Análisis
Medio Oriente otra vez en guerra
La espiral de violencia desatada puede agravarse si la comunidad internacional continúa sopesando intereses en lugar de apostar decididamente por la paz.
Simjat Torá se denomina a la festividad de la comunidad judía en la que convergen el fin de las lecturas de la Torá, desde el Génesis hasta el Deuteronomio y recomienza de cero esa tarea. Se disfruta en familia con bailes, cantos, alegría y reflexión. Significa, en otros términos, la convergencia entre el fin de un ciclo y el comienzo de otro.
El último día de esta fiesta, el grupo terrorista Hamas lanzó una andanada de cohetes hacia territorio israelí desde la siempre conflictiva Franja de Gaza y propulsó una especie de “blitzrieg”, una invasión “relámpago” sobre aldeas cercanas con un trágico saldo. Efectivamente, fue el comienzo de una nueva etapa, dramática y de imprevisibles consecuencias, en la siempre conflictiva región del Medio Oriente.
Mientras el ataque terrorista llevó a Gaza a más de 100 rehenes, entre ellos mujeres y niños, además de protagonizar asesinatos masivos de civiles, el gobierno de Tel Aviv prometió destruir a Hamas y lanzó una ofensiva a gran escala. Uno de los ejércitos más sofisticados del mundo se vio sorprendido y hasta humillado. La respuesta israelí, todavía en curso, permite avizorar que el futuro cercano estará marcado por las acciones bélicas en esta región dominada desde hace siglos por la violencia religiosa y racial. La guerra ha vuelto.
No puede sino condenarse la operación terrorista de Hamas. Nada puede justificar las atrocidades que se cometieron y que pudieron observarse a través de imágenes dramáticas que conmovieron al mundo entero. La precaria paz obtenida por los Acuerdos de Oslo de 1993 quedó sepultada, quizás para siempre. Vale recordar que ese acuerdo creó la Autoridad Palestina y le dio autoridad limitada sobre partes de Cisjordania y la Franja de Gaza ocupadas por Israel, territorios que ese país había capturado y ocupado en la guerra de “los seis días”, en 1967.
En los años posteriores, muchos palestinos e israelíes esperaban que se pudiera lograr una paz justa y duradera entre ellos. Pero esa esperanza hace tiempo que se desvaneció. Contribuyeron a ello el crecimiento de Hamas como oposición a la Autoridad Palestina y el apoyo de algunos regímenes autoritarios de países árabes a su causa. También sumaron su cuota parte las operaciones militares israelíes en Cisjordania, las prohibiciones para que palestinos puedan orar en determinados templos y algunas consignas extremas de líderes políticos judíos que, entre otras cuestiones, echaron más combustible a una situación que terminó en un callejón sin salida.
La espiral de violencia desatada puede agravarse si la comunidad internacional continúa sopesando intereses en lugar de apostar decididamente por la paz. Por una paz que nunca se consolidó en aquella convulsionada región, por causa del odio y del fanatismo. Una paz que debería estar basada en dos premisas centrales que todavía son fuente de controversias: el derecho a existir que tiene el Estado de Israel –negado por numerosos países árabes- y la resolución de la denominada cuestión palestina que no es otra cosa que el derecho de ese pueblo a vivir también en paz.