Análisis
Otro día triunfal

Han transcurrido 40 años de aquel día en que se refundó la democracia argentina. En honor a su salud, resulta oportuno valorarla. Porque cuatro décadas después, pese a todas las tribulaciones experimentadas, vivimos ayer otro día triunfal.
Los argentinos asistimos ayer a un nuevo cambio de gobierno legitimado por el voto popular. Es un hecho trascendente que ratifica la convicción de mantener en alto a las instituciones y respetar los principios de la Constitución. Conviene celebrar que, desde hace cuatro décadas, aun con sobresaltos y vaivenes que la pusieron a prueba, esta costumbre democrática se ha mantenido firme. Se ha consolidado.
En 1983, el país se asomaba a la democracia buscando claridad luego de un tiempo muy oscuro. Aquella experiencia constituía todo un desafío. Era tiempo de rescatar a la democracia del olvido y defenderla con pasión republicana. Con la asunción de Raúl Alfonsín, hace 40 años, finalizaba, felizmente, un proceso complicado. Se cumplía un paso fundamental. El futuro estaba abierto.
Aquella joven democracia se asentó, echó raíces. También, se “achanchó”. El entusiasmo, de modo paulatino, fue cediendo paso a un acostumbramiento. Por la insatisfacción de las demandas populares y la inoperancia de buena parte de la dirigencia política apareció el enojo, luego una cierta resignación. También asomaron en el horizonte voces que desacreditaron las bondades de la República. En su libro “Así terminan las democracias”, un prestigioso politólogo, el británico David Runciman, sostiene al respecto que “la gente está enfadada con unas instituciones que se muestran insensibles a sus demandas”. Y termina resignándose o descreyendo “por pura extenuación”.
Sin embargo, esta pieza ensayística rescata los valores democráticos y la necesidad de defenderlos para que no se termine la vigencia de las instituciones. Afirman Runciman: “El atractivo de la democracia moderna es esencialmente doble. En primer lugar, ofrece dignidad. Los habitantes individuales de los Estados democráticos logran que los políticos se tomen en serio sus opiniones. Tienen la oportunidad de expresarlas y reciben protección cuando otras personas intentan silenciárselas. La democracia aporta respeto. En segundo lugar, produce beneficios a largo plazo. Con el tiempo, vivir en un Estado democrático seguro da a los ciudadanos la esperanza de ser partícipes de las ventajas materiales que acompañan a la estabilidad, la prosperidad y la paz. Cada una de estas cosas por sí sola ya supondría un atractivo muy significativo; sumadas forman una combinación formidable”.
No obstante, las reflexiones del citado autor británico reconocen que “la democracia representativa contemporánea está cansada, se torna vengativa y paranoica, se engaña a sí misma y es engorrosa y, con frecuencia, ineficaz. Buena parte del tiempo vive de glorias pasadas”. En la Argentina, algunas de estas características se pueden visualizar en la actualidad. Porque es un hecho palpable que hay mucho por hacer para que las demandas sociales se hagan realidad. Para que los políticos se las tomen en serio. Para que los ciudadanos sean respetados en su dignidad. Y para que la estabilidad, la prosperidad y la paz sean aspectos habituales de la convivencia.
En verdad, la transición democrática argentina ha soportado bandazos que, en otros tiempos, fueron determinantes para interrumpir los procesos de vigencia de los principios republicanos contenidos en la Constitución Nacional. Esa fortaleza merece destacarse a la hora de un nuevo cambio de gobierno. Han sido los ciudadanos quienes “pusieron el hombro” para garantizar estos 40 años de vida en libertad. Por eso, esta instancia histórica del recambio de autoridades, es una oportunidad para que el pueblo exija a sus representantes el cumplimiento de sus deberes y el reconocimiento de los derechos y obligaciones que impone el texto constitucional.
Dentro de aquellas fortalezas de nuestra democracia, un punto fuerte es su capacidad para cambiar el rumbo cuando las cosas van mal. Comienza un camino nuevo, sembrado de incertezas. Un sendero poco explorado, es verdad. Pero decidido por la soberana voluntad popular. Debe rescatarse que una gran mayoría de ciudadanos sigue confiando en la vigencia de la Constitución. Pero no por eso deja de demandar a su dirigencia, sea del color político que fuere, seriedad y responsabilidad frente a la dura coyuntura.
Han transcurrido 40 años de aquel día en que se refundó la democracia argentina. De aquella “feliz aurora de un día triunfal”, de acuerdo al título del “artículo de fondo” de este diario del 10 de diciembre de 1983. En honor a la salud de nuestra democracia, resulta oportuno valorar, creemos, el profundo significado de aquel título. Porque cuatro décadas después, pese a todas las tribulaciones experimentadas, vivimos el domingo otro día triunfal.