Neal Cassady y los caprichos del calendario

Los años sesenta llegaron tarde en un colectivo pintarrajeado y se fueron temprano, a pie, junto a las vías de un tren cualquiera. Ambos extremos responden a la misma persona, al conductor mítico de la cultura estadounidense, el hombre que unió diversas generaciones cruzando todos los semáforos en rojo, de costa a costa, en cuero y hablando a una milla por minuto. Pensemos en Dean Moriarty.
Por Manuel Montali
Para muchos, los sesenta no empezaron hasta algunos años más tarde. El calendario tiene esas cosas... basta con recordar que el mismísimo Jesús nació un par de años Antes de Cristo. Pero lo cierto es que, como decíamos, no son pocos los que opinan que esta década no arrancó a todo color hasta 1964. Ése fue el año en que Ken Kesey tomó un micro y lo llevó de viaje por Estados Unidos.
Junto a "The Merry Band of Pranksters" (La alegre banda de bromistas), elautor de "Alguien voló sobre el nido del cuco" le dio alas a "Further", un autobús escolar pintarrajeado que desde su mismo nombre era un concepto filosófico para trascender e ir más allá de lo que mostraban los ojos. Pero, claro está, ni Kesey ni ninguno de los bromistas hubiera sido capaz de llevar el vehículo mágico de costa a costa, ocupados como estaban en hacer arte en movimiento, experimentar con LSD y sencillamente vivir una experiencia liberadora. No, los muchachos se dieron un pequeño lujo. O el lujo los buscó a ellos. No está del todo claro. La cuestión es que, al volante, apareció un mito viviente para el submundo estadounidense: Neal Cassady.
Quizá este nombre no resuene tanto en la historia como su alter ego de papel: Dean Moriarty. ¿De quién hablamos? De "Sir Speed Limit", el conductor a toda velocidad de "En el camino", la novela con la que Jack Kerouac puso uno de los ladrillos fundamentales en la pared de la "Generación Beat". Pero ése es apenas uno de sus varios alias, ya que se vuelve figura recurrente en las páginas de Kerouac y también de Allen Ginsberg.
Cassady entrelaza todas las líneas dispersas de la convulsionada cultura norteamericana de aquellos años. En los registros que se pueden conseguir de ese viaje en autobús (el documental "Magic trip" o el libro "Ponche de ácido lisérgico" de Tom Wolfe) se cuenta que Neal apareció entre los alocados bromistas y de repente ya estaba sin remera, bailando y hablando "a una milla por minuto". Para todos ellos, que habían leído "En el camino" hasta la ceguera, él fue una suerte de figura paterna (un padre con algunos deslices, por supuesto, como quedarse sin nafta a pocos kilómetros de arrancar).
Habían matado a John Kennedy, Nueva York se preparaba para la feria mundial, nacía el feminismo y Martin Luther King se medía el traje de mártir en pos de los derechos de los afroamericanos. Los "bromistas" viajaban de oeste a este bajo el lema "Nada dura", impuesto por Kesey luego de que su novia lo dejara por otro. Neal era el guardián, un hombre que sabía lo que quería y cuyo medio para lograrlo eran las palabras, los autos y las drogas... todo a velocidad máxima.
Avatares, amores cruzados, exploraciones con diversas drogas y semanas más tarde, el grupo llega a Nueva York. Allí se decepcionan por una feria mundial que mostraba un futuro ya viejo aunque también aprovechan para reunirse con Kerouac, Ginsberg y algún que otro referente de la cultura norteamericana. Los "bromistas" emprenden la vuelta, Cassady queda momentáneamente en el camino, pero todos se reúnen nuevamente en California.
Porque es en el oeste donde está el agite: allí comienzan a reproducir para el público unas 30 horas de registros fílmicos de la aventura en Further. Y la gente se quedaba dormida, hasta que reapareció Neal para manejar el proyector como había manejado el bus y llevar a todos al término de la función. Estas noches se volvieron un clásico al prohijar los "test de ácido", bien acompañadas por las improvisaciones de "The Warlocks", grupo que pronto pasaría a llamarse "Grateful Dead" e inauguraría un ritual de masas que en estas geografías solo puede ser comparable al de "Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota". Estas pruebas de LSD contaban hasta con su graduación. El que repartía los diplomas era Cassady... en cuero como siempre.
Por supuesto, como todo personaje complejo y fascinante, hay otras visiones de él, algunas mucho menos amigable. Como la que da su segunda esposa Carolyn Robinson, quien afirma que Neal, como Kerouac y tantos otros de esta generación de amigos-amantes, eran hombres brillantes que se arruinaron con excesos. Para ella, salvo esos momentos en que Cassady manejaba y alguna que otra excepción, era un irresponsable capaz de tomar la no tan heroica decisión de dejar a su mujer e hijos para irse de viaje a cualquier lado. El hombre que ella conoció "amaba vestirse de traje" y estaba lejos de ser el loco que para el resto del mundo iba siempre en cuero. Algo de crédito hay que darle: Cassady murió en 1968, regresando a pie de una fiesta, tras caminar una distancia considerable, de noche y con poco abrigo. Kerouac partió al año siguiente y lo mismo sucedió sucesivamente con otros personajes icónicos de esta generación.
Claroscuros aparte, lo incuestionable es que Cassady, nadie más que "Sir Speed Driver", es quien conduce a la Generación Beat hacia su confluencia con el hippismo, la psicodelia y la liberación sexual. Este hombre que podía manejar a toda velocidad y cruzar los semáforos en rojo sin tener ningún accidente dejó algunas páginas escritas, aunque no son tan trascendentes como la influencia que ejerció en todos los que hicieron arte a su alrededor y absorbieron su desmesurada sed de vida. Por eso, cuando se piensa en los sesenta, esa década que comenzó en 1964 y tuvo una primera muerte en 1968, hay que remitirse a las últimas líneas de "En el camino", y pensar en Dean Moriarty.
"Lo que está muerto no puede morir", nos enseñó recientemente "Juego de Tronos", una frase que se escuchó en variaciones similares desde las banderas que flameaban en los recitales de Grateful Dead (El muerto agradecido). Further fue quizá la mejor obra de Cassady, Kesey y los demás bromistas. Películas y novelas hay a montones, pero sólo un autobús mágico. En su volante, como se canta en "The other one" -canción de Jerry García y compañía- sigue cowboy Neal, cruzando los semáforos en rojo a toda velocidad, volando de costa a costa, como si llevara la bandera amarilla del cólera... para nunca más aterrizar.