Análisis
León XIV y la promesa contenida en su nombre

El cardenal estadounidense peruano Robert Prevost fue ungido como nuevo Papa el último jueves.
Por Fernando Quaglia
La elección del nuevo Papa ha generado repercusiones a escala global, dando lugar a análisis y reflexiones de muy diversa índole. Es lógico: en una era donde la información circula por múltiples canales con una velocidad antes impensable, cada gesto, palabra o elección adquiere dimensiones simbólicas que invitan a la interpretación. Más aún teniendo en cuenta de que se trata de un líder global.
En este contexto, la designación del cardenal estadounidense-peruano Robert Prevost como nuevo Sumo Pontífice, bajo el nombre de León XIV, ha sido leída por muchos como una declaración de intenciones. Su figura parece proyectar una continuidad, en tono más moderado, con la senda trazada por Francisco: una Iglesia sinodal, inclusiva y atenta a los más vulnerables —migrantes y pobres, principalmente—. Sin embargo, como advirtió recientemente The New York Times, la elección del primer Papa estadounidense no necesariamente aquietará las tensiones internas del catolicismo: "la ira conservadora que agitó al catolicismo durante el último pontificado probablemente continuará".
Más allá de las interpretaciones políticas o eclesiales, el nombre escogido por el nuevo Papa constituye en sí mismo un mensaje. Al adoptar el nombre de León XIV, Prevost evoca explícitamente la figura de León XIII, el autor de la encíclica Rerum Novarum (1891), considerada el texto fundacional de la Doctrina Social de la Iglesia. Un texto que abordó por primera vez de forma sistemática lo que se denominó la “cuestión social”. Es decir, el conjunto de problemas que afectan la vida del ser humano en comunidad.
En abril de este año, el entonces cardenal Prevost fue entrevistado por Vatican News. Sostuvo en esa oportunidad que “no podemos parar, no podemos retroceder. Tenemos que ver cómo el Espíritu Santo quiere que la Iglesia sea hoy y mañana, porque el mundo de hoy, en el que vive la Iglesia, no es el mismo que el mundo de hace 10 o 20 años”. Estas palabras, retrospectivamente, cobran nueva relevancia porque la Iglesia afirma que su Doctrina Social evoluciona estando atenta al desarrollo de la vida en las distintas épocas e intenta responder a los nuevos problemas en cada momento de la historia.
Al respecto, Juan Pablo II, en la Encíclica Centesimus Annus, que celebró los 100 años de la Rerum Novarum, explicó que la Doctrina Social se ocupa de “de los derechos humanos de cada uno y, en particular, del proletariado, la familia y la educación, los deberes del Estado, el ordenamiento de la sociedad nacional e internacional, la vida económica, la cultura, la guerra y la paz, así como del respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte”.
La Doctrina Social de la Iglesia, desarrollada durante más de un siglo, se apoya en cuatro pilares: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad. Son principios universales y permanentes, que la Iglesia considera guía esencial para interpretar los fenómenos sociales.
La dignidad humana exige el respeto integral por cada persona. El bien común, por su parte, se define como el conjunto de condiciones sociales que permiten a las personas y comunidades alcanzar su pleno desarrollo. Este principio es, para la Iglesia, la razón de ser de toda autoridad política.
La subsidiariedad establece que las instancias superiores del poder deben intervenir solo cuando los niveles intermedios no pueden cumplir con sus funciones, favoreciendo así la libertad, la iniciativa y la participación ciudadana. Finalmente, la solidaridad promueve el compromiso con el prójimo, especialmente con los más débiles y excluidos.
También la Doctrina Social establece la noción del derecho a universal de los bienes: un “derecho natural” que requiere “precisa definición”. Porque no significa que todo esté a disposición de cada uno o de todos, ni tampoco que la misma cosa sirva o pertenezca a cada uno o a todos. La propiedad privada, conquistada por el hombre mediante su trabajo, asegura a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar. Pero ese derecho debería ser accesible a todos por igual, se afirma. No absolutiza el, sino que derecho a la propiedad, sino pone énfasis en su función social.
Juan Pablo II, en la encíclica Centesimus Annus, que conmemoró el centenario de Rerum Novarum, reafirmó que la Doctrina Social se ocupa de los derechos fundamentales —incluidos el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte—, la familia, la educación, la economía, la paz y la participación ciudadana como garantía de democracia.
Quizás considerando estas premisas, el nuevo Papa parece enviar un mensaje: su pontificado buscará encarnar los principios fundacionales de la Doctrina Social de la Iglesia y proyectarlos en los desafíos contemporáneos. No se trataría solo de un guiño simbólico al pasado, sino de una orientación programática hacia el futuro. Por ello, en el nombre de León XIV reside su primera “promesa”.