Sociedad
Magalí Ferrero, diseño y mística desde Tulum
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Entre hilos, lunas y mares turquesa, la diseñadora Magalí Ferrero convirtió la moda en un acto de conciencia. Nacida en San Francisco y formada en Alta Costura, encontró en Tulum la síntesis entre arte y espiritualidad. Su marca Maga Cíclica Creativa es el resultado de un viaje interior: crear con sentido, vivir en coherencia y vestir desde el alma.
“Desde chica me encantaba dibujar y pintar”, recordó Magalí Ferrero al mirar hacia atrás, a su infancia en la Escuela Argentino Roca y a los pasillos de la Escuela Normal Superior ‘Dr. Nicolás Avellaneda’. Allí, la elección de la especialidad Arte no fue casual ni una simple materia. “No era una especialidad más, a mí Arte me interesaba de verdad”, dijo.
Entre collages, pinturas y lecturas de historia del arte, encontró su primera gran inspiración en la profesora Cecilia Bianchi, quien le sembró “la semillita del diseño de ropa”. Aquel interés se volvió vocación. Con el apoyo de su familia y renunciando al clásico viaje de egresados, decidió seguir su instinto: “Yo sabía que quería estudiar diseño. No me importaba nada más”.
Así llegó a Córdoba, donde ingresó al Instituto de Diseño y Arte, por entonces dirigido por Roberto Piazza. “Era un lugar chico, de tres pisos, y muy enfocado a la alta costura. Me encantó, porque combinaba diseño y arte, todo lo que me movía”, contó.
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Moda y crisis
Durante el secundario, una discusión marcó su pensamiento. “Un profesor de Historia del Arte nos dijo que la moda no podía ser arte. Yo le contesté: ‘¿Cómo qué no? Si la alta costura es única, está hecha a mano’”. Esa idea la acompañó durante años.
Al recibirse, sin embargo, la alcanzó la contradicción del mundo que había elegido. “Entré en crisis. En ese momento todo era delgadez extrema, superficialidad, estereotipos. Pensé: ¿qué estudié?”, recordó con honestidad.
Sintiéndose ajena a ese universo, decidió volver a su ciudad natal. Cuidó a su sobrina Isabella, montó un pequeño taller en su casa y empezó a dar clases de costura en los galpones del ferrocarril, un proyecto social coordinado por Cáritas y el trabajador social Jorge Ambrossino.
“Allí aprendí otra cosa: muchas de las mujeres no sabían leer ni escribir. Yo quería enseñarles moldería, pero ellas solo querían tomar mate y compartir. Con el tiempo entendí que mi misión era sacarlas un rato de su realidad. Eso ya era un montón”, recordó.
Ese fue su primer aprendizaje profundo: que el oficio también podía sanar.
El salto: una nueva vida en México
A los 23 años, Magalí decidió seguir a su corazón y acompañar a su novio —quien más tarde sería el padre de sus hijos— en una aventura que cambiaría su destino. “Él había estado de vacaciones en México y volvió fascinado. Cuando me propuso irnos, no lo dudé. No tenía nada que perder”, recordó.
Así, el 19 de agosto de 2014, cruzaron el continente y se instalaron en Playa del Carmen, en pleno Caribe mexicano, un lugar donde el mar turquesa y la selva parecen confundirse. “Yo no conocía el mar. Cuando lo vi por primera vez, sentí una fascinación enorme. Se me abrió otra parte, más espiritual, más mística”, contó.
El comienzo no fue fácil. “Tenía mucha inspiración, pero también inseguridad. No sabía cómo reencauzarme en mi oficio en un país nuevo.” Para no perder la conexión con la costura, comenzó haciendo mandiles —delantales de cocina— que cosía y teñía a mano. “Vendí uno solo. El resto se los regalé a mi mamá y a mi tía, pero fue mi forma de romper el bloqueo y volver a crear.”
Un año después, en 2015, quedó embarazada de su primera hija, Bianca, y vivió una transformación profunda. “El embarazo me abrió a la conciencia del cuerpo. Empecé a estudiar sobre parto respetado, meditación, yoga y autocuidado. Quería que mi hija naciera sin intervenciones, con todos los sentidos despiertos.”
Su deseo se cumplió: en Playa del Carmen tuvo un parto natural en agua, rodeada de respeto y calma. “Fue mágico. Me di cuenta de que mientras me sentía bloqueada creativamente, por dentro estaba creando vida. Ese fue mi verdadero despertar.”
La combi, los viajes y el descubrimiento
Con la llegada de su hija y la inquietud de seguir explorando, Magalí y su compañero decidieron convertir una combi en su casa rodante. “Él tenía el sueño de viajar así, y yo le dije: no necesito más que mi hija y mi máquina de coser”, recordó.
En 2017 emprendieron un viaje que duró más de un año por distintas regiones de México: San Luis Potosí, Oaxaca, Chiapas y Nayarit, entre otras. “Vimos lugares asombrosos, grutas, montañas, desiertos, playas donde no llegaba el wifi. Fueron paisajes que te obligan a conectar con vos misma.”
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Durante ese recorrido, y entre las horas de ruta, Magalí comenzó a coser y crear inspirada por las fases de la luna y los arquetipos femeninos. De allí nació la idea de una colección vinculada con la energía cíclica de las mujeres. “La luna nueva era la anciana sabia, la creciente la guerrera, la llena la madre, y la menguante la maga. Cada fase tenía su prenda: una túnica, un poncho, una ruana, un kimono. Así nació lo que más tarde sería Maga Cíclica Creativa.”
En las ferias locales comenzó a vender sus primeras creaciones. “Era la primera vez que me animaba a mostrar mi trabajo. Tenía miedo, pero también sentí que por fin estaba haciendo algo que me representaba. De ahí en más, no paré.”
Maternidad y creación
En 2018, en medio del viaje, Magalí supo que estaba embarazada de su segundo hijo, Stefano. “Fue un embarazo tranquilo, muy consciente. Yo ya confiaba en mi cuerpo, en mi alimentación, en mi ritmo interior”, recordó. Durante meses siguieron el recorrido por la costa del Pacífico, entre montañas y playas de Oaxaca y Chiapas, hasta que decidió detenerse en San Cristóbal de las Casas, en el sur de México, la cuna del parto respetado.
Allí, en su propia casa, rodeada de amor y silencio, trajo al mundo a su hijo. “Fue un parto intenso y hermoso. Estábamos los tres, y sentí que todo se cerraba en un círculo perfecto. Después de tanto movimiento, por fin estaba quieta”, contó.
Sin embargo, el frío de las sierras los empujó nuevamente hacia el mar. “A los ocho días del nacimiento de Stefano, nos subimos a la combi y volvimos a Playa del Carmen, a la misma casita que nos había cobijado cuando llegamos a México. Era como volver al útero del viaje, al lugar donde todo había empezado.”
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En esa casa, entre pañales, hilos y telas, Magalí vivió una etapa de intensa creación. “Mientras daba la teta, cosía. Fue una maternidad muy creativa, muy conectada. Todo lo que había aprendido sobre los ciclos, la luna, el cuerpo, empezó a reflejarse en mis diseños.”
De a poco, su trabajo empezó a circular entre hoteles boutique de la zona. “Una amiga me empujó a mostrar lo que hacía. Llevaba dos o tres modelos, hacíamos mini desfiles, y siempre algo se vendía. Así nació la cadena de boca en boca.”
Tulum: el lugar donde todo confluyó
Con el tiempo, Magalí sintió que su camino debía continuar un poco más al sur. “Tulum me llamaba. Es un lugar con una energía especial, donde la gente viene a sanar, a reencontrarse. Y también valora los oficios, lo hecho a mano, lo natural”, explicó.
Allí se instaló con su familia y consolidó su marca Maga Cíclica Creativa. “Siempre trabajé con telas naturales, lino y algodón, y teñidos artesanales. Mi favorito es el de semilla de aguacate, que deja un tono rosa viejo, muy suave. Después supe que eso formaba parte de la corriente del slow fashion, pero para mí era simple: crear con conciencia y respeto.”
Fue en Tulum donde Magalí se vinculó con Ladle (Los Amigos de la Esquina), una fundación que trabaja con familias mayas y niños de la zona. “Cuando llegué no conocía a nadie. Ladle fue mi puerta a la comunidad. Empecé dando clases de costura a los chicos y círculos de mujeres sobre las fases de la luna. Ahora coordino parte del edificio y lo siento como mi casa.”
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Con el tiempo, la marca y la fundación se entrelazaron. “En la tienda comunitaria vendemos prendas y productos hechos por los vecinos; todo lo recaudado ayuda a sostener las actividades para los niños. Es un espacio que vibra con amor y propósito.”
Hace apenas unas semanas se sumó su hermano menor, Valentín, quien viajó desde San Francisco para colaborar en la comunidad y acompañar el proyecto. “Me encanta tenerlo cerca. No es casualidad que nos hayamos reencontrado acá. Este lugar te conecta con tu esencia, con lo que verdaderamente sos”, dijo Magalí, con una serenidad que solo da el mar.
El arte, otra vez
El recorrido de Magalí Ferrero es un viaje circular: de la Escuela Normal donde descubrió el arte, al Instituto de Alta Costura donde se formó; de la crisis profesional a la reconexión espiritual; de la moda vacía a la moda con alma.
“La moda sí puede ser arte —dice ahora—, pero cuando hay conciencia detrás. Cuando no se trata de producir por producir, sino de crear para sanar.”
En su taller, mientras hilos y telas se mezclan con olor a tintura natural, Magalí sonríe. En su muñeca, una piedra luna brilla bajo la luz del Caribe. “Mi proceso fue cíclico, como todo lo que es verdadero. Y si algo aprendí —dice— es que no hay diseño más puro que el de una vida en coherencia”, concluyó.