Análisis
Malas palabras en la práctica política
Debería asumirse de una vez por todas que los intentos de imposición irrazonables, insensatos y agresivos nos han llevado hasta este estado de cosas.
El columnista del diario La Nación, Fernando Laborda, escribió que el presidente de la Nación “no oculta su irritación cada vez que le hablan de consensos. Se brota cada vez que escucha esa “mala palabra” e incluso sobreactúa su enojo, como para que nadie piense que le podrán torcer el brazo”.
El nivel de conflictividad que viene alcanzando la disputa entre el primer mandatario y varios gobernadores otorga verosimilitud a la idea de que el consenso no es un objetivo primordial de quien ejerce la primera magistratura del país. Nada extraño en un país en el que la historia reciente demuestra que el diálogo político fue casi inexistente en las últimas décadas y la negociación navegó siempre por aguas turbias como consecuencia de una dinámica política binaria, de escasa relevancia moral y con pretensiones autoritarias.
El “nosotros y ellos” ha sido una constante impidió acercamientos que permitiesen lograr entendimientos mínimos en cuestiones centrales de la vida del país. La realidad mostraría que existe otra “mala palabra” en la práctica política argentina: pluralismo. La pretensión de hegemonía implica la destrucción de los puntos de vista opuestos. Y se intenta conseguir en el marco de las regulaciones establecidas por normas pensadas para la vigencia de una democracia liberal, lo que tiene características de oxímoron.
¿Es posible avanzar en la solución de los problemas acuciantes de la Argentina asumiendo que consenso y pluralismo son “malas palabras”? Al mismo tiempo, ¿de qué clase de consensos y de qué modos de pluralismo estamos hablando? ¿Varía el significado que se otorga a estos términos en una u otra vereda ideológica? La estrategia argumentativa de la interrogación retórica habilita a profundizar la reflexión. Difícil tarea en una realidad signada por la vertiginosidad de los acontecimientos y la lógica del “show” imperante.
Frente a la crisis que se vive, sería hora de “parar la pelota” y establecer qué clase de acuerdos son posibles. Al respecto, en su obra “Liberalismo político”, el filósofo estadounidense John Rawls distingue entre pluralismo razonable y pluralismo en sí mismo. El primero, propio de doctrinas políticas razonables. El segundo, proveniente de ideas “no solo irracionales, sino insensatas y agresivas”. Sostiene, además, que serían ideales los “consensos traslapados”, que generen acciones políticas “no sometidas a alguna sinrazón existente, sino adaptándolas y sometiéndolas al hecho del pluralismo razonable, que es en sí mismo el resultado del libre ejercicio de la razón humana en condiciones de libertad”.
El autor habla de razonabilidad, sensatez y libertad. También malas palabras para la práctica política nacional del último cuarto de siglo al menos. Debería asumirse de una vez por todas que los intentos de imposición irrazonables, insensatos y agresivos nos han llevado hasta este estado de cosas.