Más seguridad en los cementerios
La seguridad en estos lugares no ha sido siempre muy satisfactoria. Y no se trata del reclamo material. Sí de algo mucho más profundo: el respeto por los fallecidos y la memoria violentada por sujetos sin escrúpulos ni sentimientos. Porque el daño económico se recupera. La sensación de agravio y ofensa es mucho más profunda.
El hecho ocurrió en la localidad de Devoto. Pero bien puede señalarse que se replica a lo largo de toda la región. A través de las redes sociales, una familia difundió su malestar por un hecho vandálico que sufrió el panteón de su familia en el cementerio de la vecina población. Según se conoció, el suceso denunciado ante la policía consistió en roturas varias y la sustracción de los elementos de bronce que allí existían.
Como es de suponer, la reacción de angustia es comprensible. Es sencillo comprender el mal momento de quien acude a honrar a sus seres queridos fallecidos y se encuentra con el saldo que dejaron los ladrones que, además, son vándalos incapaces de razonar acerca de la importancia de la memoria y los sentimientos, así como tampoco del dolor que se experimenta cuando la última morada de quienes fueron nuestros antecesores es ultrajada de esa manera.
Es habitual el hecho de que se produzcan robos en los cementerios. En especial de jarrones, floreros, manijas u otros elementos metálicos que, se supone, luego son reducidos en un mercado negro al que no se le pone coto y que parece vivir una época floreciente en tiempos de crisis como el actual. Así como los cables de los tendidos de los distintos servicios públicos son un botín apetecible para los delincuentes, lo mismo sucede con los elementos decorativos de panteones o mausoleos en los cementerios.
En la misma dirección, es preciso añadir que la seguridad en estos lugares no ha sido siempre muy satisfactoria. Son cientos o miles las familias que han sufrido lo mismo que se denunció en Devoto. Y no se trata del reclamo material. Sí de algo mucho más profundo: el respeto por los fallecidos y la memoria violentada por sujetos sin escrúpulos ni sentimientos. Porque el daño económico se recupera. La sensación de agravio y ofensa es mucho más profunda y conmueve a cualquier persona que haya sufrido en carne propia el vandalismo en la última morada de sus seres amados.
Lo afectivo juega aquí un papel central. Los ataques y robos a las tumbas, las roturas que producen son un perjuicio serio. Pero más lo son el ultraje a la memoria y el ataque a una tradición tan añeja como valiosa: la que resguarda el recuerdo de las personas fallecidas. Esto es lo que exige que se adopten medidas más severas en torno a la seguridad de los cementerios y se procure dar con quienes no reparan en lo sagrado del lugar y cometen estos actos aberrantes.
Un vándalo es un vándalo en cualquier lugar. Lo mismo sucede con el ladrón. Merecen ser alcanzados por la acción de las fuerzas de seguridad y la Justicia. Pero el contexto del cementerio agrega un componente emocional que afecta a muchas familias víctimas del delito. Por ello, las violaciones que sufren las tumbas, los mausoleos y los panteones deberían ser motivo de mayor preocupación no sólo de las autoridades competentes, sino de la población toda.
Aunque algunas tendencias o discursos sociales quieren hacernos entender que se trata de pautas culturales que debemos dejar atrás por arcaicas y retrógradas, el sentimiento mayoritario de nuestras comunidades es el contrario. El respeto por los muertos es una característica cultural que ha perdurado a través de los tiempos y excede lo meramente religioso. Exigir que se mantenga y que se adopten las medidas necesarias para que se atenúen los robos en los cementerios es una obligación ciudadana y, al mismo tiempo, un imperativo cultural.