Análisis
No “habemus” ficha limpia

A cualquier ciudadano se le exige presentar certificado de antecedentes policiales cuando realiza determinados trámites ante dependencias estatales. Mientras la burocracia a veces exaspera, el Senado argentino volvió a protagonizar un escándalo con el rechazo del proyecto de ficha limpia. De este modo, senadores y muchos otros funcionarios no necesitan cumplir con una obligación similar a la que se reclama a los ciudadanos. La sensatez, enviada a un rincón de un recinto que lleva el calificativo de “honorable”.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
Un ciudadano común se enfrenta al ritual de un trámite ante una dependencia estatal. No importa en este caso el motivo de la gestión. Entre los requisitos se le exige, en varias ocasiones, el certificado de antecedentes policiales. Con diligencia, solicita el turno, paga la tasa correspondiente, espera pacientemente y, finalmente, incorpora el documento al expediente.
Algunos meses después, y luego de haber constatado que el papelerío no se ha movido con la presteza que debería, le llega una comunicación oficial: el certificado ha caducado y debe actualizarlo. El Estado sospecha que en ese tiempo puede haberse convertido en delincuente. Vuelve entonces a empezar. Nuevo turno, nuevo pago, nueva espera. Y, esta vez, con una plegaria de por medio, con la esperanza de que la maquinaria burocrática no se lo devore otra vez.
Después de haber repetido la faena, ese ciudadano común contempla, resignado frente a las pantallas, la huida de dos senadores tras votar lo contrario a lo que habían expresado públicamente, el festejo de otros por la no aprobación del proyecto de ficha limpia; así como las chicanas, acusaciones cruzadas y especulaciones electoralistas, protagonizadas por quienes habitan un recinto que se titula “honorable”, pero lejos está de serlo. Es que la historia del Senado argentino está salpicada por polémicas, intrigas y escándalos. La reciente sesión en la que se rechazó el proyecto de ficha limpia es apenas otro capítulo.
En Roma, cuando se desarrollaba el cónclave vaticano para elegir al Papa, muchos creían ver maniobras secretas y negociaciones oscuras. El “cónclave” del Senado por la ficha limpia alimentó similares sospechas. Senadores que habían hecho encendida defensa de la iniciativa cambiaron abruptamente de posición, votaron en contra, abandonaron raudamente el recinto como niños que eluden el reproche por una travesura y, por lo visto, se juramentaron no explicar su conducta. De inmediato, arreciaron las denuncias de un pacto entre el “jefe” de los dos “conversos” de Misiones, Carlos Rovira, quien desde hace años digita la política de esa provincia, de haber sellado un pacto con los “monjes negros” del gobierno. Vale recordar que Rovira, ubicuo y calculador, es el único dirigente político derrotado en las urnas por un obispo.
Comunicados críticos a la decisión del Senado, elaborados con detalles lingüísticos cuidados, fungieron como humo blanco inmediatamente después de la votación del proyecto. Pretendían capitalizar el hecho de que la decencia no pasó la prueba en la Cámara Alta, pero terminaron acrecentando la sensación de que detrás de la voltereta de los misioneros existió alguna negociación.
Finalmente, la alegría desbordante de los senadores kirchneristas: “no habemus ficha limpia” fue el lema del festejo de quienes, con sorpresa, lograron empatar en el último minuto, luego de flagelarse con el muy forzado argumento de la proscripción. Una nueva exhibición de carencia de pruritos éticos.
El burdo episodio incluyó insólitas discusiones, ausencia de explicaciones y celebraciones absurdas para que todo siga igual. No les cayó la ficha. ¿El resultado?: continúan sin estar obligados a presentar -ni siquiera actualizar- su certificado de antecedentes.