial- se invite al odio.
Quienes eligen el camino del agravio al periodismo como método sistemático deberían tomar nota de que no solo están agrediendo un derecho esencial, sino que están minando las bases del diálogo público La democracia no puede ser un campo de batalla donde la grosería y el desprecio marquen la agenda, sino un espacio de confrontación de ideas donde las diferencias se resuelvan con argumentos, no con insultos.