La vida entre los muertos
En nuestra ciudad, al cementerio se lo conocía por un nombre popular. Acá era lo de “Garófolo”. El sepulturero histórico, que vivía enfrente del camposanto, fue uno de los principales guardianes que dieron lucha contra ladrones, insectos, inundaciones y tornados. Su familia estuvo siempre emparentada con el cementerio, en vida y, demasiado rápido, también en muerte. La Quinta del Ñato, capítulo 6: “La vida entre los muertos”.
Por Manuel Montali | LVSJ
El título de nuestro actual ciclo, en verdad, no ha sido tan usado en San Francisco como uno acuñado por el folclore local. Quienes eran enterrados aquí no moraban en la "Quinta del Ñato", sino en "los pagos de Garófolo". El recordado empleado municipal encargado de los entierros fue una de las figuras más características del cementerio e incluso fue secundado un tiempo por su hijo. Junto a quienes construyeron buena parte de los panteones originales, merece ser recordado como uno de los grandes "guardianes" de nuestra necrópolis, aquellos que dieron batalla cuasi bíblica contra ladrones, plagas e inundaciones.
Se desconoce desde cuándo se prestó el servicio de sepulturero. En las Ordenanzas tarifarias de la municipalidad, el cargo aparece en 1923, inciso 6º, donde se le destinaba el sueldo mensual de $140, mientras que el de ayudante era de $120.
Don Pedro Garófolo comenzó sus labores entre finales de la década del '40 y comienzos del '50. Vivía junto a su esposa y dos hijos, Alberto y Nelly, en la casa que el municipio les proveía, ubicada nada menos que enfrente mismo del cementerio, en el terreno que actualmente ocupa la playa de estacionamiento, en épocas en donde llegar allí era casi una "odisea".
El cargo que desempeñó durante largos años y la vecindad con el predio lo volvieron una de las figuras más reconocibles de este lugar, casi como su guardián. Tal era la familiaridad, que sus hijos, los muchos primos y amigos solían jugar en los alrededores, como si fuera una parte más del patio de la casa.
La convivencia con la muerte era algo completamente naturalizado en la familia Garófolo, que además estaba emparentada con los Cornaglia, dueños de una reconocida empresa de servicios fúnebres.
Muchos de los familiares recuerdan hoy las juntadas en la casa de los Garófolo y un aprendizaje muy particular que todos compartían: no hay temor entre los muertos, sino entre los vivos. Entre los vivos y los "vivillos", porque no era raro que, en mitad de una noche, Pedro tuviera que ir al cementerio a espantar a algún "valiente" que iba a cumplir una apuesta (como clavar una estaca en medio del predio o llevarse alguna "prueba" de su osadía), o peor, a algún "amigo de lo ajeno".
Alberto solía acompañar al padre desde pequeño. A nadie sorprendió que, al jubilarse don Pedro cerca de finales de la década del '70, fuera el mismo "Beto" quien lo reemplazara. Lamentablemente no estuvo mucho más de diez años en el cargo, ya que enfermó de cáncer y murió joven, con apenas 37 años, el 20/01/1990. Fecha curiosa, el mismo día, pero muchos años antes, había fallecido el abuelo, padre de Pedro.
Beto y su papá, ya a sabiendas del diagnóstico fatal, se encargaron de todos los trámites y arreglos para el sepelio y sepultura, apelando a Carlos Bianco, uno de los célebres constructores del cementerio, para el arreglo del panteón familiar.
El deceso de Alberto fue el primero de una serie de hechos trágicos que terminaron con esta rama de la familia Garófolo. En el transcurso de no más de diez años, falleció luego la madre, a quien sucedió la segunda hija, Nelly (también de cáncer), y finalmente Pedro, que tuvo un accidente mientras circulaba en bicicleta sobre Bv. 9 de Julio, en cercanías de la Terminal. Al parecer, un auto le pasó demasiado cerca o lo rozó, lo que lo hizo perder el control y caer contra el asfalto, golpeando su cabeza. Nunca se recuperó del golpe y falleció a los pocos días. Su linaje como guardianes del cementerio llegó a su fin. La casa de los Garófolo hoy ya no existe, debido a que fue demolida cuando se amplió el estacionamiento del cementerio.
Los Garófolo vivían enfrente del cementerio,
en terrenos que hoy ocupa la playa de estacionamiento.
Los "peligros" en el cementerio
El mencionado Bianco, además de haber
arreglado el panteón de los Garófolo, hizo alrededor de mil mausoleos en el
cementerio local y varios de la región. Junto a él, se destacaron los trabajos
de otros constructores que le dieron forma a nuestro necrópolis, como Francisco
Pratto, Perdo Bordino, Atilio Montali, Ermenegildo Pogliano, Juan Venturuzzi,
Ricardo Villani, Pedro y Renzo Cinelli, Benito Franchino, entre otros.
A todos ellos, nuestra "Quinta del Ñato" les guarda una deuda de gratitud, ya que los embates naturales y humanos que debió enfrentar no fueron pocos.
A principios de 1985, por ejemplo, desde este
diario se alertaba contra uno de los mayores "peligros" en el cementerio local,
que llegaba con unos visitantes poco deseados: "Están por todas partes. Están
en los huecos de panteones y mausoleos; contra las puertas de algunos,
colocando en el compromiso a quienes tienen que abrirlas; debajo de los
peldaños de las escalerillas que se utilizan para colocar flores en los nichos
altos"...
Estos enemigos montaban guardia y atacaban a la menor distracción. Estos enemigos... eran las abejas.
El cementerio soportó a lo largo de su historia muchos otros inconvenientes. Uno de ellos fue la presencia constante de las napas altas, generando humedad en los nichos.
Los panteones de la Sociedad Española e Italiana, por ejemplo, eran subterráneos. A partir de 1950, el agua empezó a inundarlos. Decenas de féretros quedaron sumergidos, con el consecuente riesgo sanitario que implicaba. A raíz de ello se decidió demoler la parte que sobresalía de la superficie y rellenar la subterránea con tierra y escombros.
Robos de floreros, adornos y placas generaron una multitud de reclamos en las décadas del '30 y '40, haciendo foco en la necesidad de contar con servicio de seguridad.
Las inundaciones, especialmente las del año 1984, demandaron urgentes obras de desagües. Los yuyales y acumulación de basura dentro del predio fueron otra constante amenaza.
Un tornado, en diciembre de 1987, generó también daños considerables: panteones, mausoleos, galerías y la arboleda sufrieron el paso del temporal y obligaron al municipio a gastos imprevistos (y pesados en todo final de año) para volver a dejar las instalaciones en condiciones.
En fecha actual, el robo de elementos de valor vuelve a elevar el reclamo de seguridad interna. En este sentido, se anunció la instalación de cámaras de vigilancia, con el fin de evitar que sigan desapareciendo desde las canillas de plástico hasta tubos fluorescentes y elementos metálicos como cobre, bronce o aluminio... Sonría, usted está siendo filmado, en "La quinta del Ñato".