Análisis
Narcotráfico: advertencia que llega de Brasil
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Mientras el narcotráfico crece en Brasil y otras naciones, sectores políticos niegan su influencia en los sectores más vulnerables y la sociedad exige respuestas del Estado.
Las dramáticas imágenes provenientes de Río de Janeiro que poblaron las pantallas en la última semana reflejaron con crudeza los aspectos centrales del operativo que lanzó la policía brasileña contra el grupo narco denominado Comando Vermelho, con un saldo de 64 muertos -cuatro de ellos miembros de la fuerza de seguridad- y 81 detenidos.
La Policía informó que los narcos lanzaron bombas con drones y otros huyeron por la parte alta de las favelas, mientras algunos de sus integrantes se dedicaron a capturar unidades del transporte urbano de pasajeros para utilizarlas como barricadas en distintos puntos de la ciudad.
El drama que vivió Río de Janeiro es una muestra más de cómo el crimen organizado vinculado con el tráfico ilegal de drogas es una amenaza concreta para todos los países sudamericanos. Ello, debido a su enorme capacidad económica y la posibilidad de influir, corrupción mediante, en distintos estamentos sociales para garantizarse impunidad. Adoptando estrategias sofisticadas, los grupos narcos consolidan su poder territorial y capacidad militar incluso frente a operativos masivos del Estado.
En este marco, como es posible observar también en varias ciudades argentinas, el fenómeno trasciende la violencia directa y se apoya en la complicidad institucional, debilidad y corrupción de organismos del Estado y funcionarios, así como también de los vacíos legales y la evidente desigualdad social.
El Comando Rojo (Comando Vermelho, CV) es el grupo criminal más antiguo de Brasil, conformado en una prisión de Río de Janeiro en los años setenta como un grupo de autoprotección de los prisioneros. Comenzó con delitos menores, como asaltos y robos a bancos, pero en los años ochenta el grupo incursionó en el tráfico de cocaína, trabajando con carteles de la droga colombianos y asumiendo un rol de liderazgo social en muchos de los barrios marginados de Río. Desde entonces, se ha convertido en una amenaza nacional y transnacional considerable.
Mientras esto ocurre no solo en Brasil, algunos sectores de la política siguen mirando para otro lado. Sea por complicidad funcional o ideológica, insisten en negar circunstancias notorias de penetración del narcotráfico en las estructuras más débiles de la sociedad. La instalación de los carteles en una población reconfigura la dinámica social y la inacción impacta en el crecimiento de estructuras criminales que se esparcen por otras regiones de un país e, incluso, trascienden fronteras.
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Es un riesgo atribuir esta grave problemática a cuestiones ideológicas. En Brasil y también en la Argentina y varias otras naciones la población exige respuestas del Estado para terminar con el latrocinio social generado por estas organizaciones criminales. El hecho de que en Rosario se haya podido atenuar la violencia es un hecho para destacar. Pero es apenas una mancha blanca en un contexto de creciente influencia de los narcos.
Lo sucedido en Brasil se constituye, por ello, en severa advertencia. Porque es hora de terminar con esto de que los gobiernos pasan y el narcotráfico continúa operando como de costumbre.
