Los arcades: el recuerdo imborrable de “ir a los fichines”
LA VOZ DE SAN JUSTO viajó en el tiempo para reconstruir la época dorada de los "jueguitos" en la ciudad. Los encargados de los icónicos Láser City y Planeta Juegos rememoran épocas de salas llenas de niños y jóvenes metiendo una ficha ranurada detrás de otra en los arcade.
Por Stefanía Musso
Las salas de juegos electrónicos tuvieron su momento de auge en nuestra ciudad en las décadas del ochenta y noventa, logrando conquistar tanto a chicos como a grandes. El sonido mágico de los videos, la caída de la ficha al ingresarla al arkade y la invitación a jugar cuando la palabra "start" aparecía en la pantalla, todavía habita en la cabeza de los nostálgicos que llenaban las salas de San Francisco.
Sin embargo, a medida que pasaron los años fueron desapareciendo y hoy solo funciona una sala en el Hipermercado Anselmi, en medio de diversos juegos para niños.
Un lugar llamado Láser City
Los años ochenta fueron la década de la tecnología. Módem, la cámara digital, la computadora. Pero el mayor tesoro de los jóvenes de esa época fueron sin duda los videojuegos. El Pac-Man, Space Invaders, Donkey Kong, Bubble Bobble, Defenfer Arcade, Tempest, Tortugas Ninjas, Golden Axe, más los flippers de todo tipo, marcaron a varias generaciones que encontraron en la sala de juegos una forma de entretenimiento única: "Era la primera vez que esas películas que veías en la televisión se convertían en jueguitos", recuerda César Adrián Karlen, quien a los 18 años y recién salido del Colegio Superior San Martín, era el encargado de la caja en la sala llamada "Laser City", uno de los lugares emblema de los videojuegos en San Francisco, ubicado en Bv. 25 de Mayo al 1500.
César Karlen, hoy almacenero, recuerda sus días como cajero en Láser City
"Teníamos dos turnos de trabajo. Uno comenzaba a las 10 y terminaba a las 18 y el siguiente era desde las seis de la tarde en adelante". El horario de cierre dependía del día: "Si era día de semana cerrábamos a las 23 y los fines de semana nos extendíamos hasta las 2 o 3 de la mañana porque no se iban más", asegura.
El flujo de chicos era incesante: "Había chicos que venían después del colegio. Había que decirles que tengan cuidado dónde dejaban las mochilas y se sacaban la corbata y se ponían a jugar".
Por la tarde noche asistían las barritas que se juntaban en el centro. Los fines de semana, muchos muchachos no querían perder su día de arcade e iban con sus novias.
Los juegos favoritos -rememora Karlen- eran el Tetris; el Pac-Man; el 1942 (ambientado en la Segunda Guerra Mundial); hasta que llegó el primer gran flippler que revolucionó a la ciudad: el F 14. "Fue el flipper al que todos querían jugar. Tenía sirenas, luces, túneles. Era increíble", explica.
"Los padres venían y dejaban a sus hijos en el salón porque sabían que era un lugar seguro donde no se tomaba alcohol ni se fumaba. A veces, muchos adultos venían a ver si estaban acá, porque no aparecían por su casa", cuenta entre risas César.
Por esta sala céntrica pasaron personalidades de hoy que en el pasado recién daban sus primeros pasos en el espectáculo: "Cacho Buenaventura, Manuel Wirtz y otros personajes venían a jugar. Es más, había un reconocido médico psiquiatra que tomaba sus recreos jugando al `1942´".
Era tanto el fanatismo que provocaban los juegos que "una vez le desarmamos una bicicleta a un chico y se la escondimos en el salón. Él nunca se dio cuenta de lo que había pasado", evoca.
Karlen aclara que en Laser City no había peleas, aunque tal vez un encontronazo pero en la vereda: "Todos se comportaban y nadie rompía nada, aunque algún golpe de enojo sufrían las máquinas".
Sobre si sería un éxito el regreso de los arcades, Karlen expresa que "no creo que convenga poner un salón porque ya tuvieron su momento de gloria. Los chicos hoy están con la Play Station, los teléfonos celulares y las tablet. En mi opinión, los videojuegos de antes eran tan adictivos como son los de ahora, no veo diferencias", concluye.
Laser City, cuando Micaela Bertorello y su esposo estaban a cargo
Cuando la Play llegó a la sala
Otro pionero de los juegos fue el empresario Víctor Bertorello. Comenzó teniendo los propios que logró instalar con éxito en la zona hasta que tomó la concesión de Láser City. Su hija Micaela fue la encargada de manejar los arcades en Bv. 25 de Mayo 2242 -donde hoy funciona una heladería- hasta que se mudaron sobre el mismo bulevar al 1756, donde estaba Dr. Chip, otra sala.
"Estuvimos con los juegos desde el año 1998 al 2008. Tuvimos la concesión de juegos de una empresa que era de La Falda", destaca Micaela, quien tenía 19 años en esa época.
"Había chicos de todo tipo. Estaban los que venían esporádicamente, todos los días y los más adictos que costaba que se vayan".
En el Láser City de Micaela se hicieron presentes las primeras Play Station, que compitieron con los cybers que iban acaparando la atención de los chicos para poder aguantar la locura de Internet. "Eran unas mesas grandes donde los chicos jugaban cinco o seis fichas y guardaban la partida hasta la próxima vez. Jugar con la ficha duraba 10 minutos y las Play tenían tarjeta de memoria, lo que hacía posible los campeonatos de grupos. Era toda una revolución, pero los más grandes éramos de los arcades".
El problema de aquella época eran los horarios, cosa que los chicos no entendían. "Era difícil que se fueran. Los menores de 15 años no podían estar y se convertía en un problema".
Micaela reflexiona sobre aquellos tiempos: "Los chicos socializaban en aquella época. Hoy están frente a una pantalla, solos en su casa. Igual, los arcades serán los mejores juegos que tuvimos".
La era Planeta Juegos
Mary Casagrande y Patricia Saluzzo, ex propietaria y empleada de Planeta Juegos
Desde el año 2000 hasta el 2012, la ciudad contó con la presencia de Planeta Juegos, cuyo local funcionaba en Bv. 25 de Mayo 2340, donde Mary Casagrande y quien fuera su empleada en aquel tiempo, Patricia Saluzzo, eran propietaria y la empleada respectivamente. "Fue la mejor época de mi vida", rememora Mary, quien asegura que los días eran interminables: "Ni hablar los fines de semana cuando se llenaba de gente el centro. A veces cerrábamos a las 3 o 4 de la mañana".
El secreto del éxito del local era que las máquinas de juegos entregaban tickets que sumaban puntos para luego retirar premios en la caja. "Algunos chicos tenían hasta cuenta corriente en el salón", agrega Patricia.
"En ese tiempo los chicos iban solos o acompañados pero éramos un equipo que trabajábamos cuidándolos. Las familias nos tenían mucha confianza", detallaron las mujeres.
Patricia hoy tiene un salón de eventos para chicos y en ese lugar conserva los videojuegos del recordado local. "Es como tener un pedacito de Planeta Juegos muy cerca de mí", asegura.
Artesano de la nostalgia
Darío Ríos es quien se encargaba a fines de los ochenta de arreglar las máquinas en las salas de videojuegos. Hoy, convertido en docente de una escuela técnica, recuerda su labor: "Tenía 21 años cuando empecé a trabajar en las máquinas que tenía Víctor Bertorello en locales de la zona. Era todo nuevo para nosotros porque no teníamos experiencia".
Las máquinas eran discretas, compuestas por tres partes: una fuente de alimentación, la placa de juego y el monitor. "Lo que más se rompía eran la palanca, los botones o se quemaban las fuentes", cuenta.
Darío reconoce que "a los chicos les costaba cuidar los juegos", sin embargo sostiene que las máquinas bastante fuertes para soportar los golpes.
Por su capacidad, lo convocaron para corregir videojuegos, flippers y otros en distintos salones que abrieron luego en la ciudad. "Tuve que pedir licencia sin goce de sueldo en el colegio porque tenía mucha demanda con los juegos", rememora.
Arcade local
Mario Virglinio y Daniel Ferreyra crearon emuladores de arcades en la ciudad
Mario Virglinio y Daniel Ferreyra crean emuladores de arcades en nuestra ciudad. "Los hicimos como un medio de atracción en las fiestas donde ponemos música para los chicos que suelen aburrirse. Nunca pensamos que serían furor", revela Mario.
Los emuladores cuentan con más de 18.000 juegos y se juegan con palanca y botones, tienen una pantalla de alta definición; todo inserto en una carcasa que emula un arcade. "Nosotros fabricamos bartop arcades porque es transportable. Cuenta con una computadora interna con un sistema operativo con emuladores de videojuegos", aclara el ingeniero.
Construir un emulador tiene un costo aproximado de $10.000 y ya llevan hechos dos, pero para Mario es una inversión a su nostalgia. "Para mí es el recuerdo vivo de mi infancia y construirlas es un trabajo artesanal y casero. Tengo 37 años y de mi memoria no se borran las horas que pasaba en los videojuegos".
Para Virglinio "frente a los arcades se divierten tanto padres como hijos. Los padres, vuelven a ser chicos y los menores descubren un mundo totalmente desconocido para ellos".