Para saber cómo es la soledad

Son días convulsionados en un país llamado Argentina. Los años sesenta se apagan bajo los bastones de una dictadura. Un grupo de jóvenes se propone la emancipación nacional. Entre ellos hay un flaco soñador que toca la guitarra. Sus compañeros no lo saben, pero esa voz suave que entona metáforas surrealistas es la voz de una revolución.
Por Manuel Montali
Era el año 1968. Vietnam, la Guerra Fría, el Mayo Francés... Acá abajo, nuestro país estaba al mando de la dictadura de Juan Carlos Onganía. Con esta "Revolución Argentina" se reiniciaba la escalada de violencia de facto, censura y opresión que las fuerzas militares ya habían ensayado en la "Revolución Libertadora" (1955-1958) y que encontraría su consumación en el "Proceso de Reorganización Nacional" (1976-1983).
El peronismo seguía proscripto, el arte incursionaba quizá en su última gran aventura de vanguardia, las universidades eran un caldo de cultivo para todas las ideas de revolución que no habían podido aplastar los bastonazos largos... En suma, el país se cocinaba a baño maría dentro de ese hervidero mayor que era el mundo.
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Por ese entonces, un grupo de jóvenes encabezados por el inefable Rodolfo "Galimba" Galimberti, junto a Ernesto Jauretche (sobrino del gran Arturo) y otros estudiantes, profesores, marxistas, trotskistas, peronistas, tacuaristas... y demás actores de reparto, habían formado una agrupación llamada "Juventudes Argentinas por la Emancipación Nacional" (Jaen).
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Por invitación de uno de ellos, "Coco" Estela, un día se sumaron dos de sus compañeros de primer año de Bellas Artes, que además hacían música. Tenían 17 años. Uno era un flaco, muy flaco, de rulos hasta los hombros. Tocaba la guitarra y escribía poesías bajo el influjo onírico de Antonin Artaud.
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El flaco caía bien, tenía voz suave, buenos modales, sensibilidad estética y no le hacía mal a nadie. Es cierto, era muy bohemio, soñador y un poco raro para los modales cuidados y engominados de "Galimba" y compañía. Pero el principal problema que los Jaen tenían con él era otro: su relación con las drogas.
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Como correspondía, en un alto en las discusiones entre designarse compañeros o camaradas, se organizó un plenario para discutir la cuestión de las sustancias prohibidas. La decisión fue tajante: las drogas eran un arma del capitalismo yanqui para distraer a los jóvenes de la causa revolucionaria y no debían ser consumidas por ningún Jaen. Las drogas eran el opio de los jóvenes.
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Cuentan que el flaco no llegó a escuchar el dictamen. Que se prendió un faso y se fue caminando lento, quizá con uno de sus dibujos bajo el brazo, quizá con el dibujo que había hecho para la tapa del primer disco de su banda, la banda que compartían con ese amigo inseparable con el que había llegado a Jaen: el dibujo de un señor de gorro a rayas, con una flecha-sopapa pegada en la cabeza y al que le caía un lagrimón.
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Poco antes, ese flaco que iba con su propia revolución a cuestas, había recibido la noticia falsa de que un compañero había fallecido en un viaje de egresados. Anticipándose a la rectificación, ya había compuesto la primera canción que llevaría a un estudio, la primera canción del grupo que lo haría famoso, con una letra que dice: "La soledad es un amigo que no está".