Mucho trabajo por hacer

Frente a la realidad angustiante de estas horas, estas palabras esclarecedoras hacen surgir la inquietud. Celebrar el Día del Trabajo implica hoy admitir que queda mucho trabajo por hacer.
La celebración del Día Mundial del Trabajo siempre llega acompañada de innumerables declaraciones acerca de la trascendencia de esta actividad como creación humana, como construcción cultural y como elemento que permite al hombre "dominar" la técnica, la ciencia, el arte y todas las demás ramas del conocimiento.
Las reflexiones sobre la importancia de lo laboral en la vida de cualquier persona abarcan innumerables aspectos. Algunas se convierten en motores que impulsan el entusiasmo por recobrar la dignidad de la persona. Otras son vehículo de ideologías que, con palabras edulcoradas, procuran acarrear agua para su molino y aprovechar las carencias de vastos sectores sociales.
La realidad argentina de hoy muestra un panorama sombrío. Por un lado, se afirma que los índices de desocupación están en descenso. Pero las mediciones computan como empleados a los millones que perciben alguna asignación social por parte del Estado, pero que son víctimas de la manipulación y el clientelismo, prácticas tan nefastas como difíciles de erradicar. Por otro costado, la siempre vigente precarización laboral, el trabajo "en negro", sume en la pobreza a muchos compatriotas. Para peor, la inflación desbocada está determinando que los trabajadores registrados no alcancen a percibir un salario que esté por encima de la línea de pobreza.
Estas situaciones serían motivo de escándalo en cualquier sociedad que viva más o menos dentro de parámetros que se consideran normales. Aquí se naturalizan. Forman parte del paisaje cotidiano. Y acrecientan la desesperanza. Porque destrozan lo que siempre fue una virtud argentina: la cultura del trabajo. La que permitía una movilidad social ascendente gracias al esfuerzo propio, a la dedicación y a la capacitación.
El Papa Francisco, en su Encíclica Fratelli Tutti, toca una problemática muy actual en nuestro país. Afirma el Pontífice que "ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser
siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Por más que cambien los
mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la
organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus
capacidades y su esfuerzo. Porque no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo".
Frente a la realidad angustiante de estas horas, estas palabras esclarecedoras hacen surgir la inquietud. Celebrar el Día del Trabajo implica hoy admitir que queda mucho trabajo por hacer.