Gastronomía
Panna Cotta y su ingrediente secreto

Dos hermanas, un oficio y la premisa de hacer buena pastelería sin perder nunca el alma. Los detalles, en esta nota.
Sobre Echeverría al 200, hay un perfume que se cuela entre los autos, se mezcla con el aire y se mete por la nariz. Un aroma tibio, a manteca, a horno prendido, a azúcar derritiéndose, que te hace levantar la vista o bajar el ritmo de la caminata. Un aroma que se mete en la memoria y te dice: por acá.
Ahí está Panna Cotta, una pastelería con nombre italiano pero con alma bien de acá. Un espacio cuidado, íntimo, a mitad de cuadra, donde todo tiene un aire de hogar.
Una vez que empujás la puerta, entendés que acá nada es casualidad. Que cada detalle —la música suave, las luces cálidas, la sonrisa con la que te saludan— fue pensado para que sientas que podés relajarte y regalarte un rato ameno.
Panna Cotta nació del deseo de compartir algo más que postres: nació para acompañar momentos. Lo crearon María Laura y Fernanda Peralta, dos hermanas que se animaron a transformar un proyecto online en un espacio físico, donde hoy todo gira alrededor de la calidad, la calidez y el disfrute. Desde sus comienzos, cada paso fue acompañado por una búsqueda constante: hacer buena pastelería, sin perder nunca el alma.
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En el corazón de la cocina, “Fer” lidera con creatividad el desarrollo de una carta que no se queda quieta. Con ella, el equipo de pasteleros —Nicolás, Josefina y Lucía— aporta precisión, pasión y oficio. “Lau” está del otro lado, atenta a que todo funcione y que cada persona que entra encuentre exactamente lo que necesita, aunque aún no sepa qué es. Y en el mostrador y el salón, Carola recibe, escucha, asesora. Y claro, siempre está también la familia, que se vuelve parte de todo sin estar en la foto.
La experiencia Panna Cotta empieza antes de elegir qué vas a comer. Primero, la tentación: mirás la vitrina y sabés que vas a tardar en decidir. Porque están la Red Velvet y la Marroquí, el Lemon Pie y la Carrot Cake, la Amanda, el Frambuli, el Rogel. Porque hay cookies, alfajores de Nutella, de mandarina, de café. Macarons. Madeleines. Budines.
Pero también hay opciones saladas, ideales para quienes prefieren lo no tan dulce: scones, rolls de jamón y cuatro quesos, chipa de hongos, muffins de tomate y albahaca, bagels rellenos, roquejores. Todo lo que sale de la cocina tiene algo en común: el equilibrio justo entre lo casero y lo sofisticado.
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Después, hacés tu elección y te sentás. En unos minutos, tenés todo en tu mesa: café de origen Brasil o Colombia, servido en mokas italianas, té en hebras, jugos naturales o batidos y ese plato que ya elegiste con los ojos. Y entonces entendés: todo está cuidado. Hay trabajo bien hecho y ganas de compartir algo rico con quien sea que tengas al lado.
La atención es parte esencial del ambiente: el equipo lee al cliente frecuente como quien lee una historia conocida. Te llaman por tu nombre si te ven seguido, te recomiendan algo si dudás. Hay un lenguaje no dicho en la forma de atender, que hace que la experiencia no termine cuando pagás, sino cuando ya estás en la vereda, con la certeza de que vas a volver.
Tal vez por eso hay clientas que vuelven cada semana, personas que hacen pedidos para el trabajo, familias que eligen un postre especial para una comida compartida. En tiempos de tanta prisa, encontrar un lugar donde las cosas se hacen con atención —y con alegría, porque eso también se percibe— vale el doble.
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La experiencia también puede ser para llevar. En ese caso, la caja viaja con aroma incluido. Porque llevar Panna Cotta a tu mesa es llevarte una porción de amor, en formato alfajor, budín o mini torta. Hay desayunos, boxes armadas a medida, propuestas para regalar, vouchers para cumpleaños o agradecimientos, e incluso opciones de catering para eventos. Todo se entrega con la misma dedicación que se pone en el mostrador.
El lugar es hermoso. Pero no sólo por su estética, sino por la energía que transmite. Porque aunque no te conozcan, te saludan como si sí. Porque todo está hecho con atención: desde la elección del café (de Atypiko Coffee Lab) hasta el té en hebras (con blends elaborados en la Unión Europea para la marca cordobesa Mil Grullas). Porque te invitan a quedarte, pero también a volver.
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Panna Cotta es eso: una pausa en el día. Un rincón donde se mezclan sabores con historias. Donde la pastelería se vuelve excusa para compartir. Donde el aroma te llama desde la vereda, pero lo que te hace quedarte es otra cosa: la sensación de estar en casa.
Porque hay aromas que invitan. Y en Panna Cotta, uno entiende que el verdadero ingrediente secreto no está en la receta. Está en el gesto.
Un bocado de felicidad
En Panna Cotta, la pastelería no es solo una cuestión de sabor, es una forma de cuidar. Por eso, todo arranca con una meticulosa selección de materias primas y termina en una presentación impecable. Desde las cookies de pistacho y chocolate blanco, hasta el budín de naranja y jengibre, cada producto combina técnica, creatividad y corazón, reflejando una dedicación por ofrecer siempre lo mejor.
La carta cambia, se actualiza y sorprende. Hay opciones dulces y saladas, desayunos y boxes para regalar. Y si no sabés qué elegir, podés llevar una gift card: vos ponés el monto; la otra persona, el antojo.
Aunque el presente ya es dulce, hay planes de crecimiento que, por el momento, no se pueden revelar. Panna Cotta se prepara para sorprender con nuevas ideas y servicios, siempre buscando mejorar para brindar la mejor atención posible y superar las expectativas de sus clientes. Es una promesa de futuro, una muestra de que su compromiso con la excelencia no tiene límites.
El local está abierto de martes a domingo y siempre te reciben con una sonrisa. Como si te esperaran. Como si supieran que, al final del día, un buen postre puede cambiarlo todo.
Horarios de atención: Martes a sábado, de 8:30 a 13 y de 16:30 a 21. Domingo: de 8:30 a 13 y de 17 a 20. Lunes, cerrado.
Dirección: Echeverría 281, San Francisco (ver mapa)
WhatsApp: 3564 607484. Hacé clic acá para abrir el chat.
Instagram: @pannacotta_pasteleria
Facebook: Panna Cotta Pastelería