Sociedad
“La pizza nació para los que menos tenían”: el camino de Javier, un pizzero con corazón popular
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De albañil a dueño de su pizzería; del andamio al horno, Javier Aichino convirtió su pasión en oficio y su local en un espacio de encuentro. Para él, la pizza siempre será un alimento popular y lleno de amor.
Octubre es el mes mundial de la pizza, una comida que, más allá de su sabor universal, encierra una historia profundamente popular. En San Francisco, Javier Alejandro Aichino, propietario de Donatello Pizzería, representa con su recorrido esa misma esencia: la de quien empezó desde abajo, trabajó duro y encontró en la pizza la forma de dar felicidad a los demás.
“Yo trabajaba de albañil durante el día y de mozo a la noche”, recordó Javier a LA VOZ DE SAN JUSTO. Aichino en 2003 ingresó a Donatello cuando todavía pertenecía a su fundador y trabajó allí como mozo hasta 2012. “Ese año pasé a ser el propietario, y desde entonces sigo acá. Me gustó mucho, me involucré en la cocina, y así empezó esta hermosa experiencia de la cual estoy muy agradecido”, comentó.
A lo largo de esos años de aprendizaje, Javier fue comprendiendo que su lugar no solo estaba detrás de una bandeja o un mostrador, sino también junto al horno. “Me inculqué en lo que era más allá de mozo, también en la cocina. Y así arrancamos con esta hermosa y maravillosa experiencia”, agregó. Esa curiosidad, sumada a la necesidad de superarse, fue el primer paso para convertirse en pizzero.
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Pero el camino no fue sencillo. Al tomar las riendas del local, tuvo que aprender desde cero el oficio. “Fui a IGA para tener más conocimiento, y tuve compañeros que me enseñaron mucho. Después trabajé con cocineros y chefs que también me guiaron. Así aprendí a hacer la masa, a amasar y hoy tenemos 31 variedades de pizza”, detalló.
“El amor es el ingrediente que nunca puede faltar”
Javier no duda de lo que no le puede faltar a una buena pizza. “El amor. Cuando le ponés amor, ganas, vocación, sabés que va a salir rica. Porque la va a comer alguien que espera disfrutarla, y eso te compromete”, señaló.
Ese amor por lo que hace se transmite en cada detalle: en la forma en que recibe a los clientes. “Yo siempre les digo a los chicos que trabajamos para hacer feliz a la gente. Y eso no se negocia”, afirmó.
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Esa conexión con el público es, para él, lo más valioso de su trabajo. “Cuando te felicitan por la comida es algo único, emocionante. Jamás me hubiese imaginado tener un negocio gastronómico, yo era albañil, era algo impensado. Llevamos 22 años y tenemos 7 empleados. La gente nos agradece no solo por la comida, sino también por la atención, y eso lo comparto con todos mis compañeros”, destacó.
“Siempre les digo a los clientes que no le voy a decir a los cocineros que estaba todo rico, porque si no me van a pedir aumentos”, señaló entre risas.
Más allá de lo gastronómico, Javier conserva una fuerte conciencia social. Viene de una familia humilde y no olvida sus orígenes. “Nunca fui a comer afuera cuando era chico. Por suerte ahora soy dueño de un comedor, pero sé lo que se siente”, confesó.
Por eso, en Donatello, nadie se queda sin pizza. “Siempre digo: si no tenés plata, vení igual. Otro día lo pagás. No importa el dinero, sino que la gente y los chicos estén felices, que salgan a comer una pizza. Eso me llena el alma”, remarcó con emoción.
“Cuando veo gente trabajadora que no tiene mucho, les digo que vengan, que armamos algo para que puedan festejar igual. Siempre se cumple, y eso me da mucha felicidad”. Esa empatía no es pose ni estrategia comercial. Nace de su propia historia. “Yo vengo de abajo. Sé lo que cuesta. Por eso me gusta que todos puedan disfrutar. Si alguien tiene un cumpleaños, y no le alcanza, venimos, charlamos, y lo hacemos posible”, relató.
“La pizza nació para los que menos tenían”
Javier tiene 52 años —los cumplió este 9 de octubre— y vive su oficio con gratitud. En el Mes Mundial de la Pizza, reflexiona sobre el sentido profundo de este plato: “La pizza nació en los arrabales de Nápoles, para la gente pobre. Era una masa con levadura y sal, barata, accesible. Después se le agregó el tomate y ahí se llamó pizza. Por eso digo que es un alimento popular, hecho para todos, especialmente para los que menos tenían. Eso la hace especial”.
Para él, esa raíz humilde le da a la pizza una identidad única, que no se puede perder. “Más allá de la materia prima o del trabajo, tiene algo que la hace distinta. Es un plato que une, que reúne a las familias, que permite compartir. Y eso es lo más lindo que tiene”, manifestó.
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Su pizzería se volvió un punto de encuentro para familias, amigos y trabajadores de la ciudad. Entre las anécdotas que más lo marcaron, recuerda con emoción una visita muy especial.
Para Javier, cada una de esas experiencias le dio un sentido nuevo a su trabajo. “Más allá de los altibajos, de los momentos difíciles o de la situación económica, eso te da fuerza para seguir. Porque sabés que lo que hacés tiene un valor que va más allá del dinero”, reflexionó.
Su historia resume el espíritu de miles de pizzeros argentinos que, como él, convirtieron un oficio en una pasión. “Amo lo que hago. Y mientras haya ganas, seguiremos amasando sueños”, concluyó.