Análisis
Lo único cierto es lo incierto
En un país donde la pendiente del tobogán es cada vez más pronunciada, quedó patentizado que las categorías tradicionales no aplican en estas circunstancias.
¿Se redujo la angustia? ¿Las certezas empiezan a aparecer? ¿Qué sucederá en las próximas tres semanas? El sorpresivo resultado de las elecciones generales del pasado domingo ha provocado una catarata de análisis políticos que intentan explicar las razones del modo cómo votó la ciudadanía. La mayoría hace hincapié en los aciertos y errores de cada campaña proselitista, así como también las circunstancias en las que se determina el sufragio de algunos sectores de la población y las repercusiones hacia el interior de las distintas fuerzas políticas.
Otras interpretaciones iniciaron tentativas de atisbar de qué modo se moverán los dos candidatos que disputarán la segunda vuelta electoral el próximo 19 de noviembre. Es decir, hacia qué sectores de la sociedad apuntarán su mira y qué estrategias utilizarán para captar adherentes a sus propuestas, con el claro objetivo de alcanzar la presidencia. También se pudieron leer y escuchar varias opiniones sobre cómo ha quedado repartido el poder en las distintas jurisdicciones del país.
Abundar en estas consideraciones podría llevar el análisis a repeticiones que no agregarían elementos para visualizar, al menos en el intento, lo que la prolongación del proceso electoral le deparará al país, de qué manera lo afrontarán sus protagonistas y cuál será la respuesta de una sociedad que recibió con bastante asombro el resultado del domingo, más allá de sus preferencias políticas y del voto que depositó en las urnas.
Se ha hablado de la campaña del miedo, de la eficacia o no de la motosierra, de la debacle de la principal fuerza opositora hasta el pasado fin de semana, de la potencia del aparato (el peronista en especial) en el trabajo de captación de adhesiones, de que los hechos de corrupción y el deterioro ostensible de la economía no han sido valorados por la ciudadanía como motivos para castigar a un candidato. La enumeración podría continuar. Sin embargo, existen matices prácticamente indescifrables que son el motivo de la sorpresa, el regodeo y la estupefacción, según sea la vereda en la que cada uno se halle ubicado.
En ese sentido, la reacción ciudadana frente al resultado de la primera vuelta electoral tiene tantos matices como miradas existen acerca de lo que aconteció. Las hubo airadas, virulentas, en especial en las redes sociales. Las hubo angustiadas, preocupadas. También estuvieron las sanamente alegres y las socarronas. En buena parte hubo expresiones agresivas e insultantes. Serenidad y reflexión no fueron actitudes observables. Las pasiones, la grieta y la división se han mantenido. Por el bien de nuestra machucada democracia, es de esperar que no se profundicen en las próximas semanas. Los primeros discursos de los dos candidatos que competirán en el balotaje permiten abrigar la esperanza de que el debate transcurra en condiciones de relativa normalidad, más allá de la “batalla” que ya ha comenzado por captar los votos que se necesitan para alcanzar la victoria el 19 de noviembre.
Finalmente, no hay dudas de que lo acontecido ha roto los manuales de la lógica política tradicional. Una lógica que, en la vida institucional argentina, signada por características verdaderamente especiales y singulares, no ha sido siempre constante. En un mundo en el que todo cambia con una velocidad pasmosa, resulta complicado seguir sosteniendo que, a la existencia de determinadas variables y realidades sociales, le siguen las mismas esperables consecuencias. Eso ocurría mucho tiempo atrás. Hoy ya no. Mucho más en un país donde la pendiente del tobogán es cada vez más pronunciada. Ha quedado patentizado que las categorías tradicionales no aplican en estas circunstancias. Que lo único cierto en la política argentina es lo incierto.