La recurrente cuestión de la deuda
En la historia argentina el problema no ha sido la deuda contraída, sino la utilización de los fondos que llegaron. No se volcaron a financiar el crecimiento económico ni la producción. Terminaron siendo un medio para sufragar rojos de la administración. No aumentó la riqueza de la sociedad. Solo financió gastos corrientes, sueldos y también fue presa de acciones de corrupción.
"La situación de la Argentina es crítica, el país enfrenta una profunda crisis de deuda", dijo el ministro de Economía, Martín Guzmán, en Estados Unidos, donde se encuentra realizando gestiones para acordar una renegociación de los vencimientos de la deuda del Estado. Lo hizo ante numerosos acreedores norteamericanos y luego repitió esta visión frente a autoridades del Fondo Monetario Internacional y otros entes económicos.
De manera recurrente, con cada asunción de gobierno en el país, la cuestión de la deuda externa asoma. Lo hace cada vez con mayor gravedad. La hondura de las distintas crisis que ha atravesado el país a lo largo de su historia es variada. Pero siempre la palabra deuda asomó como elemento sustancial, demostrando que la Argentina es un incumplidor serial en esta materia, más allá de quien gobierne.
Esto ha ocurrido siempre. El triste historial de incumplimientos se remonta a los primeros años de la vida institucional. En 1827, solamente diez años después de haber declarado la independencia, el Gobierno Nacional decidió no abonar el préstamo de 2,8 millones de libras esterlinas que había contraído con Gran Bretaña. El default -esa palabra tan temida- tuvo otras instancias -en 1890 duró cuatro años- pero en los últimos tiempos se ha repetido con frecuencia.
El endeudamiento creció en el último período. Es una verdad que no puede ser rebatida. Pero tampoco puede ser abordada a través de posturas voluntaristas. Llamó la atención una reflexión reciente del ex presidente Macri en relación a esta cuestión, cuando señaló que él advertía sobre el costo de seguir endeudándose pero sus funcionarios le señalaban que no había mayores problemas. No se puede entender semejante muestra de ingenuidad si así hubiese ocurrido. No hubo inconvenientes hasta que se cerró el grifo externo. Que se mantiene cerrado frente a las indefiniciones de la actual gestión que, se espera sean pasajeras. La escasísima respuesta positiva a la propuesta del gobernador de Buenos Aires para refinanciar su deuda es el mejor ejemplo de cómo se encuentra el país en este tema.
Volviendo al voluntarismo, en el encuentro organizado por Americas Society / Council of the Americas, el funcionario pidió "paciencia", y sobre el plan económico en particular respondió que "la prioridad del país es salir de la crisis y poner la economía en funcionamiento para después encarar el pago de las obligaciones". Desde una vereda parece sensata la idea. Desde la otra, es inaceptable. Porque si no hay recursos no se puede pagar. Pero enfrente se afirma que la Argentina casi nunca cumple sus compromisos por lo que su crédito es ínfimo.
En la historia argentina el problema no ha sido la deuda contraída, sino la utilización de los fondos que llegaron. No se volcaron a financiar el crecimiento económico ni la producción. Terminaron siendo un medio para sufragar rojos de la administración. No aumentó la riqueza de la sociedad. Solo financió gastos corrientes, sueldos y también fue presa de acciones de corrupción. El default es la consecuencia de estas conductas irresponsables que termina pagando siempre la ciudadanía.