Testimonios
Ni fútbol ni básquet: dos historias que rompen el molde deportivo
Dos jóvenes de San Francisco se animaron a romper los moldes y seguir sus verdaderas pasiones: la gimnasia y el patín artístico.
Por María Laura Ferrero | LVSJ
En un país y una ciudad donde la pelota suele marcar el rumbo de la infancia, Joaquín Gainza y Stefano Silva eligieron otros caminos. Uno se convirtió en gimnasta; el otro, en patinador artístico con más de una década de experiencia. Dos historias que desafían estereotipos y celebran la pasión por disciplinas poco convencionales.
De la música a la gimnasia aeróbica
Joaquín Nicolás Gainza Quaglia tiene 17 años y desde muy chico encontró en la gimnasia una forma de expresión. “Empecé con gimnasia artística a los 6 años y luego me pase a la aeróbica y en esta disciplina en 2015 ya estaba compitiendo a nivel nacional”, contó con orgullo. Su talento no pasó desapercibido: fue la profesora Daiana Nanzer —reconocida referente local, nacional e internacional de la gimnasia aeróbica de la Academia de Arte y Expresión — quien lo motivó a iniciarse en esta disciplina.
Pero antes de la gimnasia, Joaquín ya tenía un vínculo especial con el movimiento y la música. “Desde muy chico fui muy apasionado por la música, siempre tuve buen oído musical”, aseguró. Ese oído desarrollado fue un elemento clave: “No me cuesta contar los tiempos, y eso me ayudó muchísimo. También me gusta bailar. Desde muy chiquito que bailo hip hop”. Esa combinación entre ritmo y expresión corporal fue lo que lo llevó a enamorarse de la gimnasia aeróbica”.
Actualmente, se prepara para su próximo desafío: el Campeonato Nacional en Oberá (Misiones), del 6 al 11 de mayo. “La gimnasia aeróbica es una coreografía intensa de un minuto y medio, con elementos de flexibilidad, fuerza estática, fuerza dinámica, saltos y acrobacias”, explicó. A diferencia de la artística, no utiliza aparatos: “Todo se concentra en el cuerpo y su capacidad de moverse con ritmo”.
Joaquín no solo entrena dos horas diarias, sino que también agrega a sus entrenamientos clases complementarias de danza jazz, gimnasia artística y ejercicios de fuerza y acrobacia todos dictados en la academia. “Nos preparamos física y emocionalmente. A mí me ayudó mucho: es una forma de desconectarme del mundo, algo que me hace falta en la vida”.
A pesar de la exigencia del deporte, nunca dudó de su camino. “Nunca me arrepentí. Siempre estuve seguro de lo que hago. Para mí, la gimnasia es parte de quién soy”, aseguró. Y aunque reconoce que en San Francisco son pocos los varones que practican esta disciplina —apenas tres—, eso no lo detuvo. “Al principio hay que explicar que no es baile, que es gimnasia. Educar a los demás. Pero una vez que entienden, te apoyan mucho”.
El respaldo familiar y de su grupo de amigos ha sido clave. “Mis amigos y mi familia siempre estuvieron ahí. Me acompañan, me felicitan, me hacen sentir querido. Eso te impulsa”, cuenta.
Para Joaquín, la gimnasia fue también una guía vocacional. A punto de terminar el secundario, considera estudiar el profesorado de Educación Física: “Es un sueño de chico. Me encanta el deporte. Gracias a mi papá, compartimos muchas horas viendo los Juegos Olímpicos y aprendiendo sobre distintas disciplinas”.
¿Y si le proponen un picado? “Obvio, me prendo. Me encanta jugar con mis compañeros del curso. Es bueno probar otros deportes”, finalizó.
Ruedas que liberan
Stéfano Silva tiene 16 años y practica patín artístico desde los cinco. “Probé con el fútbol, pero no era lo mío. Me dolía la panza antes de los partidos”, recordó entre risas. Todo cambió cuando pasó por el club Alumni y su mamá lo invitó a probar otra cosa. “Ahí me recibió mi profe Alejandra, me tiró unos patines y no me los saqué más”.
Desde entonces, hace 11 años que entrena casi todos los días. La preparación es exigente: “Entrenamos entre tres y cuatro horas por día, estiramos, trotamos, hacemos circuitos físicos y luego practicamos saltos y trompos. La pretemporada empieza el 15 de enero y seguimos todo el año”, detalló.
El patín no solo lo fortaleció físicamente. “Me dio compañerismo, me enseñó a superar los nervios de competir y me ayudó a concentrarme, a enfocarme en lo mío”, explicó. Y aunque en su academia de competición es el único varón, eso nunca lo desanimó: “Para mí no hay deportes de hombres o mujeres. Si te gusta, te gusta. Nunca me dio vergüenza”.
Su entorno, lejos de cuestionarlo, aprendió a valorar su disciplina. “Un amigo mío fue a uno de nuestros festivales, aprendió sobre el patín y empezó a seguirme. Eso estuvo buenísimo. Es otra técnica, es otro mundo, y cuando te entienden, te respetan”.
Estéfano se siente acompañado, querido y respaldado: “Mi familia me banca desde el primer día y mis compañeros también. Acá somos un grupo muy unido”. Y si bien muchos deportes le generan curiosidad, tiene en claro su elección: “El patín significa mucho para mí. Es mi lugar de desconexión, donde soy feliz. No lo cambiaría por nada”.
Romper moldes
Joaquín y Stefano desafían, con naturalidad y convicción, los moldes que suelen imponerse desde la infancia. Lejos del fútbol o el básquet, encontraron en la gimnasia aeróbica y el patín artístico su forma de ser, crecer y expresarse.
Ambos destacan el valor del respeto, del acompañamiento y de animarse a hacer lo que realmente les apasiona. “Que no te importe lo que digan los demás. Hacé lo que te gusta”, dice Stefano. “Siempre va a haber alguien que critique, pero vos tenés que seguir tu camino”, agregó Joaquín.
Sus historias invitan a mirar más allá de las canchas tradicionales y a celebrar el coraje de quienes se animan a escribir su propia historia deportiva.
Alejandra Zongueti: una pasión que se transmite
En el camino deportivo de Stéfano Silva hay una figura clave: Alejandra Zonghetti, su entrenadora desde los cinco años y fundadora de la academia Musical Show, donde hoy continúa entrenando. “A Estefano lo criamos prácticamente”, dice Alejandra con una sonrisa que denota cariño y orgullo. “Como persona es excelente, y como alumno, ni hablar. Su evolución fue increíble”.
Alejandra comparte la tarea de formación junto a sus hijas, Antonella y Carlina Piacenza, ambas técnicas nacionales. La academia es un espacio familiar, pero también de alto rendimiento. “Stefano empezó como todo niño, con patines extensibles, dando sus primeros pasos. Y hoy ya está en la categoría A, que es de las más altas. Le faltan uno o dos años más a este ritmo y llega a las máximas: A Élite o Internacional”.
Sin embargo, reconoce que a medida que los chicos crecen, sostener el nivel competitivo es cada vez más difícil. “Cuando terminan el secundario, muchos empiezan a buscar otro rumbo. Algunos siguen el deporte como carrera, otros lo acompañan mientras estudian, pero ya sin intenciones de llegar a torneos internacionales”.
Zonghetti también reflexiona sobre la baja participación de varones en este deporte. “La técnica es la misma para todos. Pero sí hay diferencias motrices: el varón suele tener más fuerza, más impulso. Por ejemplo, en los saltos dobles, eso se nota. Aun así, el entrenamiento es igual para ambos sexos. No hay nada que los varones no puedan hacer”.
En su academia hay varones desde niños hasta adultos mayores: “Tenemos hombres de más de 50 años que entrenan a la par de los chicos. Obviamente cada uno dentro de sus posibilidades, pero este es un deporte que está abierto a todos. No hay edad ni género que lo limite”.
Alejandra enseña sin parar desde hace 30 años. Pero su historia con el patín empezó mucho antes: “Mi papá me puso los patines a los 5. Voy a cumplir 63. Son casi seis décadas sobre ruedas. Mi papá fue mi primer entrenador y también el primero en San Francisco”. La pasión familiar continuó con sus hijas —dos de las cuales compitieron a nivel nacional e internacional— y hoy su nieta lleva el legado hasta la categoría más alta.
Cuatro generaciones unidas por un deporte que no solo moldea cuerpos, sino también vocaciones, vínculos y sueños. Alejandra lo resume con sencillez: “Es toda una vida”.
Daiana Nanzer: campeona en las competencias y en la enseñanza
Del otro lado, la historia de Joaquín Gainza también está profundamente marcada por una mujer: Daiana Nanzer, la campeona nacional e internacional y entrenadora de gimnasia artística y aeróbica, fundadora junto a su madre Claudia Mina de la Academia de Arte y Expresión.
Daiana conoció a Joaquín cuando él tenía apenas cuatro o cinco años. “Estábamos en clase y entró con una coreografía de Michael Jackson. Ya se notaba su oído musical y su sentido del ritmo”, recordó. Ese fue el punto de partida: Joaquín comenzó a formarse en gimnasia artística y danza, hasta que la combinación ideal lo llevó a destacarse en gimnasia aeróbica.
Nanzer explicó con claridad en qué consiste la disciplina: “Es un deporte de alto rendimiento, con rutinas breves de gran intensidad. Se trabaja fuerza, flexibilidad, acrobacia y coordinación, todo integrado en una coreografía musical. Aunque el nombre diga ‘aeróbica’, en realidad es un deporte anaeróbico, por la exigencia explosiva en corto tiempo”.
Daiana entrena tanto a varones como a mujeres en grupos mixtos. “Las diferencias motrices existen: los chicos suelen tener más fuerza; las chicas, más flexibilidad. Pero el entrenamiento es integral y adaptado para todos. La gimnasia aeróbica no hace distinciones”, aseguró. Y agregó: “En nuestra academia ofrecemos también danzas urbanas, artística masculina, acrobacias en telas. Tenemos varones en todos los espacios, desde los más chicos hasta adolescentes, y fomentamos que se animen sin miedo”.
Con cuatro sedes activas en San Francisco, más de 20 profesores y alumnos que participan en competencias provinciales, nacionales e internacionales, Academia de Arte y Expresión es hoy un polo de formación reconocido. “Nuestro sueño siempre fue difundir este deporte, que los chicos puedan competir y crecer, incluso llegar a mundiales. No es fácil hacerlo desde una ciudad chica, pero lo estamos logrando”, destacó Daiana, quien fue pionera en el desarrollo y fortalecimiento nacional de la gimnasia aeróbica y hoy forma parte de una red que lucha por llevar esta diciplina a los Juegos Olímpicos.
Deporte con identidad y sin etiquetas
Tanto Zonghetti como Nanzer coinciden en un punto clave: el deporte debe estar abierto a todos, sin estereotipos ni prejuicios. Joaquín y Stefano encontraron en ellas no solo entrenamiento, sino guía, contención y oportunidades.
Ambas entrenadoras llevan años construyendo espacios donde lo artístico y lo físico se combinan, y donde varones y mujeres pueden desarrollarse por igual. Sus historias —como las de los jóvenes que formaron— son una invitación a abrir la mirada, a valorar la diversidad deportiva y a reconocer que el talento no tiene género.