Análisis
Morado, no violeta
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La derrota en Buenos Aires golpeó al oficialismo y abrió un escenario de incertidumbre hacia octubre. Entre autocríticas superficiales, mercados inquietos y decisiones “livianas”, el gobierno nacional enfrenta el desafío de revisar actitudes y estrategias para evitar una crisis de gobernabilidad.
Tras las elecciones bonaerenses y la seria derrota de La Libertad Avanza, surgieron numerosas interpretaciones acerca de los motivos de este hecho que modificó la coyuntura política y abrió un interrogante gigante de cara a los comicios parlamentarios del próximo 26 de octubre.
El triunfo peronista en Buenos Aires operó como si se hubieran realizado las suspendidas Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (Paso). Es que las consecuencias de la elección fueron similares, aunque no parecen haber alcanzado el dramatismo de ocasiones anteriores. Podría decirse que, con la excepción del número de inflación de agosto, la mayoría de los indicadores económicos están emitiendo luces de alerta. En verdad, los mercados se alteraron -con el dólar como referencia inevitable-. El remezón que significó el golpe electoral para el oficialismo generó una intranquilidad que la Argentina ya ha experimentado en ocasiones anteriores y que da paso a nuevas cuotas de incertidumbre.
Tras el shock inicial de su derrota, el gobierno quedó en estado de deliberación: la interna recrudeció, las respuestas fueron endebles. Mientras, el “perokirchnerismo” celebró, aunque sigue atravesado por sus propias grietas y elevó el tono con algunas consignas que bien pueden ser calificadas como destituyentes.
En paralelo, abundaron los interrogantes sobre las razones del pobre desempeño “violeta”: ¿cuánto pesó el ajuste económico que al inicio tuvo cierto consenso, pero terminó afectando a varios sectores? ¿Cómo afectó la recesión productiva que se abatió en los últimos meses? ¿Cómo repercutieron los vetos de normas aprobadas por el Congreso que referían a paliar la realidad de los más vulnerables? ¿Cuánto los errores en la conformación de la coalición bonaerense? ¿La nacionalización de una elección local? ¿El desprecio por las formas y el ninguneo a los dialoguistas? ¿La abstención de votantes no peronistas que apoyaron al presidente en 2023 solo para evitar un triunfo de Massa? ¿La incidencia de los audios en los que se ventilan supuestos casos de corrupción y el intento de censura previa protagonizado por la hermana del primer mandatario?
Todas estas preguntas intentaron ser respondidas por analistas, politólogos y periodistas y, pese a lógicos matices y diferencias, las conclusiones remitieron siempre a la obligación de cambiar actitudes, renovar caras y revisar políticas en las semanas que restan para la elección crucial de octubre, determinante para el futuro del gobierno libertario.
Algo de cosmética
La primera reacción, la del domingo en la que el presidente debió asumir la derrota, fue un oxímoron. Vamos a cambiar, pero vamos a seguir igual. En la semana, el maquillaje fue superficial. La nueva cosmética incluyó la formación de un par de mesas “políticas” con las mismas caras y la resucitación del Ministerio del Interior para reflotar el atascado diálogo con los gobernadores.
Al respecto, poco antes de los comicios del pasado domingo, el “mago del Kremlin”, Santiago Caputo, publicó en la red social X un decálogo de “verdades incómodas” de la era mileísta. La número 7 señala que “el diálogo solo es un valor si conduce a un país más libre”. Una simple exégesis sugiere que se dialoga únicamente bajo condiciones de lo que significa “un país libre” definidas por los ideólogos del gobierno. Así, la convocatoria a las provincias corre riesgo de fracasar: salvo los que han sellado alianzas electorales con el gobierno nacional, varios mandatarios ya advirtieron que no quieren fotos, sino respuestas concretas a sus demandas. El encuentro de gobernadores de ayer en Río Cuarto confirmó esta interpretación. A esto se suma la nueva cascada de vetos de leyes que, se acuerde o no con ellos, es un hecho que agrega tensión.
Cuando falta poco más de un mes para los comicios parlamentarios, este marco permite inferir que aquello de “pintar de violeta el país” es, todavía, una aspiración lejana. Quedó en evidencia que la estrategia “violeta o nada” no surtió efecto: alejó a votantes “blandos”, redujo márgenes de error y enturbió la ya complicada coyuntura.
El porrazo electoral en Buenos Aires dejó al gobierno con los ojos amoratados. Tiene pocas semanas para advertir la diferencia: el morado es bastante más oscuro que el violeta.