Análisis
¿Pensar se está convirtiendo en un lujo?
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La debilidad en el pensamiento crítico nos convierte en vulnerables a la desinformación y a los intentos manipuladores.
En un artículo publicado en The New York Times, la ensayista británica Mary Harrington sostiene que la capacidad de pensar profundamente está en riesgo de convertirse en un privilegio reservado para unos pocos. Su tesis parte de una observación inquietante: en un mundo saturado por pantallas y contenidos diseñados para la gratificación instantánea, la lectura sostenida y la reflexión prolongada -esenciales para el pensamiento crítico- parecen retroceder ante el avance de una cultura “post-alfabetizada”.
Harrington recuerda que la lectura profunda no es una habilidad natural, sino aprendida y entrenada. Implica concentración, disciplina y la posibilidad de sostener un hilo argumental complejo. Sin embargo, los dispositivos digitales están diseñados para fragmentar la atención: saltamos de un estímulo a otro, desplazamos pantallas sin detenernos y consumimos “contenidos chatarra” que apelan a la emoción inmediata antes que al razonamiento.
Este cambio cultural no solo transforma los hábitos individuales, sino que abre una peligrosa brecha social. Según Harrington, quienes pertenecen a sectores socioeconómicos altos suelen tener mayor capacidad para regular el tiempo de exposición a pantallas -sea mediante escuelas que restringen dispositivos o familias que ponen límites claros-. En cambio, los sectores populares quedan más expuestos a la distracción digital, lo que acentúa las desigualdades en el acceso a la concentración y al pensamiento complejo. En este sentido, “pensar” corre el riesgo de convertirse en un lujo, cultivado solo por una minoría que puede blindarse contra el ruido constante del entorno digital.
La erosión de la atención ha sido denominada “hiperatención”. Es decir, el fenómeno provocado por un cambio rápido y sucesivo de tareas, altos niveles de estimulación y un umbral bajísimo de aburrimiento. Por cierto, en muchas geografías -incluso en nuestro país- el problema preocupa y ha generado movimientos que, por ejemplo, han restringido y hasta prohibido el uso de celulares en las aulas. Pero la cuestión excede lo educativo. La debilidad en el pensamiento crítico nos convierte en vulnerables a la desinformación y a los intentos manipuladores. Harrington advierte que este proceso debilita también los cimientos democráticos: sin ciudadanos capaces de analizar, contrastar y cuestionar, se abre la puerta al dominio de discursos simplistas, polarizadores y hasta intolerantes.
La catedrática californiana Maryane Wolf recuerda al escritor británico William Wordsworth, quien describió al legado de un poeta como “la cosecha del ojo tranquilo”. Es decir, los frutos recogidos tras un proceso de observación y reflexión, de mirada serena, paciente y profunda. Escribe Wolf: “Yo utilizo la expresión ojo tranquilo para cristalizar mis preocupaciones y esperanzas con respecto al lector del siglo XXI, cuyo ojo está cada vez menos tranquilo; cuya mente se lanza de un estímulo a otro como un colibrí detrás del néctar; cuya calidad de atención se desliza imperceptiblemente con consecuencias que nadie podía haber predicho”.
El título del libro de esta autora es una invitación que merecería ser escrutada con ojos tranquilos: “Lector, vuelve a casa”.