Historia
La peste bubónica y el lazareto “milagroso” en nuestro Hospital

Las epidemias se repetían y alarmaban a la población. Con trabajo conjunto se hizo un lugar de aislamientos, pero, afortunadamente, ocurrió lo que nadie había previsto.
Por Arturo A. Bienedell / LVSJ
La peste bubónica con sus variantes estuvo presente en San Francisco y la zona desde finales del siglo XIX. Son conocidas las actuaciones del Dr. Enrique J. Carrá en los casos entre 1906 y 1908, donde la épica de su desempeño permite compararlo con el “enemigo del pueblo” de Henry Ibsen, pero, menos trascendencia popular tuvieron las acciones del Dr. Tomás Areta, si bien fueron de igual esfuerzo y también encaminadas a salvar las vidas de los afectados.
Areta que llegó a San Francisco diez años luego de Carrá, el 12 de diciembre de 1911, compartió con él la responsabilidad de la conducción del Hospital “J. B. Iturraspe”, desde 1916, cuando el nosocomio quedó habilitado; Carrá director y Areta, vicedirector. Desde esas funciones fueron diversas las oportunidades en que tuvieron que enfrentar a la “bubónica pestosa” en distintas épocas.
A diferencia de Carrá, Areta fue registrando en escritos sus experiencias médicas de estudiante y desde que se recibió en la Universidad de Buenos Aires en marzo de 1911. No solo escribió sobre enfermedades y tratamientos médicos, sino también sobre hechos de San Francisco, donde fue dirigente deportivo, impulsor de la Sociedad Rural e inquieto vecino que nunca dejó de aportar ideas para mejorar la ciudad, hasta su muerte el 7 de julio de 1971, todo lo cual está documentado en el Archivo y Museo.
Uno de los textos que hoy interesa es del 17 de agosto de 1960, y es parte de una conferencia que Areta dio en el Rotary Club para repasar su historia con la medicina.
Al referirse a las epidemias nos legó una semblanza muy bien ilustrada, por lo cual dejo que sean sus palabras textuales las que prosigan esta nota.
“Después de 1916 y contando ya con el Hospital, disponíamos en él de la salita de autopsias, con espacio para cuatro o cinco camas y en casos de urgencia y necesidad, con alguna pieza donde aisláramos a los enfermos. Dada la persistencia anual de la epidemia, la imperiosa necesidad de tener un local adecuado para la centralización de los enfermos donde pudieran aislarse para evitar la propagación de tan peligroso mal y en bien de la profilaxis local, enfrentamos el problema de la construcción de una obra para tal fin.
En diciembre de 1919, una asamblea popular convocada en la Casa Municipal por el intendente Victorio Tozzini para tal objeto, fue muy numerosa y entusiasta. Allí di cuenta de los peligros y de la máxima importancia de poseer un local apropiado que fuera garantía para enfermos, guardianes y el pueblo todo. Se nombró una comisión presidida por Augusto Boero, médicos y vecinos, para recaudar fondos y materiales necesarios destinados de la construcción del pabellón o lazareto.
El gobierno de la provincia aportó $ 75.000, el ingeniero Luis Ugolini hizo los planos y comenzó la obra con capacidad para 30 o 40 camas, pero demandó mucho tiempo concluirla. Se inauguró el 10 de diciembre de 1933 pero, pareciera que la puesta en actividad del confortable pabellón hubiese mermado o parado la epidemia, más que las pocas medidas profilácticas prodigadas a la ciudad y zona.
Desde hace varios años, solo algún caso aislado de peste ganglionar se ha hecho presente en la región. Debemos, sin embargo, seguir en guardia pues la previsión es el mejor método sanitario”, concluyó Areta.
Hecho el lazareto, obró el milagro, podremos agregar.
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