Análisis
¿Papá, qué hice de malo?

La sanción a un grupo de niños de un club por tomarse una foto con un jugador del rival de siempre desnuda un inquietante y peligroso síntoma social. En lugar de fomentar el respeto y la admiración por el talento, se impone el fanatismo y la intolerancia, convirtiendo al deporte en una herramienta de adoctrinamiento.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
“Papá, ¿qué hice de malo?” preguntó uno de los chicos, con la inocencia herida de quien empieza a comprender que el mundo de los adultos está plagado de absurdos.
Cuando el hecho se conoció, esa pregunta resonó con fuerza. Y la respuesta desgarra. Un grupo de niños de 9 años -niños, conviene subrayarlo- fueron sancionados por su club, Newell’s Old Boys, tras tomarse una foto con el jugador de Rosario Central, Ignacio Malcorra. Un gesto genuino de admiración, propio de cualquier chico que sueña con ser futbolista, fue interpretado por los "formadores" del club como una traición a los colores. ¿El castigo? Separación del plantel y prohibición de entrenar. El mensaje es brutal: al rival no se lo respeta. Mucho menos se lo admira. Se lo odia.
La decisión expone una subversión alarmante de los valores esenciales de la convivencia. Se transforma, además, en una señal de alerta contundente sobre las enseñanzas que se inculcan en ciertas academias deportivas. En lugar de educar en el respeto, en el compañerismo, en la admiración por el talento y la dedicación -aunque el ejemplo venga del "otro"- se fomenta la división, el resentimiento y la intolerancia. En lugar de formar, se deforma.
Es verdad que el sectarismo no nos es ajeno. Se evidencia en la agresividad permanente de buena parte de la dirigencia política y en redes sociales donde se ataca con crueldad y se cancela a quien piensa diferente. No sorprende, entonces, que la formación deportiva castigue la admiración y premie el fanatismo ciego. Que se enseñe que la camiseta vale más que los valores, que la pertenencia institucional es un dogma y que al "otro" hay que despreciarlo por no compartir los mismos colores. Es un mensaje perverso. El deporte, que debería ser una herramienta de integración, termina convertido en un dispositivo de adoctrinamiento.
La inteligencia emocional -la capacidad de reconocer, comprender y gestionar emociones propias y ajenas- es central en la formación de una persona. Fomentar el respeto y la empatía debería ser una prioridad si aspiramos a recomponer el tejido social. Por ello, además de absurda, la sanción -que, ante el escándalo, el club rosarino intenta ahora matizar- es una postal desoladora: distorsiona la escala de valores y convierte en delito el simple hecho de tomarse una fotografía con un jugador rival.
La conclusión es inquietante: se instala la idea de que la identidad se construye negando al otro. No puedo aplaudirlo. No me dejan reconocerlo. Tengo que despreciarlo para que me acepten.
No, nene. No hiciste nada malo. Lo que está mal es que te hayan hecho creer que esa foto traiciona tus sentimientos. Está muy mal que te obliguen a elegir bandos desde la infancia. Pero lo peor es que quienes deberían guiarte, educarte y comprenderte, te hayan usado para expresar su resentimiento y su odio.