Malabaristas: historias de esquina
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Laura Acevedo y Maximiliano Boetto son novios y trabajan en los semáforos de la ciudad. Viven en un mundo con reglas propias y donde la diversión es siempre lo que les permite cosechar la generosidad y colaboración de la gente. Dejaron de lado el show por un momento para describir su visión sobre los sanfrancisqueños.
Por Ivana Acosta
El cielo se prepara para una lluvia que no llegó pero en el mientras tanto un show de relámpagos y truenos se despliega. En avenida Urquiza y Cabrera hay parada obligada: el semáforo.
Ahí están Maximiliano Boetto (24) y Laura Acevedo (24) con sus clavas y el monociclo divirtiendo a la gente por unos segundos, ese es su show y esta es su historia.
Para Laura todo empezó hace pocos meses: "Yo sentía que se me pasaba la vida si trabajaba para otros, además me gustaba viajar y con esto me pareció algo cómodo y que me permitía hacerlo. Este es un mundo muy amplio y el perfeccionamiento es muy importante", rescata. Mientras ella comenzó a hablar ante LA VOZ DE SAN JUSTO, su novio Maximiliano dejó la ruta por un momento para sumarse a la charla. "A mí me animó un amigo, así podíamos pasar más tiempo juntos, empecé a practicar y acá estoy", explica.
El malabarismo y el circo le dan a estos dos chicos de 24 años el sustento, las ganas y los motivos para ir de un lugar a otro por trabajo, "nos mantenemos bastante bien aunque no ganamos lo suficiente para vivir como reyes", describen aunque se nota a lo lejos que no son de las personas que miden la riqueza conforme a lo material y el dinero en sí mismo, sino como un conjunto de cosas.
Maxi hace 3 años que trabaja de esto y Laura unos 7 meses. Los malabares los unieron entre semáforos y esquinas, siempre con una sonrisa en el rostro para aquellos a los que divierten por unos segundos.
No son viajeros comunes y corrientes, "a diferencia de la gente que va de vacaciones, para nosotros es más importante ir a los barrios, charlar con la gente y conocer sus costumbres", afirman.
"Nos movemos en todo tipo los semáforos, acá la gente es muy buena y caritativa.
A veces cuando ya trabajás demasiado en un mismo lugar, llega un punto que no paga". Eso es valorado como una señal y un punto donde ir hacia otro lado puede dar nuevas oportunidades En ese momento llegó "Fatiga" un perro que divaga por los semáforos "buscando amigos" como describen los chicos, "nos perdió en otra esquina y nos sigue adonde vamos", comentan mientras lo acarician.
Un viaje para enamorarse
En una de sus incursiones al interior se conocieron, en realidad los dos son de San Francisco pero ningún semáforo los había cruzado. Junto con amigos decidieron hace un tiempo ir a Tucumán, por motivos diferentes y sin conocerse previamente. El destino hizo lo suyo y ante un encuentro inesperado la magia fluyó y el amor se hizo presente. Desde entonces son inseparables, los malabares unieron sus vidas, los semáforos son su cita obligada y las sonrisas de los dos lo dejan en claro. "Hay un mundo muy grande, por eso hay que perfeccionarse, así solo se logran las cosas", enfatizan.
Los dos tienen bien en claro cuáles son sus objetivos, no hacen malabares por diversión si no "porque es un modo de vivir". "Acá la gente disfruta, nos agradecen, nosotros hacemos un show con que nos divertimos y la gente nos paga por eso y si no les gusta no lo hacen, por eso es a la gorra", concluyen.

Un trabajo sin horarios
"Acá nos divertimos, trabajamos y no tenemos horarios. Para nosotros es un trabajo, otros lo que hacen es trabajar para sacar lo justo y después 'escabian', o consumen. Nosotros nos dividimos igual que con las tribus urbanas, por eso están los que usan la profesión para otras cosas y nosotros elegimos esto como modo de vida, de sustento y trabajo. Por eso entrenamos mucho tiempo", comentan a dúo.
Reglas propias
En el mundo de las esquinas hay reglas y costumbres que diferencian a diferentes grupos. Maximiliano y Laura explican al respecto: "Otros dejan todo sucio, o mientras trabajan toman y después se drogan. Para nosotros es importante estar limpios, bien presentados, tener orden y respetar las costumbres de cada uno".
Es importante dejar una buena imagen, luchamos porque esto se tome como un trabajo y no para conseguir drogas o tomar alcohol.
Esta clase de arte no se da en todas las personas, ni tampoco se aprende de un día para el otro si lo que se busca es tenerlo como un trabajo. La pareja coincide en que diariamente ensayan nuevos trucos y coreografías para ofrecer en los semáforos.
"Esto te puede dar para viajar y escapar por distintas causas y no necesariamente porque haga cosas malas; otros lo usan para trabajar y vivir. Está en cada malabarista comportarse, distribuirse en distintas partes y que todos puedan ganar, independientemente de para qué usen las ganancias", explican.
Maximiliano y Laura tienen su propio estilo de reojo miran lo que sucede en la ruta, es que el tiempo corre y es hora de dar una nueva función.
